«Por minutos no escapé con mi familia»
Gholam y su familia llevan un año escondidos. Colaboró con España y eso le convirtió en objetivo de los talibanes. Intentó salir, pero el atentado en el aeropuerto de Kabul se lo impidió
El aeropuerto internacional de Kabul se convirtió en el mes de agosto del año pasado en la única vía de escape para los miles de ciudadanos extranjeros y decenas, o cientos, de miles de sus aliados afganos que intentaron huir del país tras la toma del poder por los talibanes. En seguida, el trasiego de aviones y de fuerzas armadas internacionales evacuando a aquellos amenazados por los fundamentalistas se convirtió en constante. Día y noche salían aviones y se evidenciaba la pérdida total del control de un país que caía en manos del terror talibán. Eran los últimos días de las operaciones de evacuación preparadas por los norteamericanos y la gente se hacinaba desesperada.
Para Gholam y su familia el aeropuerto era la única opción. Este excolaborador afgano con la misión española en la provincia de Badghis, viajó junto a sus dos hijos (de cuatro y seis años), su hermano pequeño y su mujer hacia la capital afgana. Recorrieron más de ochocientos kilómetros en autobús por carreteras llenas de controles de los talibanes. «Más de quince horas nos costó llegar», asegura este afgano que trabajó para las Fuerzas Armadas españolas desplegadas en Qala-I-Now.
Tras un viaje infernal, con temperaturas que rozaron los 42 grados y solo con una pequeña bolsa y una botella de agua y la tarjeta de identidad llegaron a la puerta del aeropuerto, donde les habían citado para coger un avión que los sacara de ahí. Pero el día escogido para acercarse a la terminal e intentar conseguir uno de aquellos preciados sitios en un avión fue el 26 de agosto de 2021. Ese día dos terroristas suicidas se hicieron detonar una alta carga de explosivos en la inmediaciones de la terminal y acabaron con la vida de más de 60 personas, entre ellas 13 estadounidenses.
«El caos se apoderó del aeropuerto. Estaba muy concurrido. No cabíamos. Todo el mundo iba corriendo de aquí para allá. Nos golpeábamos unos a otros. Casi pierdo a mis hijos porque me soltaron la mano y la multitud se los tragó. Vi cuerpos de mujeres, niños y hombres esparcidos por todas partes después de la explosión. El polvo se apoderó de todo y por unos minutos no se podía ver nada», recuerda Gholam, con un susurro de voz y aún con el miedo en el cuerpo, a pesar de que hace casi un año que aquello sucedió. El ataque terrorista fue reivindicado por Daesh. La explosión ocurrió en la puerta del aeropuerto, donde las tropas estadounidenses examinaban a las personas que intentaban ingresar.
Durante tres días esperaron en Kabul, escondidos en un hotel. Pero la salida del país se hizo imposible y tuvieron que volver hacia la provincia de Badghis. «No teníamos otra opción. Nos quedábamos sin dinero. Corríamos más peligro en Kabul que en Bagdhis y decidimos volver», cuenta este excolaborador con la misión española durante más de seis años. Ahora, recluido en su casa solo sale para trabajar como mecánico con temor a que los talibanes lo encuentren y acaben con su vida.
Gholam sabe que continuar trabajando le expone ante los talibanes o vecinos que apoyan el fundamentalismo y la violencia del grupo y que conocen a qué se dedicó hace unos años, pero no le queda más remedio si su familia quiere seguir comiendo. «Sé que los talibanes siguen buscando a la gente que colaboró con las fuerzas extranjeras. Tenemos mucho miedo. Estamos atrapados en nuestras propias casas», confiesa.
Sin recursos
Un año llevan escondidos esperando a poder ser evacuados. Fueron minutos los que le separaron de poder huir con su familia rumbo a España. Aún siguen enviando la documentación necesaria a las embajadas de los países vecinos de Afganistán, pero para poder salir del país necesitan un dinero que, de momento, no tienen. Llegar a Irán o a Pakistán por carretera desde Bagdhis no es camino fácil. Y los controles de los talibanes siguen siendo muy exhaustivos. «Siguen buscando infieles, como ellos nos llaman y no pararán», cuenta.
Gholam no para de pensar qué hubiera pasado si en vez de salir de su casa el 25 de agosto hubiera salido un día antes. «No dejo de darle vueltas. Si nos hubiéramos decidido antes, ahora estaríamos en España». Se fustiga porque sus hijos siguen atrapados en un país donde el futuro es oscuro. Sobre todo para la pequeña Asma, de seis años. Ahora, el país donde nació no es un lugar seguro para las niñas y mujeres. Ni tampoco un lugar donde poder estudiar. «Mi hija no podrá ir al colegio. Los talibanes lo prohíben y eso me rompe el corazón».
Se sienten olvidados. Después de un año casi han perdido la esperanza de escapar de su país. Sin embargo, después de varios meses sin operaciones de evacuación, esta semana, casi 300 excolaboradores y sus familias lograron salir desde Islamabad, capital de Pakistán, y llegaron a la base aérea de Torrejón de Ardoz en Madrid en un avión fletado por Defensa. «Esa es la única opción. Llegar a otro país, no es fácil pero lo vamos a intentar. No podemos permanecer más en este país», dice Gholam.