ABC (1ª Edición)

Cómo beber (bien) este verano

∑Hay vida más allá de la cerveza y la sangría cuando el termómetro aprieta

- LAURA S. LARA

En vacaciones se bebe más. Es un hecho. El ambiente relajado, el mejor humor, las reuniones sociales, la casuística de no trabajar al día siguiente... Pero, ¿se bebe bien? ¿Se sabe elegir la bebida para esta temporada o la gente se lanza de cabeza a una piscina de cerveza fría?

Destilados, cócteles que pueden incluso refrescar la comida y, por supuesto, vino, blanco, rosado, con burbujas y sí, también tinto. Hay vida más allá de la cerveza y la sangría cuando el termómetro aprieta. «Es cierto que en verano bebemos más, estamos todo el año esperando al momento de no tener responsabi­lidades, así que en vacaciones lo damos todo», comenta Diego Cabrera, ‘bartender’ y fundador de la coctelería madrileña Salmón Gurú.

«Lo de si bebemos bien o no, no se puede generaliza­r; si esperamos visita seguro que nos esforzamos por comprar un buen vino, pero si pasamos las vacaciones en el pueblo, es probable que allí no tengamos la ginebra que nos gusta y al final acabemos bebiendo lo que haya». Cerveza, segurament­e. «Sí, cerveza en todo momento, bien fría, como os gusta en España, como refresco en el aperitivo y hasta la tarde. Solo nos la saltamos con un vino en la comida y una copa en la noche», dice el coctelero.

Nos estamos volviendo más sofisticad­os, apunta el argentino, pero en verano depende de dónde vayamos: «Si nos vamos al pueblo, nuestro paladar se vuelve rústico, si nos vamos a la playa, allí sí solemos ser más exigentes». Se sea de playa o de montaña, Cabrera señala una de las claves que se suelen pasar por alto y que, atendiéndo­la como merece, enseñará a beber mejor: el hielo. «Mi consejo es tener el congelador bien lleno siempre de hielo, de buen hielo, y los refrescos también muy fríos. Merece la pena porque la bebida cambia muchísimo, es una tontería gastarse un dineral en un destilado y después estropearl­o con un mal hielo», dice.

Por su parte, el ‘vermutólog­o’ François Monti considera que el gran condiciona­nte de la temporada estival en lo que concierne a la manera de beber en España es la temperatur­a. «Aquí se beben bebidas muy frescas, tenemos unos patrones bastante claros, no se trata tanto de definir si bebemos bien con respecto a la temporada, que está claro que sí, sino si bebemos cosas buenas, y aquí la respuesta posiblemen­te sea no».

El experto en vermús y destilados, que acaba de publicar su cuarto libro, ‘Mueble bar’ (Abalon Books), no se atreve a decir si se debe a que no se sabe elegir bien la bebida: «Eso es responsabi­lidad de cada uno». La clara y el tinto de verano son opciones muy acertadas en esta época del año, pero según el experto, «también se pueden consumir otras cosas como vinos tintos frescos del norte de Galicia, que combinan muy bien con las recetas estivales».

Monti coincide con Cabrera en que, en verano, la cerveza es la opción vaga. «Es fácil, está fría, y ya que hemos pedido la primera, la segunda viene sola, y aquí yo sí que invitaría a la gente a replanteár­selo». Una clara, asegura, funciona mejor, «sobre todo porque eso de sacar una jarra del congelador para ver si la cerveza se mantiene fría, es una ficción, un paripé que ya nos indica que quizás esta bebida no es tan ideal».

El vino, ¿con hielo?

El vino también puede ser un buen aliado contra las altas temperatur­as. Lo importante, a la hora de acertar con la elección y disfrutar de la experienci­a, es tener en cuenta el tipo de vino y la temperatur­a de servicio. La primera regla es muy sencilla: bebe siempre el vino que te apetezca y no el que te digan. Y bébelo también como te apetezca y no como te impongan. El vino es placer, y nadie mejor que uno mismo para saber lo le que hace sentir bien.

En verano es más fácil decantarse por vinos frescos y jóvenes, referencia­s que se pueden servir un poco más frías que durante el resto del año y a las que está permitido ponerles un bloque de hielo sin ofender a los puristas. Si se quiere abrir la botella para comer al aire libre, un blanco joven, seco o afrutado, acompañará a la perfección recetas estivales como ensaladas o paellas. Un rosado fresco armonizará muy bien con una barbacoa ligera de verduras y marisco, y un rosé más corpulento aguantará incluso una carne a la parrilla.

¿Y qué pasa con los tintos? Pues que también son para el verano. Un tinto joven con mucha fruta puede ensalzar la salinidad de una paella tradiciona­l, y si tiene algo de crianza será el mejor amigo de los arroces intensos.

La temperatur­a de consumo importa, y mucho. Lo ideal es servir los blancos y rosados a unos 8º, los espumosos entre 6-7º, jereces como el fino o la manzanilla a 4-5º, los generosos a 12º y los tintos, si son jóvenes a 14º y si tienen crianza a unos 16º. No obstante, con el calor se puede ser un poco más tolerantes y gozar igual. No pasa nada por servir un vino tinto un par de grados por debajo de lo recomendad­o. Y, como ya se ha mencionado, tampoco se va a molestar nadie por ponerle hielo –o, mejor, un par de uvas previament­e congeladas– a ese rosado provenzal que no nos ha dado tiempo a enfriar.

Y aquí un consejo para beber vino siempre a la temperatur­a adecuada, ya que puede aumentar hasta 4º en diez minutos una vez servido si el calor del ambiente es elevado: más vale sacarlo demasiado frío que demasiado caliente, ya que se atemperará después en la copa.

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