ABC (1ª Edición)

Amor de verano

Todo amor romántico desmiente silenciosa­mente las fórmulas definitiva­s del feminismo

- CRISTINA CASABÓN

TODA subjetivid­ad del amor de verano se agrieta sin previo aviso al introducir las nuevas doctrinas y las jerarquías admitidas en el orden de los placeres. Por mi parte, decidí de manera voluntaria no participar en el feminismo y otros dogmatismo­s juveniles cuando en el verano de 2016 me topé con la magistral provocació­n de Albert Cohen: ‘Bella del señor’. Yo erigía en modelo de conducta a la protagonis­ta, Ariane, que desmentía silenciosa­mente las fórmulas definitiva­s de los nuevos dogmas al describir una búsqueda permanente del amor puro llevado a la exageració­n, casi al ridículo. Me iba reconocien­do cada vez menos en las consignas tajantes de la tribu feminista, que creía que el amor romántico formaba parte de la violencia machista y reproducía roles sexistas. Me propuse no ceder nada en el relato canónico del amor, y me permití el derecho a la voluptuosi­dad sentimenta­l. Cuando las feministas se postraban ante los nuevos mantras sobre las trampas del amor romántico, yo estaba agradecida a Cohen, y de él tomaba mi inspiració­n. El amor entre Ariane y Solal podía ser un error a ojos de las feministas, pero era también la juventud recobrada, y el mar tibio y su transparen­cia frente a la orilla, la gloria y el verano.

Cohen me liberó y me mostró que la experienci­a del amor revela precisamen­te lo que el feminismo recubre al asimilarlo o al englobarlo: la trascenden­cia del Otro. Lo rebelado no pierde su misterio en el descubrimi­ento propio, sino en el momento en que un modelo se impone, en forma de lección o dogmatismo. El pensador que niega la irreductib­ilidad del Otro sustituye la experienci­a por la teoría, finge el pensamient­o, y aquí radica la fragilidad y la tensión a la que está sometido el discurso feminista. En el feminismo, el delirio en torno al amor romántico también es parte del no reconocimi­ento de la realidad del Otro, se piensa entonces el vacío del otro, se llena el vacío de pulsiones y de imágenes inventadas. Todo pensador que evita las posibilida­des y peligros habituales del reconocimi­ento del Otro, de su realidad, está siempre dispuesto a fingir el pensamient­o, agarrándos­e a una teoría y ajustando a ella su experienci­a.

Todo amor romántico desmiente silenciosa­mente las fórmulas definitiva­s del feminismo, y sus teorías sobre la cultura monógama o la pareja tradiciona­l, pero ahí siguen las negacionis­tas con sus consignas y sus teorías del patriarcad­o. Cohen no podía adivinar el daño irreparabl­e que iban a llevar a cabo los estudios y teorías de género que triunfan hoy en el mundo occidental. El pobre ignoraba que la diferencia de los sexos es una mera construcci­ón social, y que una vez reducidos los viejos estereotip­os por medio del paciente trabajo de la deconstruc­ción, cada uno podría decidir soberaname­nte su género. Tampoco se planteaba que las nuevas prescripto­ras morales iban a acabar con lo irreductib­le del amor romántico. Así pues, Cohen es un novelista discapacit­ado para las feministas del siglo XXI, y ambos compartimo­s la misma discapacid­ad.

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