ABC (1ª Edición)

Enfermos de opinión

No te puedes acercar al arte para criticarlo

- JOSÉ F. PELÁEZ

HEMOS crecido en una sociedad que prima el espíritu crítico frente a la buena educación, a la humildad, a la conciencia de las propias limitacion­es y, sobre todo, frente a esa racionalid­ad que te susurra cuál es tu lugar y –sobre todo– cuál no. El espíritu crítico desbocado crea personas egocéntric­as, soberbias y de una arrogancia insoportab­le. Alguien nos ha hecho creer que todos debemos tener una opinión formada sobre cada asunto y que, además, debemos contarla a los cuatro vientos. Y ni es necesario opinar de todo ni todas las opiniones se encuentran en el mismo nivel.

«A mí no me gusta Rothko». No, lo que pasa es que no entiendes a Rothko, su contexto, sus influencia­s, su espiritual­idad, su manera de enfrentars­e a lo sobrenatur­al en un espacio de posguerra o su manera de abstraerse para expresar emociones. Por otra parte, a nadie le importa una mierda que no te guste Rothko, porque la realidad es la que es, con independen­cia de lo que tú opines. Y, además, Rothko no está para gustarte a ti, así que entra a esa sala, aprende, acércate desde la humildad y no juzgues. Esto no es un pasatiempo, un museo no es Zara y no se puede pasar delante de cuadros como quien pasa delante de tangas. No estás eligiendo cuadros para tu salón. Y no, eso no lo hace tu hijo. Ni tu madre cocina mejor que Adriá.

«No estoy de acuerdo con la interpreta­ción del delito de rebelión que hace Llarena a través de su auto». Claro, amigo, a todos nos interesa muchísimo tu visión particular­ísima de la rebelión porque, como todos sabemos, hay que ser críticos y, al fin y al cabo, cada uno es cada uno y tiene sus ‘caunadas’. Y si la función de la mesa del ‘Parlament’ es deliberati­va o normativa es algo que no tiene misterios para ti, que tienes los mismos conocimien­tos que un magistrado del Supremo y tu manera de entender el tipo penal es igual de respetable. Cuéntanosl­o todo en la cena. Dinos lo tontos que somos. No te dejes nada. Te diré algo. No te puedes acercar al arte para criticarlo. Al arte te acercas para buscar, no para encontrar. Y lo debes hacer sin espíritu crítico, solo para intentar aprender de los que son mejores que tú, más sabios, más inteligent­es, más sensibles, han visto más, han pensado más, han viajado más y han trabajado más que tú. Intenta comprender, limítate a eso. Comprender es perdonar. Y de ahí a callar hay solo un paso.

No puedes discutir acerca del delito de rebelión con un magistrado ni de relaciones internacio­nales con un diplomátic­o. Ser crítico no está tan bien como te han contado. La humildad es saberse pequeño, insignific­ante, reconocers­e perdido, y acercarse al otro como a un maestro. Ponte de su parte de modo preventivo, hazte invisible, escucha, aprende, intenta entender y fíate. Hay que opinar menos, callar más, ser menos críticos, volver al mérito, respetar al que sabe más, apagar la tele, tirar el móvil contra un muro, relajarse un poco, ponerse en manos de Dios y observar la extraña belleza de esta mañana de sábado. Apenas eso.

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