La rectificación
La cuestión es cómo salir de esta crisis política, económica y social que ha derivado en un descrédito de las instituciones
ESCRIBÍA Balzac que en las grandes crisis el corazón se rompe o se curte. La frase vale para este momento: o nos dejamos llevar por el desaliento o aprovechamos la experiencia para mejorar nuestras condiciones de vida. Lo cierto es que, desde el comienzo de la pandemia hace dos años y medio, estamos en unos tiempos en los que crece una sensación de derrumbe de la forma de vivir y de las seguridades que habíamos disfrutado.
Apenas superado el impacto del coronavirus, sucedió la guerra de Ucrania, que ha venido acompañada de otras catástrofes como el alza de los precios de la energía, la ola de calor que ha derivado en pavorosos incendios y la escasez de algunos bienes de consumo.
No hace falta insistir en la descripción de los muchos males que nos asolan porque todos somos conscientes. Sólo añadiré que la vuelta a la guerra fría, con los matices que se quieran, el virus y el cambio climático han trastocado nuestra percepción de la realidad. Nos han forzado a ser más pesimistas. Empezamos a tener la sensación de que hemos hecho muchas cosas mal como, por ejemplo, la dependencia del gas ruso y de Putin, la laxitud en la defensa del medio ambiente, el abandono del campo y, en general, la adopción de un modo de vida que, a largo plazo, parece insostenible.
El mundo se ha tornado mucho más inseguro e imprevisible y muchas de nuestras certezas se han derrumbado. Entre ellas, la ciega confianza de que la tecnología nos ayudaría a disfrutar de un progreso sin límites.
La cuestión es cómo salir de esta crisis política, económica y social que ha derivado en un descrédito de las instituciones. Nadie tiene una varita mágica y menos en un entorno sometido a un cambio imprevisible y acelerado. Pero es preciso subrayar que muchos de los errores cometidos son achacables a la mediocridad de nuestros dirigentes y a su estrechez de miras, fomentada por el cortoplacismo que rige nuestra sociedad.
Aquí reside buena parte del problema: jamás resolveremos los grandes desafíos que tenemos pendientes si los políticos sólo piensan en como ganar las próximas elecciones o si sus decisiones se basan en el impacto sobre su electorado. Esto es fácil de decir, pero muy difícil de revertir, porque inexorablemente hay que adoptar políticas a largo plazo, cuyos efectos tardarán en notarse muchos años y que pueden ser impopulares. Por ejemplo, resulta necesario reformar el sistema de pensiones en nuestro país si queremos que sea viable en el futuro. Pero esto es algo que nadie quiere asumir.
La cuestión no es tanto que no sepamos lo que hay que hacer como aceptar el coste de las decisiones que hay que tomar para preservar el medio ambiente y vivir con una economía sostenible. No es seguro que vayamos a responder al reto, pero sí que las crisis siempre generan oportunidades de rectificar lo que se ha hecho mal.