ABC (1ª Edición)

Los kraken asturianos que duermen en la discoteca de Luarca

El Museo del Calamar Gigante murió en 2014 por un temporal fortísimo; ahora ha renacido en un antiguo local nocturno para mostrar sus tesoros

- BRUNO PARDO PORTO

Los calamares gigantes pueden alcanzar los veintidós metros de largo

En Asturias a los kraken los llaman peludines, una pirueta lingüístic­a insuperabl­e capaz de vencer a cualquier monstruo: un kraken ataca, es temible; al peludín dan ganas de ponerlo a anunciar suavizante para la ropa, el peludín podría ser la mascota de Tamara Falcó. ¿Y por qué en Asturias tienen un nombre propio para estos bichos? Porque, y aquí viene la pirueta geográfica, en sus aguas se encuentra una de las mayores concentrac­iones de calamares gigantes del planeta. Sí, sí, de calamares gigantes. En el norte. La gente se va a buscar lo exótico muy lejos, pero en el Cantábrico tienes el Caladero de Carrandi, un valle a siete millas de la costa que supera los cuatro mil metros de profundida­d y que tiene la temperatur­a perfecta para estas criaturas tan raras, tan esquivas. A veces, al morir, quedan varadas en sus playas, fascinando al personal con sus metros y metros de tentáculos. Con su mito.

El caso es que en Luarca acaba de abrir el Museo del Calamar Gigante donde antes había una discoteca y el mundo es ahora un poco mejor: aún existe lo fantástico, lo que parecía mentira y resultó ser verdad, lo que soñábamos en la infancia. Entras y ahí está: un imponente ejemplar de ‘architeuth­is dux’ (la ciencia no bautiza muy bien) sumergido en un líquido alcohólico que lo conservará para los restos. La luz de la sala es tenue y azulada, y el sonido ambiente invita a la imaginació­n. Es difícil no pensar en ‘Alien’, en lo extraterre­stre, y algo de eso hay en esto. Las fosas oceánicas se parecen al espacio, del mismo modo que un submarino se parece a una nave y un buzo a un astronauta. «Conocemos menos de las profundida­des marinas que de la superficie de Marte», reza un cartel…

Sobre el espécimen de marras vemos un vídeo de otro calamar nadando felizmente por aguas lejanas. No es un vídeo cualquiera. Es el primer registro audiovisua­l de un kraken vivo, un hito que se grabó en Japón en 2012. En Asturias lo intentaron antes, en 2002. Fue con el denominado Proyecto Kraken, una gran expedición en la que se invirtiero­n ciento ochenta millones de pesetas y se movilizaro­n dos buques oceanográf­icos. Terminó en fracaso, pero el empeño dio para un documental. Esa pieza, claro, también se proyecta en una pared.

«El encanto del kraken reside en su misterio. Sabemos que están aquí, en nuestro mar, pero no los vemos», afirma Ismael Rodríguez, concejal de Cultura de Valdés y uno de los impulsores del centro, sonrisa mediante.

Así que el objetivo del recorrido, continúa, es desvelar ese misterio paso a paso, detalle a detalle; y en lugar de apagarse, la admiración crece con los datos. Estamos ante los invertebra­dos más grandes que se conocen. Los ojos del bicho, capaz de ver en la oscuridad más fría, son como un balón de baloncesto, aunque su cerebro es más pequeño, por lo que sea. Alcanzan los veintidós metros

de largo y la media tonelada de peso. Viven cinco años y crecen un centímetro al día. Tienen sangre azul, como los reyes (cosas del cobre), y son puro músculo. Se mueven por propulsión y pueden cambiar de color en cuestión de segundos. Su rival natural es el cachalote (¡Moby Dick!) y no es raro encontrars­e a estas ballenas con serias cicatrices de sus dientes. Se desconocen los detalles de su reproducci­ón, pero los investigad­ores se sorprenden con el tamaño de su pene. En fin, es una fantasía todo.

—¿Y viene mucha gente al museo?

—En el mes que llevamos abiertos

EJEMPLARES ÚNICOS

Bajo estas líneas, el mayor ‘dosidicus gigas’ que se conserva en todo el mundo. A la izquierda, un gran ejemplar de ‘architeuth­is dux’. Debajo de este, distintas sepias y calamares de pequeño tamaño han ya venido más de dos mil personas.

Esta colección de cefalópodo­s es la más rica de España. Hay diez gigantes: cuatro ‘architeuth­is dux’ (que es el kraken propiament­e dicho) y otras especies enormes. Destaca un ‘dosidicus gigas’ que se expone en un gran tanque vertical y deja una estampa impresiona­nte, muy del Área 51: es el ejemplar de mayor tamaño que se conserva de esta especie. También hay peces abisales horribles y magnéticos al tiempo, como el ‘himantolop­hus mauli’, que lleva una linterna para cazar en la oscuridad y podría ser un pariente no muy lejano de Jabba el Hutt. Y hay huesos de ballena y varias pantallas que nos permiten entender el hábitat de estos seres que se hunden en lo más hondo de la Tierra.

Muchos de estos ejemplares son viejos conocidos para los habitantes de Luarca, porque el museo, aunque nació el 15 de julio, ya tiene su historia, su sombra. Hasta 2014 estaba al lado del mar, pero un temporal fortísimo destrozó el edificio y muchos de los recipiente­s en los que se conservaba­n. Fue una tragedia. Durante años la creación de un nuevo refugio para estos seres fue una demanda popular. Hubo hasta manifestac­iones. En junio de 2016 medio millar de personas se reunieron en el muelle de Luarca para formalizar su petición. Y en febrero de 2019, poco antes del estallido de la pandemia, otros tantos acudieron a la plaza del pueblo para volver a denunciar la falta de una solución habitacion­al para los kraken. Hubo que esperar bastante, pero ya la tienen. La vida es maravillos­a, otra vez.

En este renacer del Museo del Calamar Gigante se ha pensado mucho en las visitas familiares. Hay explicacio­nes para adultos y explicacio­nes para niños, que son las mejores: «Me llaman peludín porque mi piel se pela al salir del agua. Uno de mis sitios favoritos del mundo para vivir son los cañones submarinos de Asturias. ¡Porque se come bien!». Hay, además, paneles interactiv­os, y una pantalla táctil con el reclamo «crea y colorea tu criatura monstruosa». Y así.

En la hora y media que dura esta visita entran más de veinte personas al museo. Los críos corretean sin rumbo fijo, siempre anarquista­s. Uno, de pronto, señala unos frascos con distintos tipos de calamares y sepias. «¡También los hay pequeños!», grita. Las leyes de la fascinació­n son inexcrutab­les.

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// ABC Vista de la sala principal del museo
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