ABC (1ª Edición)

El baile de Abel Caballero

O la cosa para aquí o nos comemos a Revilla cantando Motomami

- JOSÉ F. PELÁEZ

DARÍA la vida por imitar el baile de Abel Caballero en el festival ‘O Marisquiño’ de Vigo, pero me temo que es imposible, esa coreografí­a está reservada a los dioses. No creo que un simple mortal, bípedo y áptero, pueda realizar esos movimiento­s de modo premeditad­o y mucho menos planificad­o. Porque Abel no baila. Abel sueña. Y lo hace en un mundo adimension­al, liberado de las leyes de la física y de limitacion­es corporales. Si no lo han visto, no pierdan un segundo, es posible que no vuelvan a ver nada igual en mucho tiempo. Y miren que hemos visto a políticos hacer el ridículo, pero esto es otro nivel, créanme, no es una vergüenza como de campaña electoral, esto son unas convulsion­es arrítmicas como de niño poseído, una mezcla entre Chiquilicu­atre, los del Tractor Amarillo y la quinta despedida de soltero de Sánchez Dragó.

Empieza saludando con las manos en alto para, acto seguido, acometer varios giros circulares como de cowboy a punto de pillar a una vaca frisona con una lazada socialdemó­crata. Luego sigue con un recuerdo de maracas con ambas manos para entregarse finalmente a una especie de gimnasia que me recuerda a mí mismo cuando aquellas clases de aerobic que había de promoción. Pero hay en él algo diferente, como si le hubieran atravesado el cuerpo con la barra de un futbolín y ahora formara parte de una línea de ataque en un bar de Betanzos. Acto seguido comienza a arrodillar­se en síncopas irregulare­s, tocando el suelo con la mano del lado cuya rodilla flexiona, como jugando a un ‘Enredos’ imaginario. Creo que intenta imitar a Eva Nasarre, pero con hechuras de portero del Celta de Vigo en los cromos de la temporada 78-79, algo así como Jane Fonda cruzada con Pepe Reina. Y ahí da la vuelta para saludar a la otra grada. Y repetimos el sueño de maracas y ese calentamie­nto en la banda que hacía Isco cuando sabía que no iba a jugar un solo segundo, pero con un toque más folk, con aromas de Muñeira de Carcarosa y recuerdos de polainas trenzando el aire, como un hooligan del Tottenham haciendo tiempo en una gasolinera de Orense.

Y luego la apoteosis: Abel se pone de cuclillas y congela el tiempo con los brazos abiertos, como el de Karate Kid cuando va a hacer la grulla, pero sin arrancarse del todo, como si le hubiera dado la hernia. Y pone la postura del que está esperando el pistoletaz­o para batir el récord del mundo de los cien metros lisos. Pero, contra todo pronóstico, se tira al suelo. Y empieza a gatear y a girar sobre sí mismo como Iceta imitando a una peonza en Marina D’Or. Son treinta y ocho segundos, ni uno menos. Y los termina retando públicamen­te al alcalde de Madrid a que baile un ‘Break-Dance’ ante el delirio de un público enfervoriz­ado. Vamos, que se marca un ‘beef’. Y yo me reconozco sobrepasad­o. Yo sabía que escribir en verano era duro, pero jamás pensé que tanto. Y solo pido una cosa: no respondas, Almeida. Te lo pido de rodillas. O la cosa para aquí o nos comemos a Revilla cantando Motomami.

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