Muere el padre de ‘El pequeño Nicolás’
Jean-Jacques Sempé (1932-2022) Francia pierde al «resistente» más feliz, luminoso y triunfante de sus años más negros y trágicos
Sempé, que falleció este jueves, contrajo matrimonio en tres ocasiones, con Christine Courtois, Mette Ivers y Martine Gosseaux. Su primer hijo, Jean-Nicolás, murió prematuramente. Su hija, Igna Sempé velará por una herencia considerable: las decenas de libros y millones de ejemplares confieren a los héroes del dibujante una sólida inmortalidad monetaria. El pequeño Nicolás es el personaje más célebre y emblemático de Sempé, dibujante, humorista, cuya obra tomó una dimensión cosmopolita e internacional a través de las portadas del ‘New Yorker’, a partir de 1978, instalado en la cúspide del chiste y la historieta francesa, europea, a través de ‘Sus Ouest’, ‘Le Figaro’, ‘L’Express’, ‘Le Nouvel Observateur’ o ‘Paris Match’, entre otras publicaciones.
Sempé publicaba dibujos e historietas en la prensa de provincias (Burdeos), durante los años 50 del siglo pasado, cuando se cruzó con René Goscinny, que ya era relativamente famoso, en las oficinas parisinas de una agencia de prensa belga, World Press. Nació una gran amistad y una leyenda.
Goscinny, uno de los padres del futuro Astérix, y Sempé, imaginaron un personaje, el Pequeño Nicolás, que no tardaría en convertirse en una leyenda, llamada a crecer durante más de medio siglo y una veintena de volúmenes, vendidos por millones de ejemplares en cinco continentes.
A través de sus dibujos, Sempé, recordaba su infancia. A través de sus historias, Goscinny contaba las metamorfosis de una Francia que había salido del trauma trágico de la ocupación, durante la Segunda guerra mundial y se transformaba a un ritmo vertiginoso.
La colaboración entre Sempé y Goscinny duró muchos años. Ambos creadores tuvieron muchas otras vidas, personales y creativas. Astérix y Obélix irrumpieron en la escena mitológica de los grandes personajes de su tiempo. El pequeño Nicolás siguió siendo un niño, para la eternidad. Pero Sempé creó muchos otros personajes, sin nombre, las más de las veces, que son, siempre, distintos rostros del mismo hombre o mujer, que sigue siendo un niño, caminando, solo, atravesando, olímpico, la soledad de la vida, los dramas de la historia, sin perder nunca, jamás, una sonrisa luminosa y feliz.
Esa dimensión olímpica del pequeño Nicolás y de todos los personajes de Sempé quizá sea un caso único en la historia de la cultura francesa de nuestro tiempo, no solo gráfica, visual. «Con los años, he conseguido ser razonable, ocasionalmente. Pero nunca he llegado a ser un adulto», confesó Sempé hace años, resumiendo, su vida y su obra con doce palabras.
Sempé fue un hijo natural, nacido antes del matrimonio de su madre. Su padre adoptivo, Monsieur Sempé, fue un representante de comercio poco afortunado. El niño Sempé tuvo
Esa dimensión olímpica de todos los personajes de Sempé quizá sea un caso único en la historia de la cultura francesa de nuestro tiempo, no solo gráfica, visual
una infancia poco o nada afortunada. Sus padres se peleaban a gritos, con violencia apenas contenida, con mucha frecuencia, insultándose y diciéndose horrores en presencia del niño.
La escuela fue una suerte de refugio para el niño Sempé, mal estudiante poco o nada interesado por la cultura, mucho más fascinado por la música popular (orquesta de Ray Ventura), las novelas policiacas (Fantomas), las revistas femeninas, donde descubre los dibujos animados, las ilustraciones fastuosas, tan alejadas de la triste realidad de la Francia pobre, modesta, humilde, gris y negra, donde comienza a convertirse en hombre.
Esa infancia familiar, infeliz, terminó con la huida a París, donde se alistó en el ejército con papeles falsos, refugiándose en el servicio militar para escapar a otras realidades más o menos ingratas. Sus primeros empleos, en el sur, como distribuidor de muy diversos productos, en bicicleta, habían sido un fracaso. Sus primeros dibujos, en Burdeos, fueron mucho más estimulantes.
Como la Zazie de Raymond Queneau y Louis Malle, el niño Sempé, en Burdeos y los Pirineos, el joven Sempé, en París, es un vagabundo a toda hora maravillado con sus descubrimientos de los misterios de París. Ese niño insumiso, irresistiblemente feliz y optimista, es la matriz física y espiritual de toda la vida y la obra de Sempé, testigo y protagonista invicto de todas las crisis de Francia y otras patrias.