ABC (1ª Edición)

«Estoy vivo de milagro por defender a una mujer que ni me dio las gracias»

Vicente ayudó a una señora que pedía auxilio en Valencia y acabó con cuatro puñaladas y jugándose el puesto de trabajo

- CRUZ MORCILLO

Ni Vicente se siente un quijote ni quería salvar a ninguna dulcinea, pero en su ADN no aparece que vea a una mujer en peligro y se piense la respuesta. Y eso hizo. Y casi le cuesta el pellejo. No solo lo dice él: «Estoy vivo de milagro», repite al teléfono, sino que lo atestiguan sus heridas y el parte médico. Actuó con coraje y elegancia, sin pensárselo, y le ha salido caro. A él, a su pareja, a su estabilida­d laboral... El camino de los héroes –y los caballeros– está en horas bajas. Ni vende ni aparenteme­nte se repara el daño.

Vicente H., de 42 años, y Lorena, su pareja, estaban enfrascado­s viendo ‘Bull’, una serie de análisis forense de jurados, en su piso de Valencia. El pasado 4 de junio ya se notaba el calor como para dejar las ventanas abiertas. Acababan de llegar del pueblo de él, Benifayó, de visitar a su madre. Por delante, tenían una noche de sábado tranquila, de televisión y descanso hasta que oyeron gritos de mujer.

«Me asomé a la ventana y vi cómo dos chicos empujaban a una mujer en el puente de San José. Un hombre que parecía ir con ella –luego supe que era su marido– estaba al otro lado de la calle», cuenta Vicente. «Lore, mira lo que está pasando, voy para allá. Me puse unos zapatos y una camiseta y antes de terminar de malvestirm­e ya los vi encima de ella».

Lorena interviene al otro lado de la línea. «Le dije que bajara, por supuesto, que le echara una mano a la víctima, y ahora me siento un poco culpable por animarlo».

Vicente no había visto la primera parte de lo ocurrido, lo hizo horas después en un vídeo, pero corrió escaleras abajo y apartó a uno de los dos agresores de un empujón. Lo que cuenta a continuaci­ón –y que también fue grabado en vídeo por otros transeúnte­s– es un fotograma completo de la violencia que parece haberse adueñado de alguna gente, de un ‘far west’ cutre pero peligrosís­imo que pone en retirada al más valiente y al más cabal.

«Tras el empujón, sacan las navajas, tiro para atrás, me quito la camiseta para protegerme de alguna manera. Había otras cuatro personas, entre ellas la mujer a la que iba a defender y su marido, pero se marcharon sin más y entonces ellos dos me vieron solo y vineron a por mí. ‘Tirad las navajas, ¿de qué vais?’, les dije. Está claro de lo que iban: buscando jaleo».

‘Full contact’

Fueron segundos o minutos interminab­les en los que Vicente, 42 años, que ha practicado ‘full contact’ y sabe pelear porque es «de pueblo», solo pensaba en cómo esquivar esas navajas esgrimidas contra él en la noche y en soledad. «Si no me llegan a sacar esas armas, directamen­te los dejo KO, en lugar de empujar para apartarlos les hubiera golpeado con mis 95 kilos y se quedan secos. Pero yo no bajé a atacar a nadie, sino a pararlos».

Explica que se quitó la camiseta y se la enrolló en el brazo como un escudo para tratar de esquivar las puñaladas. Llevaba un cinturón puesto que también podría haber utilizado en ese cuerpo a cuerpo aunque no tuvo tiempo ni de pensarlo. La navaja era tipo mariposa, de esas de las que es mejor huir.

Cuando uno de ellos le lanzó los navajazos al pecho su mente se concentró en cómo parar los golpes.

«Yo no era consciente de nada en ese momento. Trataba de retroceder para tenerlos a los dos en mi campo visual y sobre todo sabía que no podía perder de vista al de la navaja. Yo soltaba puñetazos como podía, pero cuando logré coger al del arma, el otro me tiró al suelo».

Sintonía criminal

Derribado de una zancadilla, los agresores actuaron en sintonía criminal. Uno se empleó a patadas en la cabeza con Vicente mientras el otro lo acuchillab­a en la pierna izquierda a la altura de la rodilla.

«Estaba tan nervioso que no noté los primeros pinchazos. Me di cuenta después cuando vi la sangre en la camiseta», recuerda la víctima.

‘Far west’, sin duelo de por medio. Solo ayudar a una mujer. Un vecino graba todo el episodio con su teléfono móvil, otros transeúnte­s, apartados, insultan a los agresores y los conminan a que dejen al herido y varios llaman a la Policía. Pero hay una navaja que atraviesa piel y quiere músculo y nadie se atreve a a acercarse y hacer más. Los agresores sacan el puñal de la carne y huyen en sus bicicletas.

«A los pocos segundos apareció la Policía pero yo solo fui consciente de lo que había pasado al levantarme. Pensé: ¿y si me lo hubieran clavado en otra parte del cuerpo? En el suelo estaba en sus manos, totalmente indefenso».

«Pedí un cigarro»

«Cuando llega la Policía, que fue muy rápido –continúa su relato sin respiro pese a los días transcurri­dos– me veo un corte en el antebrazo y en la rodilla. Lo primero que hago al conseguir levantarme es pedir un cigarro».

Vicente no es consciente en esos instantes de cómo le ha rozado la muerte pero sí sabe que hay que parar la sangre. «Toma mi camiseta y hazme un torniquete en el brazo derecho», le pide a uno de los agentes. Lorena, su pareja, baja corriendo sin saber lo que ha ocurrido porque desde su ventana no se ve el lugar en el que Vicente ha sido atacado. Al percatarse de la gravedad, la mujer se derrumba.

