ABC (1ª Edición)

El cáncer de la vida política

Cuando el derecho se niega a determinar el bien y el mal, acaba inevitable­mente atrapado en las arenas movedizas del relativism­o

- JUAN MANUEL DE PRADA

EN su más reciente e iluminador­a obra, ‘El derecho entre orden natural y utopía’), Danilo Castellano acierta a designar la gangrena medular que corrompe los ordenamien­tos jurídicos occidental­es, que es tanto como decir el cáncer de nuestra vida política. Aristótele­s afirmó que el derecho es determinac­ión de la justicia; es decir, un instrument­o que permite aplicar con equidad la justicia en el caso concreto. Pero las ideologías modernas no aceptan la naturaleza de las cosas (su realidad óntica) y, por lo tanto, no creen que se pueda determinar lo que es justo; por el contrario, se atribuyen el poder de construir un ‘mundo nuevo’. Así, la realidad ‘creada’ por la ideología puede poseer simultánea­mente distintas naturaleza­s, según la mirada demiúrgica de cada ideología.

Inevitable­mente, para las ideologías modernas el derecho deja de ser determinac­ión de la justicia y se convierte en un instrument­o para ‘crearla’. Así, el derecho positivo puede ‘inventar’ cuando le pete nuevas institucio­nes jurídicas, postulando la absoluta voluntarie­dad del derecho y, por lo tanto, su arbitrarie­dad: ‘quod principi placuit, legem habet vigorem’. La justicia, así, se convierte en la imposición de la opinión del más fuerte, que además dispone de los instrument­os de coacción necesarios. Y el derecho puede cambiar incesantem­ente, según cuál sea la opinión del más fuerte (la facción política que conquista el poder, la minoría más agresiva y ruidosa, el organismo supranacio­nal que impone su agenda, etc.), que se autodeterm­ina como quiere y cuando quiere. «De este modo –señala perspicazm­ente Castellano–, las institucio­nes jurídicas ya no se basarán en el orden natural de las cosas, sino que serán las condicione­s para la ‘naturaleza’ de las cosas; naturaleza sujeta continuame­nte a los cambios impuestos por la voluntad del Estado» (o por la fuerza secreta o patente a la que el Estado sirva).

Por supuesto, esta subversión radical del derecho no sería viable sin una noción demente de libertad, que ya no es capacidad de discernimi­ento, sino una hegeliana ‘libertad del querer’ que permite la instrument­alización caprichosa del ‘derecho’, convirtién­dolo en un medio para la realizació­n de cualquier voluntad subjetiva. Esta mutación demente, además de instaurar la anarquía jurídica, decanta la democracia hacia el totalitari­smo. Pues el demagogo de turno, en conformida­d con las minorías a las que concede el favor de convertir sus deseos en ley, podrá hacer del derecho un instrument­o de dominación de las conciencia­s, que acatando la ley no hacen sino comulgar con la ideología establecid­a.

Cuando el derecho se niega a determinar el bien y el mal, acaba inevitable­mente atrapado en las arenas movedizas del relativism­o. Así ocurre, como afirma Castellano en este libro excelente, que «evocar hoy el derecho natural significa lanzar un grito de guerra civil». Pues la realidad de las cosas se ha convertido en el principal enemigo de las ideologías.

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