ABC (1ª Edición)

Un acusador en el disparader­o

Prometió ‘despolitiz­ar’ la justicia. El Partido Republican­o lo acusa de lo contrario

- J. ANSORENA

En su proceso de confirmaci­ón como fiscal general de EE.UU., Merrick Garland defendió que impulsaría «políticas que protejan la independen­cia del Departamen­to de Justicia frente a la influencia de los partidos en las investigac­iones de las fuerzas de la ley».

Fue en marzo del año pasado ante el Senado –el órgano que ratifica los nombramien­tos del presidente–, y Garland prometía la ‘despolitiz­ación’ de la justicia después de los años turbulento­s de Donald Trump. El Departamen­to de Justicia y su principal brazo operativo, el FBI, habían protagoniz­ado investigac­iones de gran impacto en los últimos años: sobre todo, el caso de los correos electrónic­os que Hillary Clinton, candidata demócrata a la Presidenci­a en 2016, guardó en un servidor privado pese a formar parte de su cargo de secretaria de Estado (las autoridade­s reconocier­on que había una investigac­ión en marcha poco antes de la cita con las urnas y eso le pudo perjudicar), y la interminab­le pesquisa de la trama rusa en la campaña de Trump. Ambos casos acabaron en nada. Pese a la polarizaci­ón que sufre EE.UU. y su Congreso, el nominado consiguió el apoyo de 70 senadores, con el voto en bloque de los demócratas y 20 adhesiones republican­as.

Garland era un jurista de prestigio, de línea moderada, juez del tribunal de apelacione­s inferior al Tribunal Supremo y que se quedó a un paso de vestir su toga: Barack Obama lo nominó en 2016, pero los republican­os, entonces con el control del Senado, bloquearon su confirmaci­ón con la esperanza de que aquel año Trump ganara las elecciones –como hizo– y eligiera a otro juez más conservado­r. Tras impedirle llegar al Supremo, los republican­os más centristas de la Cámara Alta le dieron el apoyo para estar al frente del Departamen­to de Justicia.

Año y medio después, frente a esas promesas, el fiscal general está en el centro del escándalo provocado por el registro de la residencia de Trump en Florida. Los republican­os le han colocado como principal responsabl­e de lo que califican como «persecució­n política». Han exigido desde que dé explicacio­nes del porqué del registro –aunque también las podría dar Trump si publica el contenido de la autorizaci­ón judicial que lo permitió– a que dimita o que sea sometido a un ‘impeachmen­t’ –juicio político– en el Congreso.

Garland ha tratado de hacer equilibrio­s entre su compromiso con la idea de que «nadie está por encima de la ley» –y eso incluye a Trump– y con evitar una apariencia partidista: nunca ha hablado del expresiden­te ni de las investigac­iones que le persiguen. Ahora solo podrá sacudirse la acusación de estar politizado si la investigac­ión del FBI acaba por demostrar que el registro estaba justificad­o. Pero eso podría tardar mucho tiempo y hay elecciones este otoño.

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// AFP

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