El tiempo cuenta más que nunca y se divide en dos planos. La atención al herido y la persecució­n de los delincuent­es. Llega el Samur, desnuda a Vicente y lo estabiliza. Lo trasladan al Hospital La Fe de Valencia, donde lo meten en camilla y ya lo esperan los médicos para operarlo. La víctima recibió cuatro navajazos en el pecho, los dos brazos y la pierna izquierda. La del hombro izquierdo de 12 centímetro­s; la del antebrazo derecho de 10 centímetro­s de largo junto a otra más superficia­l

Dos jóvenes de 18 y 19 años lo apuñalaron con una navaja al mediar entre ellos y la víctima a la que escuchó gritar

Los agresores, a los que se imputó un homicidio en grado de tentativa, ya están en libertad tras una fianza de 2.000 euros

y una cuarta incisa en la rodilla izquierda. El diagnóstic­o principal, según el parte médico, es herida en tórax por arma blanca de diez centímetro­s que, por suerte, no le tocó la musculatur­a ni llegó a penetrar en el pecho.

El segundo escenario de esa noche de julio es el policial. Los agresores huyeron en sendas bicicletas pero fueron identifica­dos y detenidos varias horas después por una patrulla de la Policía Local junto a una discoteca en la avenida del Cid.

Habían pasado seis horas de la agresión y ambos circulaban con sus bicis por la acera como si no hubiera ocurrido nada. Eran Álvaro Andrés Q. P. y Diego Armando M. C., de 19 y 18 años y nacionalid­ad chilena y española, respectiva­mente. Los agentes de la Policía Local les intervinie­ron la navaja tipo mariposa utilizada en la agresión, presuntame­nte, y un cuchillo tras cachearlos a conciencia.

El joven chileno aún llevaba manchas de la sangre de Vicente en su ropa y cortes en sus manos y nudillos. En un bolsillo del pantalón guardaba la navaja de mariposa. Los policías hallaron un cuchillo en la funda del sillín de la bicicleta del otro detenido. ‘Far west’: salir en bici de marcha con dos armas blancas como compañeras de juerga.

Gracias al vídeo que había grabado otro vecino y que dura cuatro interminab­les minutos se logró reconstrui­r cómo un irrelevant­e encontrona­zo casi acaba en un crimen.

Con esas imágenes, Vicente, el que no se lo pensó para ayudar a una mujer en apuros, también pudo ver de primera mano qué ocurrió antes de que él bajara a la calle.

El encontrona­zo empezó en la calle Llano de Zaidía, tras una discusión entre los agresores y una pareja. Los dos jóvenes golpearon a un hombre al que partieron el labio e insultaron a una mujer en el puente de San José porque la pareja les recriminó que circulaban de forma temeraria con sus bicicletas por una zona peatonal.

Las cuatro personas discutiero­n y cruzaron la calzada de la calle Llano de Zaidía, y entonces la mujer pidió a gritos a uno de los jóvenes que se relajara y parara. Es en ese momento cuando aparece Vicente para ayudar a la mujer que grita.

Cuando al día siguiente vio el vídeo, dice que no podía parar de llorar. Por haberse expuesto de esa forma y por la respuesta que recibió y que también recogen las imágenes. «Estoy vivo de milagro por defender a una mujer que ni me dio las gracias».

Sabe que la pareja vive cerca de su casa, pero el contacto ha sido prácticame­nte inexistent­e. «El marido sí me dio las gracias, pero ella ni me miró». El relato de la mujer, la víctima inicial, adolece de ciertos desajustes. A quien tuvieron que coser los brazos y llegó casi a verse el hueso del bíceps es a Vicente.

Lorena, que sigue muy enfadada con la situación, asegura que se siente «un poco culpable» por decirle a su marido que ayudara a a la mujer. «¿Y si en vez de la rodilla le hubieran clavado el cuchillo en el corazón? En qué mala hora lo animé. Vicente podía estar muerto y yo, viuda. Con lo que nos ha costado llegar hasta aquí».

No lo hará más

Lorena comparte su vida con Vicente hace una década. La delata un carácter de armas tomar y se muestra tajante: «No va a ayudar a nadie más que no conozcamos. Es una pena pero visto todo lo que ha pasado...».

El protagonis­ta –a su pesar– de esta historia es tornero fresador y programado­r; también hiperactiv­o. Cuando lo atacaron llevaba solo tres semanas en su nueva empresa con contrato fijo, de forma que quiso incorporar­se enseguida pero le dijeron que esperara. «Imagínate: menos de un mes trabajando y casi un mes de baja. Pero se han portado muy bien. Ninguna queja, aunque tuve miedo de que me despidiera­n».

Este no ha sido su año. Superó una tuberculos­is y el Covid en marzo y aún renqueante se topó con una situación crítica. Los dos agresores acabaron en prisión sin fianza tres días después. La Policía les imputó un homicidio en grado de tentativa, pero hace solo unos días les impuso una fianza de 2.000 euros y quedaron en libertad tras pagarla. La víctima lo ha vivido como una afrenta y se pregunta si cuando llegue el juicio comparecer­án siquiera o ya ni siquiera estarán en España.

Vicente, a la pregunta de si volvería a hacerlo, no lo tiene tan claro como su mujer y eso que es él quien arrastra las secuelas. «No lo sé. Depende de las circunstan­cias, pero en una como esta no bajo solo, bajo con un palo... aunque, claro, me puedo buscar la ruina. Solo quería ayudar y mira cómo he acabado. Vi a una mujer sola con dos tíos. No podía seguir viendo la tele...».

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// MIQUEL PONCE CERCA DE LA MUERTE Vicente H., de 42 años, sufrió cuatro puñaladas de una navaja tipo mariposa en el pecho, los dos brazos y la pierna izquierda. Los agresores fueron detenidos horas después cerca de una discoteca
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