LA GUERRA SUBTERRÁNEA DE RUSIA
La caída de Mario Draghi en Italia es el último episodio de una larga serie de injerencias rusas en la que el separatismo catalán ha ocupado un lugar privilegiado
LAS investigaciones de la Fiscalía de Estados Unidos sobre las actividades de Alexander Ionov –agente del FSB, antiguo KGB– han servido para desentrañar la tela de araña tejida desde hace años por los servicios rusos de inteligencia y espionaje alrededor de cualquier conflicto susceptible de desestabilizar las democracias occidentales y de generar crisis políticas que las debiliten. La sombra del Kremlin no solo se extiende sobre Ucrania, territorio cuya anexión militar fue concebida por Vladímir Putin como una bomba de relojería con la que provocar disensos y fracturas en la Unión Europea, sino sobre todo proceso político que pueda ser manipulado y radicalizado con la intención de polarizar y dividir a las sociedades libres. La caída del Gobierno de Mario Draghi y la convocatoria en Italia de unas elecciones que, tras un periodo de moderación dirigido por tecnócratas, podrían desembocar en la victoria de unas fuerzas populistas que no disimulan sus contactos con Putin, es el último episodio de una larga serie de injerencias internacionales en la que el separatismo catalán ha ocupado un lugar privilegiado.
La Justicia estadounidense acaba de procesar y sancionar a Alexander Ionov por promover la publicación de propaganda prorrusa y soflamas separatistas a través de grupos desplegados y camuflados en las redes sociales, una compleja trama de activistas que en Estados Unidos dedicó sus esfuerzos, entre otros objetivos disgregadores, a crear el caldo de cultivo para la secesión de California, Texas o Hawai. Ucrania, España, el Reino Unido e Irlanda también estaban en el radar de Ionov, que ya en 1996 organizó en Moscú una conferencia con el título, más que indiciario, de ‘Diálogo de naciones y derecho de los pueblos a la autodeterminación y construcción de un mundo multipolar’. La ‘multipolaridad’ que ha promovido el agente ruso no es otra que la que establece Vladímir Putin con los estados a los que somete y, como títeres, logra poner bajo su influencia. Abogado de dos ‘hackers’ rusos detenidos en España, posteriormente extraditados a Estados Unidos, articulador de las tramas robotizadas que operan a través de las cuentas falsas que llenan de bulos las redes sociales, Alexander Ionov ha sido uno de los principales transmisores subterráneos de la política exterior del Kremlin, «buscando generar divisiones que merman la confianza en los procesos democráticos y degradan los esfuerzos de democratización», según el auto de imputación de la Justicia norteamericana. El golpe separatista de 2017 no fue ajeno a las injerencias de Moscú, que a través de sus medios oficiales –hoy apagados en la UE en respuesta a la invasión de Ucrania– y desde el subsuelo de internet se encargó de falsear la realidad de lo que desde su origen fue un atentado contra la democracia española.
La ‘guerra híbrida’ que en los más diversos frentes internacionales y sin carros blindados desarrolla el Kremlin aprovecha y fomenta desde hace años la visceralidad de una opinión pública que –polarizada incluso en los debates más insustanciales– responde a los estímulos que disparan su frentismo y agravan su desconfianza hacia las soluciones democráticas. Estados Unidos lo entendió hace ya tiempo, persiguiendo dentro y fuera de sus fronteras a los instigadores de estas tramas antisistema. España y el resto de Europa deberían pasar de extraditar a los agentes que participan en estas campañas de intoxicación a identificarlos, buscarlos y juzgarlos en función de la amenaza que representan para sus libertades. Lo sucedido en Cataluña fue algo más que una señal.