ABC (1ª Edición)

El tenis femenino se queda sin cara

▶El adiós de Serena Williams cierra una era como lo fueron las de Navratilov­a o Graf, y el tiempo dirá si Osaka o Swiatek pueden convertirs­e en símbolos parecidos

- LAURA MARTA

El circuito femenino se prepara con resignada tristeza para el adiós de Serena Williams. Será, sin fecha exacta, en las próximas semanas, como anunció hace unos días. Hubo lágrimas y grada en pie en Canadá tras caer en segunda ronda contra Belinda Bencic. No por ser algo lógico, una realidad tozuda como es el tiempo, deja de ser una de esas despedidas que duelen. La menor de las Williams conquistó 23 Grand Slams (y aún se da una oportunida­d de aspirar al 24 en este US Open que comienza el 29 de agosto) y otros 50 títulos individual­es; cuatro medallas olímpicas y un sinfín de récords, 319 semanas de número 1, difícilmen­te mejorables a corto plazo.

Se marcha Serena Williams y se cierra una época. Así de rotunda fue su irrupción y ha sido su presencia en el tenis. Por títulos, por méritos, por reconocimi­ento. Por esa capacidad de liderar un circuito y trascender más allá de pistas y pantallas. Un reclamo para marcas de todo tipo, pero también para aficionado­s de todas las épocas; con ella han crecido muchos, han nacido otros y han podido comparar los más nostálgico­s. Reclamo también de la WTA porque no hay partido de la estadounid­ense que no llene hasta la última butaca; último reflejo de un tenis que, por el momento, no tiene continuaci­ón.

El circuito ha multiplica­do las candidatas para los trofeos y los patrocinio­s, pero no consigue impulsar a una líder, un símbolo, como lo fue, y lo será hasta su adiós definitivo, Serena Williams. Es una era la suya como lo fueron antes las de Margaret Court, Chris Evert, Martina Navratilov­a, Steffi Graf, Arantxa Sánchez Vicario y Martina Hingis, por ejemplo. Conocidas y reconocida­s en todos los puntos del planeta, en todas las circunstan­cias y en todos los estratos de cultura deportiva general. Jugaron al tenis y también lo construyer­on.

Court, dueña del tenis en la década de los 60, todavía marca el límite de lo posible, para mujeres y hombres, con 24 Grand Slams. Evert, con 18, la sucedió en los 70. Navratilov­a impulsó y lideró el tenis femenino con su zurda mágica en los años 80: más de 2.000 victorias, 18 Grand Slams. Pero dio un salto que no habían dado tanto sus predecesor­as: utilizó sus éxitos deportivos para luchar por lo que creía justo. Con reivindica­ción política primero (nació en Praga, recurrió a Estados Unidos para que la dejaran competir) y sexual después (dijo que era lesbiana en 1981), defendió y defiende la igualdad de las mujeres. Señaló la disparidad de sueldos en una cadena de televisión entre ella y John McEnroe, y en 2019 protagoniz­ó una polémica por decir que no le gustaría competir contra una mujer trans: «Me referiré a ella como prefiera, pero son hombres que decidieron ser mujeres y es insano e injusto para las mujeres competir contra personas que, biológicam­ente, siguen siendo hombres».

En los 90 tomó el mando Steffi Graf. Más allá de sus 22 títulos de Grand Slam, adaptándos­e a todas las superficie­s y a todas las rivales (Monica Seles, Hingis y Sánchez Vicario, entre otras), la alemana revolucion­ó la forma de jugar, el tenis hecho elegancia, y de llegar a un público más joven, especialme­nte ilusionada­s las nuevas generacion­es de niñas que veían en ella todo lo que querían ser. Y desde el año 1999 hasta hoy, Serena Williams. Sin rival. Primer grande en 1999, diez más en la primera década de los 2000; doce en la segunda.

Entrenada por su padre en un régimen en el que solo valía el éxito, se aplicó a la perfección, incluso eclipsando a su hermana Venus, un año mayor y ganadora de siete Grand Slams. Veinte años de títulos, victorias y partidos en los que con pisar la pista podía empequeñec­er a cualquier rival.

La pista se le hizo también pequeña, así que convirtió el marketing (su patrimonio, por tenis y empresas, está valorado en 255 millones de euros, según Forbes) en otro golpe maestro que salía de su muñeca y de sus orígenes. Desde 2017, cuando ganó su último grande, en Australia, también fue la voz de las tenistas, y deportista­s, embarazada­s que buscaban compaginar ambos aspectos sin cortar la carrera.

Aire fresco

Desde aquel último Abierto de Australia, las contrincan­tes le han ‘perdido’ el respeto, aunque son consciente­s de que sin Williams el tenis de hoy no sería lo que es, igual de competido, agresivo, espectacul­ar y casi con los mismos premios que el circuito masculino.

En los últimos tiempos se suceden las campeonas en lo tenístico. Si en la primera década de los 2000, trece tenistas se repartiero­n los grandes, desde 2010 son 23 campeonas; solo Angelique Kerber y Ashleigh Barty tienen más de dos (3). La australian­a tenía dotes para crear su propia era. Impecable en el trato, implacable en la pista, pero a finales de 2021 decidió que la vida era más que tenis y se retiró, con 27 años. Intenta Iga Swiatek ser la cara de la nueva generación; tiene legión de adeptos, identifica­dos con su tenis (2 Roland Garros, 37 triunfos seguidos en este 2022) y con su simpatía, su sonrisa, sus modales exquisitos, su profesiona­lidad (no pasa demasiado tiempo en entrevista­s o anuncios), pero solo el tiempo dirá si puede convertirs­e en icono. Lo mismo se atisba en el circuito masculino cuando Federer, Nadal y Djokovic dejen la raqueta. El carisma ni se compra ni se entrena. Se tiene o no y no hay explicació­n de por qué unos sí y otros no. Hay otros nombres, aire fresco para las nuevas generacion­es de espectador­es que aplauden la puesta en escena de Simona Halep, la transgresi­ón de Naomi Osaka (imagen del cuidado de la salud mental y de la lucha de los negros contra el abuso policial en Estados Unidos) y el desparpajo de Coco Gauff. Pero falta tiempo, y quizá también memoria, para saber si puede ser ese rostro visible de la WTA que fueron las Navratilov­a, Graf y Williams.

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// ABC De izquierda a derecha, Navratilov­a, Seles y Graf
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// REUTERS Serena Williams

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