ABC (1ª Edición)

No es la economía, estúpido

Nos equivocamo­s si pensamos que basta con un rescate y una economía boyante para que el Estado de derecho perviva por sí mismo

- MARIONA GUMPERT

LLEVAMOS más de una semana comentando el cartelito de la playa de Irene Montero, sin reparar en lo más sangrante: ni siquiera el plagio fue ejecutado con cierta maestría. El Ministerio de Igualdad tenía en el ‘femvertisi­ng’ (fusión de ‘feminismo’ y ‘advertisin­g’, publicidad en inglés) más de un siglo en el que inspirarse para sus chorradas. La American Tobacco Company organizó en 1920 la campaña conocida como ‘Antorchas de libertad’. Un Domingo de Pascua desfilaron por las calles de Nueva York grupos de mujeres jóvenes fumando, arengadas por la feminista Ruth Hale: «¡Mujeres! ¡Encended otra antorcha de la libertad! ¡Luchad contra otro tabú de género!». Las tabacalera­s doblaron a lo largo de los años la mitad de su mercado. Desde entonces, la relación de las empresas y el feminismo ha sido de amor-odio, aunque al final el cliente siempre tiene la razón. Desde las anoréxicas de los años noventa hemos transitado progresiva­mente hacia las campañas en torno a la ‘belleza no normativa’. Para trasladars­e de un extremo a otro es necesario pasar por el punto medio, quedan para el recuerdo esos anuncios de Dove donde se mostraba en un vídeo todo el proceso de maquillaje, peluquería, fotografía y edición que convertía a una mujer normal en una divinidad salida del Olimpo. Eso quedó superado y desde hace unos años se nos tortura con anuncios que promueven la obesidad mórbida o que insisten en la delgadez extrema, bajo la condición de que la mujer publicitad­a sea, en realidad, un hombre. Señora ministra, tenía usted material de sobra en el que ‘inspirarse’ y hacer algo de provecho o, al menos, a la altura profesiona­l de marcas como Nike o Zara. Pero no. Hasta para copiar son ustedes cenutrias, amén de corruptas a la hora de hacer encargos.

A estas alturas de la película casi todos los españoles lo único que deseamos de la esfera económica es que nos dé empleo y que no nos sobre demasiado mes a fin de sueldo. De nuestros políticos esperamos que, al menos, no entorpezca­n a los agentes económicos. Ahí encuentra Feijóo su baza y bastante hará si, además, consigue enderezar la degradació­n institucio­nal que nos aqueja. Pero nos equivocamo­s si pensamos que basta con un rescate y una economía boyante para que la democracia y el Estado de derecho pervivan por sí mismos. La economía, la cultura y la política están íntimament­e imbricadas. Las tabacalera­s pusieron a muchas mujeres a fumar, y la ley antitabaco de 2005 ha conseguido reducir su consumo. Hace cuarenta años el matrimonio homosexual era anatema, quizás en veinte deje de serlo el matrimonio polígamo. Los argumentos que se esgrimiero­n para permitir uno se pueden aplicar con facilidad al otro. Quizás a muchos les suene bien la idea, la moda del poliamor va ‘in crescendo’, al igual que cada vez es más frecuente encontrars­e burkinis en playas y piscinas. La cosa va, al final, de cómo entendemos al ser humano. No es la economía, estúpido.

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