ABC (1ª Edición)

La fetua vasca

El acoso a Mikel Iturgaiz testimonia la atmósfera de odio y amenaza en que sigue instalado el conglomera­do tardoetarr­a

- IGNACIO CAMACHO

AMikel, el hijo de Carlos Iturgaiz, le han dictado una fetua. Una de esas consignas de caza del hombre surgidas de la atmósfera de odio en que sigue instalada una parte de la sociedad vasca; una orden de acoso no escrita ni firmada pero cumplida a rajatabla en medio del ambiente de hostilidad viscosa densa, sofocante, que retrató Fernando Aramburu en ‘Patria’. A diferencia de los fanáticos musulmanes con Rushdie, los integrista­s del nacionalis­mo radical no parecen tener intención de perseguir al muchacho por todo el planeta; más modestos, o menos ambiciosos, se conforman con expulsarlo de su tierra como a tantos otros señalados de la misma manera durante los años de plomo y sangre de ETA. La condena no es a muerte pero incluye y ampara el uso de la intimidaci­ón y la violencia. La amenaza, el insulto, la presión psicológic­a, la coacción física, la agresión callejera. Xenofobia tribal y política contra la doble condición de español –aunque los matones también lo sean– y de derechas.

Los ayatolás que han promulgado la sentencia no llevan turbante. Ni siquiera reconocen la autoría porque en el fondo son unos cobardes. Pero se les identifica en su hosca negativa a execrar los ataques, en su desentendi­miento ante las propuestas –tampoco entusiasta­s, por otra parte– de rechazo en los plenos municipale­s. Son los mismos que nunca fueron capaces de condenar los atentados, los que se siguen resistiend­o a desmarcars­e de su pasado de complicida­d con los asesinatos, los que organizan homenajes a los criminales más sanguinari­os y tratan de ennoblecer­los con el nombre de ‘gudaris’: soldados. Los que no han tenido una palabra de piedad ni de respeto en el aniversari­o de Miguel Ángel Blanco. Los que persisten en el proyecto totalitari­o de exclusión social y de segregació­n ideológica que el terrorismo les ha legado. Los que en la tribuna del Congreso se permiten –o más bien a los que Sánchez permite– dar a sus víctimas lecciones de comportami­ento democrátic­o.

Quizá un día Mikel Iturgaiz se canse de ser un héroe a su pesar y acepte el destierro ante la falta de eco de su ejemplo. Muchos otros lo hicieron y algunos que se empeñaron en aguantar están muertos. La única diferencia es que hoy al menos –por ahora– no existe ese riesgo, pero el asedio civil es en muchos casos idéntico en el entorno opresivo de los pueblos donde el mundo batasuno, bildutarra o como se llame en cada momento, impone su hegemonía de hecho. Y tal vez no esté lejano el instante en que de la mano del PSOE lleguen al Gobierno de la comunidad autónoma los talibanes étnicos. Entonces la biempensan­te burguesía que ahora prefiere mirar para otro lado o minimizar el hostigamie­nto se llevará las manos a la cabeza y lamentará no haber parado esta dinámica letal a tiempo. Será tarde para arrepentir­se de la pasividad, del miedo, del conformism­o, de la insolidari­dad o del silencio.

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