ABC (1ª Edición)

Beyoncé, la fantasía color coñac

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Es fácil deslumbrar­se, ante Beyoncé, porque la belleza dispara, y es fácil creer que esa misma belleza no existe, como alguna vez arriesgara un poeta, a propósito de otra mujer exótica, monumental y mitológica, como ella. Pero claro que Beyoncé existe. Como que se lleva los Grammys en ramo, y acaba de sacar disco, ‘Renaissanc­e’, donde asoma subida a un caballo transparen­te, más las corsetería­s de desnudo que ella se anuda siempre en ningún sitio. Está casada con un músico, Jay Z, y no da un disgusto, salvo que a veces irrumpe en Instagram vestida de Superman, o de diosa dorada. Es hortera, a menudo, pero no hay otra. Es virtuosa en vestirse mucho para ir casi desnuda. Este mujerón es así, entre la madre de disfraz y la criatura irreal. Es madre ejemplar, artista excesiva, y millonaria descomunal. Iba a la Casa Blanca, como una más de la familia, porque la invitaba Barack Obama, del que era amiga. Y de la mujer, Michelle, que es aún mayor mérito. Su propio nombre, Beyoncé, es una joya de rotunda sonoridad, como su cuerpo, que parece el cuerpo de una doble para videoclip erótico, pero que acaba siendo el cuerpo de ella misma. Se aprecia en la portada de este último disco, inventado en pandemia, donde el caballo es un relámpago digital y ella un giganta sexual que se ha echado por encima la pedrería de su propio desnudo. Parece que primero la inventaron, y luego, a la vista del prodigio, le pusieron ese nombre de curvatura enfática, de acentuació­n carnal. Beyoncé canta como un ángel negro, y tiene un cuerpo que es una fantasía color coñac, o el demonio en maillot. Un vídeo suyo, en blanco y negro, titulado ‘Single ladies’, que seguro ustedes recuerdan, es un trueno de tres minutos mal contados de erotismo estival donde salen otras dos macizas, pero las tres son Beyoncé, porque Beyoncé más que una mujer es una tribu. Está muy bien escucharla, pero lo que mola es verla, tan en forma que asusta, tan guapaza que asusta. Se lleva mucho todavía el tipo de rubia mujer andrógina, casi preanoréxi­ca, en las pasarelas y en el artisteo, y no aprecio yo que se le dé demasiada oda de entusiasmo a bellezas como la de Beyoncé, que son la buena salud de la belleza, más el morbo oscuro de la raza. Beyoncé es un piano interior, como voz, y un culo fastuoso de cómic, pero mejor, porque es un culo imposible que sí existe. Con la anorexia enfrente, íbamos a hacer poca carrera de líricos del periodismo. Lo que quiero decir es que la criatura es directamen­te un voltaje sexual, y así cuesta un momento verle los méritos de cantante, que los tiene, y sobrantes y reavalados, y de poderío. Pero con ella se nos va enseguida al cielo de la santa lujuria el melómano que más o menos pudiéramos llevar dentro. A cada rato le dan un premio, o varios premios, pero uno se va quedando con la estampa de este mujerón que va por el mundo como un premio o trofeo en sí misma, resuelta de cadera loca y con la mirada de novia de gánster. En Beyoncé veo yo siempre un videoclip de sí misma, y da igual que anuncie un refresco, un corsé, o un disco, porque todo pasa a ser un anuncio de sí misma, entre la diabla de bolero y un ángel con tacones. Lo último, en Beyoncé, es siempre lo mismo, o lo primero. Un manantial de voz nocturna y una cadera de cantante de garito golfo, que es cadera de apoyarse mucho y de perfil en los pianos de la mala vida, unos pianos que suelen sonar muy adúlteros de alma cuando tienen de cerca de una mujer sagrada y estupefaci­ente, como ésta. La diabla ahora va a caballo. Es un embuste de lujuria de cómic que tiene deneí.

 ?? // ABC ?? Beyoncé, durante un espectácul­o
// ABC Beyoncé, durante un espectácul­o
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain