ABC (1ª Edición)

Las 124 horas del dispositiv­o Cronos hasta abatir a Younes

∑ Tres mossos repasan su actuación tras el atropello en Las Ramblas ∑ El objetivo policial para frenar el terrorismo autóctono es la prevención

- ELENA BURÉS

«Cuando lo capturaron me eché a llorar. Liberé la tensión acumulada durante todos esos días», recuerda Joan (nombre ficticio), policía destinado en Ciutat Vella y uno de los corrieron en dirección contraria a quienes huían del miedo. Eran las 15.59 del 21 de abril de 2017 cuando un mosso alertó por la emisora: «Prioridad, está aquí, en la depuradora. Cinturón de explosivos». De fondo, su compañero: «Al suelo, al suelo». Fue así como dos agentes abatieron a Younes Abouyaaqou­b en un camino de Subirats (Barcelona), después de que éste desoyese sus advertenci­as y corriese hacia ellos al grito de ‘Alah u-Akbar’. El cinturón resultó ser simulado, pero entonces no lo sabían. Habían pasado 96 horas desde que el individuo arrolló a centenares de peatones que transitaba­n por Las

Ramblas. El dispositiv­o Cronos, que activa a todas las unidades del Cuerpo catalán en caso de atentado, se alargó hasta las 22.00 horas del día siguiente. Younes Abouyaaqou­b mató a 14 personas y más de un centenar resultaron heridas de diversa gravedad. En su huida, asesinó a puñaladas a Pau Pérez, cuando el joven aparcaba su vehículo en la zona universita­ria. Así fue como el terrorista huyó de Barcelona, con el cadáver en el maletero de un Ford Focus.

Minutos después, varios agentes le dieron el alto en el control desplegado en la Diagonal, pero éste siguió la marcha y arrolló a varios uniformado­s. Tras abandonar el coche en Sant Just Desvern, se le perdió la pista, hasta que una llamada alertó a la Policía catalana sobre su paradero, en una zona de viñedos en Subirats.

Cinco días antes, cuando pasaban pocos minutos de las cinco de la tarde, el jefe de turno de la comisaría de los Mossos en Ciutat Vella salió hacia las Ramblas tras recibir la alerta por el atropello masivo. «La furgoneta estaba en el mosaico de Joan Miró, había cuerpos sin vida en su trayectori­a y alguno bajo el vehículo. Mi primera reacción fue preguntar al sargento de las ARRO que estaba allí si había alguien o algo –explosivos– dentro», explica a ABC, a punto de cumplirse el quinto aniversari­o del 17-A. Una de sus funciones fue garantizar la llegada de los servicios de emergencia­s para atender a los heridos. «La primera directriz que doy es que se liberen las vías para que puedan llegar las ambulancia­s». Junto al sargento y un cabo de Informació­n, organizaro­n un minicentro de mando avanzando, como marca el protocolo, para gestionar los recursos y competenci­as de que disponían. La búsqueda del conductor ya estaba en marcha. «Era un atentado» «Comenzó a haber informacio­nes de todo tipo. Desde que había un hombre –armado– en un tejado, a que había huido por la calle Boquería, cuando en realidad, como supimos después, había escapado por el mercado», recuerda el mando.

«Fuimos la tercera patrulla en llegar. Cuando cantaron por la emisora que una furgoneta bajaba por las Ramblas teníamos muy claro que era un atentado», cuenta Joan. «La sensación era de miedo e incertidum­bre. Creí que no saldríamos de allí, pero la prioridad era evacuar a los heridos. No tienes que pensar, sino actuar», señala.

Entre el alud de informacio­nes, la que aseguraba que había hombres armados en un centro comercial cercano. «Pensamos que ese sería el segundo ataque», rememora. No fue así. Él y sus compañeros buscaron al terrorista huido en locales cercanos, donde habían confinado a los viandantes. También custodiaro­n los cuerpos de las víctimas hasta que llegó la comitiva judicial.

El mosso Pablo G. se quedó junto al cadáver de una turista belga, frente a la Casa Beethoven. «Sus dos niños y el marido estaban recluidos dentro de la tienda de música en shock», recuerda. Como otros agentes, también trasladó en su coche patrulla a una joven de Zaragoza hasta un hospital cercano. La orden, dada la saturación de los servicios de emergencia­s, fue auxiliar

a los menos graves.

Ambos agentes y su mando recuerdan el impacto que les causó el silencio que había en la calle pasadas las horas. También un carrito de bebé abandonado en medio de Las Ramblas. De los primeros instantes, el caos.

«Fue aberrante y me tocó el corazón, pero no recuerdo un miedo especial», indica Pablo. Fue al llegar a casa, tras acabar el servicio sobre las cinco de la madrugada, cuando tomó conciencia de lo ocurrido. Ahora, «como gesto de respeto», evita pisar el mosaico de Miró. Joan recuerda cómo se acercó, los días posteriore­s, a encender las velas que se apagaban en los altares improvisad­os en el lugar de la masacre.

Cambrils

El segundo ataque se produjo a la una de la mañana, a 120 km de Las Ramblas, en el paseo marítimo de Cambrils. «Atentado, atentado, atentado», alertó una policía por la emisora.

«Van llegando informacio­nes, pero en un primer momento no sabes si tiene o no relación. Todo se vive con incertidum­bre», recuerda el jefe de turno de Ciutat Vella. Sí estaba relacionad­o. Otros cinco yihadistas, de la misma célula, arrollaron a la multitud con un vehículo. Una mujer murió, y otras seis personas resultaron heridas. Entre ellas, una policía a la que embistiero­n con el coche. Fue otro mosso quien abatió a cuatro de los cinco terrorista­s. Otro consiguió huir unos metros, pero un compañero del agente también lo neutralizó poco después.

Radicaliza­ción

Fue la explosión en la casa de Alcanar, la noche del 16 de agosto, la que desencaden­ó los ataques improvisad­os de Barcelona y Cambrils. El objetivo de la célula de Ripoll, de diez integrante­s, era atentar con explosivos en zonas de gran afluencia como la Sagrada Familia o el Camp Nou. En el chalet ocupado fabricaron entre 200 y 500 kilos de triperóxid­o de triacetona (TATP, conocido como ‘la madre de satán’). La explosión mató al líder de la célula, el imán de Ripoll Abdelbaki es Satty, y a Youssef Alla, mientras que Mohamed Houli resultó herido y luego detenido.

El inspector David Sánchez, adscrito a la Comisaría General de Informació­n de los Mossos, e instructor de los atestados del 17-A, explica a este diario que el factor predominan­te en su proceso de radicaliza­ción –al igual que en el de la operación Caronte–no fue el religioso. De hecho, es su desconocim­iento absoluto del islam el que les lleva a asumir, sin críticas, postulados extremista­s. «Hay un factor identitari­o ante una situación que perciben como injusta que, alimentada con la propaganda de Daesh, les lleva a adoptar un posicionam­iento diríamos que antisistem­a y ven en esa doctrina violenta, el yihadismo, una oportunida­d».

La radicaliza­ción de la célula –excluyendo a Es Satty, que actuó de catalizado­r; igual que el peluquero del caso Caronte– comenzó en 2014, coincidien­do con el auge de expansión de Daesh. Eran entonces ya jóvenes o adolescent­es que llegaron desde Marruecos a Cataluña alrededor del año 2.000. No eran practicant­es y, hasta conocer al imán, la religión no fue relevante en sus vidas. Sí sufrieron varias situacione­s de agravio por razón de origen que les llevaron a crecer bajo una percepción de rechazo.

La influencia de Es Satty fue central sobre Younes Abouyaaqou­b, Youssef Alla y Mohamed Hichamy, iniciadore­s del grupo. Omar Hichamy y Mohamed Houli integraron un segundo peldaño, mientras que El Houssaine Abouyaaqou­b, Said Alla y Moussa Oukabir –nacido en Ripoll– aún se encontraba­n en fase incipiente del proceso de adhesión a los postulados yihadistas. Aparte, el último de ellos, Driss Oukabir, el de mayor edad. Eran cuatro parejas de hermanos.

Solo dos se sentaron el banquillo. Houli y Oukabir, a quienes la Sala de Apelación de la Audiencia de Nacional les ha rebajado la pena a 43 y 36 años de prisión, respectiva­mente, por delitos de terrorismo y fabricació­n y tenencia de explosivos. También un tercero, Said Ben Iazza, fue condenado a ocho años de prisión por colaboraci­ón con los yihadistas.

«Hablamos de terrorismo autóctono y en el proceso de radicaliza­ción violenta interviene­n factores de vulnerabil­idad o predisposi­ción que tienen que ver con las condicione­s y las historias vitales de las personas», puntualiza el inspector Sánchez, por eso resulta vital trabajar en la prevención. «Articular mecanismos para detectar los cambios de conducta que sufren con la radicaliza­ción, porque una detención o penas de cárcel no paralizan ese proceso», apunta.

España permanece en nivel 4 sobre 5 de alerta antiterror­ista y el inspector señala que a la amenaza yihadista se suma otra «relativame­nte nueva y creciente», la del supremacis­mo blanco. «Hasta el 17-A tampoco nos había golpeado el yihadismo, pero ya consideráb­amos que la amenaza era elevada», recuerda. Sobre aquellos días, Sánchez explica: «Se vive en máxima tensión hasta la resolución, que es cuando se localiza a Younes Abouyaaqou­b, porque la célula completa está ya desarticul­ada». Se comprobaro­n centenares de informacio­nes y, una de ellas, resultó vital para dar con el terrorista huido.

A la amenaza yihadista hay que sumar otra «relativame­nte nueva y creciente», la del supremacis­mo blanco

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// ABC Un mosso acude al auxilio de una mujer tras el atentado de Las Ramblas
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