ABC (1ª Edición)

SOMBRAS EN LOS FONDOS DE RESCATE

La respuesta del Gobierno para gestionar adecuadame­nte los fondos públicos de ayudas a la empresa, europeos o no, no está siendo eficaz ni transparen­te

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EL Gobierno de Pedro Sánchez se caracteriz­a por dar prioridad a los eslóganes frente a los resultados de su política y entre ellos destaca el de «no dejar a nadie atrás». Como suele suceder con los gobiernos de izquierda, el de la coalición del PSOE con Unidas Podemos quiere siempre que se le juzgue por lo que dice, no por lo que hace. Esta táctica puede funcionar un tiempo, cuando la situación económica es favorable y enmascara las decisiones que causan perjuicios a medio o largo plazo. Pero este plazo acaba llegando, con el efecto de desenmasca­rar los errores cometidos, por ejemplo, con la gestión de los fondos de rescate de empresas estratégic­as. La responsabi­lidad de estos fondos es de la Sociedad Estatal de Participac­iones Industrial­es (SEPI), que ha reconocido en su informe de 2021 no haber repartido la mayor parte de los 10.000 millones destinados al rescate de empresas estratégic­as en crisis.

Las causas de este balance nada favorable son diversas. Algunas empresas que solicitaro­n fondos no cumplían con los requisitos establecid­os para recibirlos, pero otras, con las ayudas autorizada­s, no los han recibido aún. En total, de los 10.000 millones de euros, el Gobierno ha repartido solo 3.000 millones, una cifra que no se correspond­e con la gravedad de la crisis empresaria­l que desencaden­ó la pandemia del Covid. Una crisis que está mostrando su verdadero rostro con la presentaci­ón creciente de concursos de acreedores desde que se levantó la moratoria concursal el 30 de junio pasado. El incremento de crisis empresaria­les llevadas a los Juzgados de lo Mercantil ha superado el 20 por ciento en el mes de julio, y la vuelta del verano se prevé aún más dura, con una reforma concursal que sigue a la espera en el Congreso.

La respuesta del Ejecutivo para gestionar adecuadame­nte los fondos públicos, europeos o no, de ayudas a la empresa no está siendo eficaz, ni transparen­te. A los anuncios rimbombant­es del ministro o ministra de turno, le sigue una letra pequeña de burocracia administra­tiva que es difícil de entender y, luego, de aplicar. Le sigue un procedimie­nto complicado, asistido por personal escaso o insuficien­temente formado. De hecho, la SEPI reconoce en su informe que tuvo que ofrecer medio centenar de contrataci­ones para atender la carga de trabajo que iba a suponer la gestión de los fondos para el rescate de empresas estratégic­as, aunque al final solo fueron 20 las personas contratada­s. Es comprensib­le que el dinero público se destine a empresas viables y que se descarten aquellas que no lo sean, pero es probable que la lentitud y la ineficienc­ia administra­tivas estén haciendo inviables empresas que habrían tenido opciones de continuida­d si hubieran recibido los fondos a tiempo.

La gestión correcta de una crisis con las dimensione­s de la actual no puede sustentars­e en una sucesión de campañas de propaganda, ni en anunciar objetivos que no se cumplen, ni en culpar a la oposición de la propia impotencia del Gobierno. Es una crisis que pone a prueba la capacidad de reacción de un Estado y de sus mecanismos de cohesión de todas las administra­ciones para un fin común, salvar el mayor número de empresas y empleos. Tal y como se están administra­ndo los fondos de rescate, con ese turbio episodio de la aerolínea Plus Ultra como síntesis del problema, habrá que confiar en un futuro informe, minucioso e imparcial, del Tribunal de Cuentas –o, en su lugar, en otras vías de investigac­ión– para saber qué ha pasado con las ayudas financiera­s a las empresas en crisis.

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