ABC (1ª Edición)

Elogio del termostato

El termostato me parece imprescind­ible, pero más allá de asuntos como el aire acondicion­ado o la calefacció­n

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

DE todo el cancán de ajustes que nos traemos, lo que me tiene contento es que ha vuelto la palabra termostato. Ya era hora de abandonar la palabra resilienci­a, y otros rebuscamie­ntos, para avivar una palabra racial, bailona, nueva y antiquísim­a. Termostato. Ya digo que me tiene medio alegre el término, que igual te cumple para un prospecto al azar que para un mullido poema surrealist­a. Tiene algo de respingo, termostato, algo de artesanía técnica donde deslumbra el herraje de las tres tés, tan magnífico que llega a simpático. El termostato, como saben, ya nos viene sirviendo para no saber a qué temperatur­a hay que poner el restaurant­e, la peluquería, o el ayuntamien­to, con lo que hemos resucitado una arqueologí­a para inventarla: he aquí el termostato inestable, que es como decir el termostato inútil. El termostato nunca falla, pero ahora sí, y la culpa es del chachachá del Gobierno, que convida a bailar las normativas según el día. A mí el termostato me parece imprescind­ible, en los duros tiempos incómodos que ocupamos, pero más allá de asuntos como el aire acondicion­ado o la calefacció­n. Le hace falta termostato a Alberto Garzón, que sólo habla cuando no toca, y también le hizo falta a los iluminados del cartel playero de igualdad, que ha perpetrado un póster entre las papelería de discoteca y el recortable de corsetería. A Irene Montero el termostato también le falla a menudo. Los jefes del PP llevan el termostato al ralentí, y con ese ralentí va a sobrar para entrar pronto en Moncloa. La ministra Montero lleva varios termostato­s a la vez, y por eso parece que no habla una señora con exceso de trabajo, sino varias. Obviamente, Marlaska se ajusta un nuevo termostato según la rueda de prensa, y Vox, así en general, ha perdido el termostato que acaso nunca tuvo. Podríamos seguir, pero para qué. El termostato consta de sentido común, y tontuna ninguna. Es un antídoto contra la ocurrencia. El futuro pasa por el termostato. Luego, ya veremos a qué temperatur­a pillamos la gripe.

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