ABC (1ª Edición)

La peor parte

En un inquietant­e vacío europeo de líderes capaces, a España le ha tocado el Gobierno más incoherent­e y menos fiable

- IGNACIO CAMACHO

LA acumulació­n de crisis –pandemia, inflación, guerra, energía– ha puesto de relieve en Europa un vacío de líderes fiables. No ya de políticos capaces de estimular la cohesión cívica y moral de sus sociedades, sino incluso de tipos que si no logran solucionar un problema al menos no lo agraven. Al más solvente de los últimos tiempos, el italiano Draghi, se lo han cargado sus propios socios populistas con un pretexto irrelevant­e, y el resto son el mejor de los casos funcionari­os eficaces o candidatos hábiles para aprovechar vientos electorale­s favorables, pero que ante contratiem­pos de enjundia demuestran que el poder les viene grande. La mediocrida­d de la clase dirigente ha hecho de la Unión un modelo frágil al que resulta sencillo someter a presión o chantaje.

A esa endeblez general se une en España el descrédito de un Gobierno que le ha perdido la lealtad y el respeto a su palabra. La falta de coherencia y ejemplarid­ad del sanchismo, junto a la insólita rapidez con que cambia de criterio o contradice su propia propaganda, han abierto en la opinión pública una gigantesca brecha de confianza, una zanja de desprestig­io que lo desconecta de las percepcion­es ciudadanas y lo aísla en una especie de burbuja de realidad aumentada. Simplement­e, es imposible creer nada que diga un Ejecutivo acostumbra­do a desdecirse por la tarde de lo que afirma por la mañana.

Ayer mismo, la vicepresid­enta Ribera se comprometi­ó a terminar en ocho meses el gasoducto con Francia, un proyecto cuya convenienc­ia lleva rechazando más de dos años, y al que aún se oponía en marzo pese a la creciente, palmaria evidencia de que el conflicto de Ucrania lo volvía necesario. Toda la firmeza de su apuesta ‘verde’ y renovable se ha desplomado sin que se moleste en dar una mínima explicació­n del bandazo, como si nunca hubiese hecho otra cosa que urgir el comienzo inmediato de los trabajos. Es la misma ministra que en julio pasado se opuso al plan comunitari­o de ahorro eléctrico para imponerlo una semana después a golpe de decreto… y a los dos días modificar de viva voz sus pautas de cumplimien­to, que todavía hoy siguen sin someterse a un método homogéneo.

Piruetas similares han ocurrido en todos los ámbitos, desde el mismo momento en que el presidente pactó con Podemos después de haber proclamado que dicha alianza le quitaba el sueño. Una pandemia negada hasta pocas fechas antes de dictar un confinamie­nto. Unos indultos concedidos tras meses y meses de desmentido­s enérgicos. Una inflación refutada hasta que la subida de precios alcanzó el diez por ciento. La lista es tan larga como la obstinació­n en descargar responsabi­lidades sobre factores ajenos. Sólo hay un asunto blindado a la autoenmien­da, y es la resistenci­a a bajar los impuestos, justo el que ya han rectificad­o otros gobiernos socialdemó­cratas europeos. También nos ha tocado la peor parte en eso.

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