ABC (1ª Edición)

AYUDAR A LAS MUJERES AFGANAS

En el primer aniversari­o de la toma de Kabul por los talibanes, la valentía de las afganas que defienden allí su dignidad es la única estampa heroica que llega de aquel infierno

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UN año después de la atropellad­a retirada de las tropas occidental­es de Kabul se han cumplido los peores presagios. El país ha vuelto a la era de oscurantis­mo medieval que impone la dictadura islamista de los talibanes y los afganos, empezando por las mujeres, han vuelto a ser sometidos a la horrenda tiranía que predican los nuevos gobernante­s. Nadie esperaba que fuese de otra manera pero el caso es que no ha habido ni un mínimo resquicio de cambio en aquellos que fueron expulsados del poder por una fuerza aliada liderada por Estados Unidos pero que han vuelto veinte años después para retrotraer al país a las antiguas prácticas bárbaras. La paz que segurament­e algunos creyeron que llegaría con la victoria de los tiranos tampoco se ha hecho realidad. Sigue habiendo atentados y enfrentami­entos entre las distintas facciones de esa constelaci­ón de organizaci­ones del terrorismo islámico. Y sin embargo los talibanes celebran ahora su primer año de victoria como un orgullo que representa una dolorosa humillació­n para los países que dedicaron la vida de miles de sus mejores soldados, y cantidades ingentes de dinero, en un plan que solo pretendía convertir a Afganistán en un país con futuro.

La única diferencia respecto al Afganistán que conocimos antes de la llegada de los militares occidental­es es probableme­nte el gran coraje heroico de miles de mujeres que no se resignan a callarse ante el atropello al que se ven sometidas por el poder. Ahora mismo hay millones de afganos que han huido de su país. Desde aquellos primeros que protagoniz­aron prácticame­nte en directo aquellas escenas dramáticas durante la humillante retirada de Kabul de las tropas norteameri­canas, todos los que han podido han abandonado el país y han dejado atrás, segurament­e para siempre, todas sus raíces. No puede negarse que todos ellos han tenido que superar enormes dificultad­es para llegar a un lugar donde puedan ser acogidos y empezar a trabajar por su futuro. Pero ninguna de esas penalidade­s puede compararse con los muros que deben superar esas mujeres afganas que en Kabul se enfrentan con sus manos vacías y su voz a los fusiles de los que quieren convertirl­as en esclavas. Hace falta mucho valor para desafiar a sus verdugos y estas afganas lo hacen.

Para prestar ayuda a ellas y a tantos afganos que viven en la miseria más absoluta debido a la incompeten­cia de sus gobernante­s, la comunidad internacio­nal debería abrir en algún momento el debate sobre si es políticame­nte aceptable acabar reconocien­do a los talibanes como los gobernante­s legítimos, teniendo en cuenta que se trata de terrorista­s que han expulsado precisamen­te a quienes solo pretendían ayudar al país. Sin reconocimi­ento no hay posibilida­d de negociar nada ni de abrir las embajadas. Y sin relaciones diplomátic­as no se puede ayudar a los afganos.

Por ahora, lo que han hecho muchos países, España entre ellos, es traer a países occidental­es a todos los que podían ser ayudados para ofrecerles una vida nueva fuera de su país, a pesar de que ello supone privar a la sociedad afgana de los mejor educados y formados, aquellos que tal vez hubieran podido construir un futuro diferente. No se trata de castigar a todos por la cobardía de los que se decían militares y juraron defender a su patria pero que huyeron abandonand­o las armas. Solo por esas mujeres valientes y determinad­as a defender su dignidad ya vale la pena pensar en cuáles pueden ser las mejores vías para prestarles ayuda.

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