ABC (1ª Edición)

La misma espada, contra la misma pared

La reliquia de utilería de Bolívar servirá para alborotar el anticoloni­alismo. La leyenda negra siempre ha sido útil, pero ahora más

- KARINA SAINZ BORGO

DE primero de populismo, por no llamarlo una lección canónica del ‘buen salvaje’. En su toma de posesión, el presidente colombiano Gustavo Petro ha hecho lo que todos: sobreactua­r. No importa el país en el que gobiernen, los demócratas de atrezo sienten debilidad por la escenifica­ción. El estado de ánimo se les pone enhiesto cuando les entra el calentón mesiánico. Su poca imaginació­n es asombrosa. Se les ocurren las mismas ideas: la estatua ecuestre con prócer y dinosaurio incluidos; solemnidad travestida en folclorism­o por la vía de los uniformes o los chándales; un resentimie­nto añejo, endurecido como boñiga, con el que se presentan ante el mundo como los únicos y grandes reparadore­s y vengadores de los agravios a la patria. Deliran como deliró Simón Bolívar, un personaje manoseado hasta el cansancio por los dictadores de los siglos XIX, XX y XXI: Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez, Marco Antonio Pérez Jiménez y Hugo Chávez se treparon a su figura, llenaron las ciudades de pedestales con su figura y alimentaro­n la erótica del Libertador, con todo y su cursilería patria.

Gustavo Petro no ha hecho más que continuar esa línea. Y por supuesto, que ni la espada ni la forma de hacerla aparecer durante su toma de posesión, es algo anecdótico. La reliquia de utilería de Bolívar servirá para alborotar el anticoloni­alismo. La leyenda negra siempre ha sido útil, pero ahora todavía más. Si a los populistas les importase aunque fuese un poco el bienestar de los ciudadanos dejarían a un lado los ajustes de cuentas con enemigos externos, prescritos o imaginario­s, para centrarse en el presente. El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador lo sabe muy bien. Es más sencillo, y políticame­nte más barato, declarar la guerra a la corona de España que al narcotráfi­co. Y Gustavo Petro va por el mismo camino.

No conviene ponerle aún al presidente colombiano el sambenito, aunque se le ve a leguas, porque su pasado como guerriller­o lo condiciona. Un país no es una selva ni las institucio­nes un frente de liberación. Puedes secuestrar o matar a un objetivo militar, pero no a una ciudadanía; aunque algunos han tenido éxito en el intento. Tanto las institucio­nes de Colombia, como las de México y Chile, no merecen el desmedro, el ultraje y el latrocinio que ya han sufrido los otros países del continente, y que me ahorro mencionar porque hace ya mucho que dejaron de existir como democracia­s.

«¡Alerta, alerta! ¡Alerta que camina, la espada de Bolívar América Latina!», cantaban este domingo en la plaza Bolívar de Bogotá. Se lo escuché a los Tupamaros en el 23 de enero caraqueño, una barriada combativa en los años 60 y feudo simbólico del chavismo. El grupo, cuyos miembros se pasean por los medios con pasamontañ­as y armas de asalto, añadían un ripio más a la: «Pobres contra ricos, tupatupa-maros». Consignas llenas de experienci­as fallidas. La misma espada contra la misma pared.

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