Amor de verano
Todo amor romántico desmiente silenciosamente las fórmulas definitivas del feminismo
TODA subjetividad del amor de verano se agrieta sin previo aviso al introducir las nuevas doctrinas y las jerarquías admitidas en el orden de los placeres. Por mi parte, decidí de manera voluntaria no participar en el feminismo y otros dogmatismos juveniles cuando en el verano de 2016 me topé con la magistral provocación de Albert Cohen: ‘Bella del señor’. Yo erigía en modelo de conducta a la protagonista, Ariane, que desmentía silenciosamente las fórmulas definitivas de los nuevos dogmas al describir una búsqueda permanente del amor puro llevado a la exageración, casi al ridículo. Me iba reconociendo cada vez menos en las consignas tajantes de la tribu feminista, que creía que el amor romántico formaba parte de la violencia machista y reproducía roles sexistas. Me propuse no ceder nada en el relato canónico del amor, y me permití el derecho a la voluptuosidad sentimental. Cuando las feministas se postraban ante los nuevos mantras sobre las trampas del amor romántico, yo estaba agradecida a Cohen, y de él tomaba mi inspiración. El amor entre Ariane y Solal podía ser un error a ojos de las feministas, pero era también la juventud recobrada, y el mar tibio y su transparencia frente a la orilla, la gloria y el verano.
Cohen me liberó y me mostró que la experiencia del amor revela precisamente lo que el feminismo recubre al asimilarlo o al englobarlo: la trascendencia del Otro. Lo rebelado no pierde su misterio en el descubrimiento propio, sino en el momento en que un modelo se impone, en forma de lección o dogmatismo. El pensador que niega la irreductibilidad del Otro sustituye la experiencia por la teoría, finge el pensamiento, y aquí radica la fragilidad y la tensión a la que está sometido el discurso feminista. En el feminismo, el delirio en torno al amor romántico también es parte del no reconocimiento de la realidad del Otro, se piensa entonces el vacío del otro, se llena el vacío de pulsiones y de imágenes inventadas. Todo pensador que evita las posibilidades y peligros habituales del reconocimiento del Otro, de su realidad, está siempre dispuesto a fingir el pensamiento, agarrándose a una teoría y ajustando a ella su experiencia.
Todo amor romántico desmiente silenciosamente las fórmulas definitivas del feminismo, y sus teorías sobre la cultura monógama o la pareja tradicional, pero ahí siguen las negacionistas con sus consignas y sus teorías del patriarcado. Cohen no podía adivinar el daño irreparable que iban a llevar a cabo los estudios y teorías de género que triunfan hoy en el mundo occidental. El pobre ignoraba que la diferencia de los sexos es una mera construcción social, y que una vez reducidos los viejos estereotipos por medio del paciente trabajo de la deconstrucción, cada uno podría decidir soberanamente su género. Tampoco se planteaba que las nuevas prescriptoras morales iban a acabar con lo irreductible del amor romántico. Así pues, Cohen es un novelista discapacitado para las feministas del siglo XXI, y ambos compartimos la misma discapacidad.