Perera y Rufo despiertan de una película mil veces vista
► Ambos salen a hombros en una tarde festiva en la que El Juli cortó una oreja
La sorpresa, lo inesperado, el momento en que todo cambia. Para bien o para mal. En una corrida de toros lo peor es que el espectáculo resulte predecible, que falte precisamente ese componente de imprevisión que hace mágica la lucha de un toro y un hombre en la arena. Lamentablemente, la tercera corrida de los sanlorenzos oscenses resultó una película mil veces vista, por lo menos hasta los dos últimos toros, cuando Miguel Ángel Perera y Tomás Rufo despertaron de lo que era una película repetida una y mil veces.
¿La culpa? En este caso no fue de los toros, pues la corrida de El Torero, la divisa que creó Salvador Domecq, dentro de su desigualdad en las formas tuvo su punto de casta, embistió por abajo en su mayoría y ofreció mucho para que los de luces se expresaran. Pues ni bien ni mal ni regular, que es lo peor que se puede reseñar al valorar todo lo que sucedió en el ruedo oscense.
Se cortaron orejas, sí, hasta seis ¿y? Esa es la pregunta, otra cosa es la respuesta, que pasará por una tarde triunfalista y festiva con una presidencia a favor. A hombros se llevaron a Perera y a Tomás Rufo, que en los dos últimos toros apretaron el acelerador y se sacudieron la abulia de un festejo que iba camino de la nada.
Miguel Ángel Perera fue el mejor parado de la terna. Al segundo, que tenía su punto de casta, lo aguantó, lo toreó con corrección y ya en las postrimerías de la faena le obligó a embestir por el pitón izquierdo. Sin embargo, allí faltaba más alma, por lo menos unas dosis de arrebato, ya que el público solo respondía en los pases de pecho y en los remates.
Mejor anduvo con el quinto, salió a darle la vuelta a la tortilla y lo consiguió. Por lo menos logró captar la atención desde que se abrió de capote. Brindó al respetable, como en su primero, y todo parecía preparado para la faena repetida. Sin embargo, la entrega, el pasarse los pitones muy cerca, con ajuste en los muletazos, desprendió un aire fresco, una secuencia que no estaba en el triste guión de una tarde más de sesión continua. La faena fue a más, muy metido en los terrenos del toro, lo que unido a la rotundidad de la espada, le llevaron a sus manos las dos orejas, estas con mucho mayor peso.
En el mismo tono mortecino que inundaba los primeros actos de la tarde, Tomás Rufo se enfrentó al tercero. El toledano estuvo fácil, demasiado fácil, con escaso compromiso, pues los muletazos con una y otra mano resultaban despegadillos. No hubo respuesta de los tendidos, ni en la sombra ni, mucho menos, entre la algarabía de los tendidos de sol. Una labor que dijo muy poco y que tan solo levantó algo el ánimo en los circulares de espaldas y las manoletinas con que intentó solapar todo lo anodino de una faena sin poso.
Desplante final
Las bondades del sexto de El Torero le hicieron despertar. Más entrega y mejores dosis de templanza, que concurrieron en un final de cercanías, con los pitones muy cerca. Ahí sonó el despertador, como en un desplante final. La estocada, con su punto desprendida, fue efectiva y el público quiso acabar la tarde en fiesta. Una oreja, otra más de una presidencia que no estaba dispuesta a aguar la tarde, y a hombros junto a Perera.
El que abrió plaza, amplio de carnes y con poco por delante, quería caballo y se empleó ante el piquero y embistió con bondad. Así lo entendió El Juli, que se hartó de darle muletazos, y solo calentó el ambiente en el epílogo. Como el palco estaba por la labor, poco importaron el pinchazo, la estocada y el descabello para que el madrileño paseara la primera oreja del festejo. Con el cuarto, que no acabó de humillar, pero se movió, El Juli anduvo buscándole las vueltas para acabar aprovechando con soltura el viaje relajado hacia las tablas. La cosa no pasó de ahí, como el silencio en el que desembocó su actuación.
Si nos vamos a la ficha del festejo, la salida a hombros de Miguel Ángel Perera y Tomás Rufo da a entender una gran tarde de toros. Si nos adentramos en lo sucedido durante más de dos horas en el ruedo oscense, nos damos de bruces con una realidad tantas veces repetida. Sonó el gong a última hora. Dos toreros por la puerta grande no es poca cosa se dirán los protagonistas lavando conciencias.