¡Que Dios te libre de un toro bravo!
▶ Adame desoreja al mejor ejemplar de la corrida de Bañuelos y sale a hombros; Ferrera e Isiegas logran un trofeo
Decían los viejos aficionados aquello de ¡Dios te libre de un toro bravo! Y salió el segundo, con el hierro de Antonio Bañuelos, seriecito, con sus pitones por delante, y con una ganas irrefrenables de embestir. Lo recibió el mexicano Joselito Adame variado con el capote, y tomó un primer puyazo al relance del piquero que guardaba la puerta. Otro en su sitio, empujando, con la cara abajo, que apuntó definitivamente sus cualidades. Adame se lució en un quite por navarras y con la muleta basó el trasteo en los medios. Allí el de Bañuelos pedía guerra, que le plantearon solo a medias. Merecía muletazos más largos, más profundos. Sus arrancadas así lo demandaban. Faena en los medios, el terreno que pedía el toro, y con un torero más vistoso y airoso que sereno y templado. Tras unos pases de rodillas, con la muleta en la derecha lo llevó más largo, hasta donde el torero quisiera, que no siempre fue hasta el final. La nobleza y la transmisión que derrochaba el astado le puso el triunfo en bandeja, y tras una estocada caída, de efecto rápido, a las manos del mexicano fueron las dos orejas. El de Bañuelos se llamaba Cebollino, pesaba 568 kilos y tenía los cinco años cumplidos, un gran toro que mereció mayores honores.
El quinto, con sus limitaciones, también seguía las telas con buen son. Lo citó siempre de lejos el mexicano, que mandó en las embestidas y hasta se gustó en pasajes en donde encontró el temple y toreó con relajo. Estuvo listo en buscar el apoyo de los peñistas cuando la faena entró en derroteros más efectistas, desplantes incluidos. El delirio en los tendidos de sol ante el torero que los había despertado. La espada entró, pero se le atascó el descabello, que frenó en seco la apoteosis que se avecinaba, pese a la oreja que le cayó por decisión de los alegres del sol.
Soberana paliza
A los toreros aragoneses les cuesta un mundo abrirse camino en su tierra. El mítico Nicanor Villalta, con más de medio centenar de orejas cortadas en Madrid, siempre recordaba que las plazas que lo juzgaron con mayor dureza fueron las de su tierra. Va con el carácter aragonés de eso de «quien bien te quiere…» En ese tono, más de frialdad que de dureza, recibieron al maño Jorge Isiegas, con una alternativa de la feria del Pilar de 2019, que lucha por abrirse paso, a costa de lo que sea. Al tercero lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas, quería hacer suya la tarde, y se salió de su registro de toreo clásico. El de Bañuelos se quedó muy corto en sus viajes, fue como un muro al que se enfrentó desesperado el aragonés, que hasta se tiró a matar sin muleta. Se libró de una buena, pues la paliza fue soberana.
Fue más fiel a sí mismo con el sexto, que no tenía malas embestidas, y que le permitió lucirse por los dos pitones. Le faltó la picardía de los más veteranos de buscar el abrigo de las peñas desde un principio, pero la oreja que cortó le vino a compensar una tarde que se le puso muy cuesta arriba.
Abrió plaza y feria un toro cinqueño con más de seiscientos kilos, que los acusó desde que pisó la arena. No tenía mal son y Antonio Ferrera, con un horrendo capote, verde por delante y verde por detrás, tuvo la paciencia de sobarlo hasta conseguir algunos momentos de quietud. Medios muletazos, a media altura, que, unidos a su teatralización, fueron captando la atención de los espectadores. El final al natural tuvo su aquel, y la estocada el aval para pasear un trofeo.
Al cuarto, un animal con escasa entrega, se enfrentó con una solvencia que de no ser porque se le atragantó el verduguillo hubiera tenido mejor final. Se atascó el matador tras una media estocada que, con malas artes, el tercero Fernando Sánchez se encargó, con el toro ya en el suelo, de meter hasta la empuñadura. Qué necesidad.