ABC (1ª Edición)

LA INDIA CUMPLE 75 AÑOS CON UN AUGE DEL NACIONALIS­MO HINDÚ Por PABLO M. DÍEZ NUEVA DELHI

El otro gigante emergente de Asia conmemora sus 75 años de independen­cia de los británicos con un resurgir populista del hinduismo liderado por el primer ministro Modi, que despierta tensiones con los 200 millones de musulmanes y hace temer una peligrosa

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Es un error muy extendido en Occidente llamar hindú a todo lo que viene de la India. Tomando una parte, la mayor, por el todo, tal simplifica­ción obvia la extraordin­aria complejida­d de este gigantesco país que es un subcontine­nte de lo más diverso. Con 3,2 millones de kilómetros cuadrados (seis veces la superficie de España) y más de 1.400 millones de habitantes, pronto superará a China como la nación más poblada del planeta y cuenta con seis religiones, cientos de grupos étnicos y más de 120 lenguas, de las que 23 son oficiales. Profesada por casi un 80 por ciento de la población, la más extendida de dichas religiones es el hinduismo, un conjunto de creencias con más de 330 millones de deidades que supera ampliament­e al islam (14,2%), cristianis­mo (2,3%), sijismo (1,7%), budismo (0,7%) y jainismo (0,4%). Como elemento unificador, sobre todas ellas prima la ciudadanía india, pero en los últimos años ha habido un auge del nacionalis­mo hindú que abre un peligroso debate identitari­o y revive las históricas tensiones con otros credos, sobre todo el musulmán.

En medio de este clima cada vez más revuelto, la India cumple hoy 75 años de su independen­cia del imperio británico, que tuvo lugar el 15 de agosto de 1947 con la sangrienta partición de Pakistán, de mayoría musulmana. En trenes que llegaban a las estaciones llenos de cadáveres, se calcula que entre 10 y 15 millones de refugiados cruzaron a un lado y otro de la frontera entre estos dos nuevos Estados. Nacidos bajo una montaña de entre medio millón y dos millones de muertos, India y Pakistán siguen enfrentado­s por Cachemira. La disputa de Cachemira

Esta bella región del Himalaya, de mayoría musulmana pero controlada en su mayor parte por Nueva Delhi, no solo marca las relaciones con Islamabad y Pekín, que también posee una zona en disputa, sino de la propia política india. La erradicaci­ón de sus protestas separatist­as es uno de los principale­s objetivos del primer ministro, Narendra Modi, que llegó al poder en 2014 con un discurso de marcado carácter nacionalis­ta hindú. Tras su abrumadora reelección en mayo de 2019, en agosto de ese mismo año derogó el Artículo 370 de la Constituci­ón, que otorgaba la autonomía a Cachemira y Jammu desde 1954.

Muy criticada por los musulmanes y la oposición del Partido del Congreso, la formación de la poderosa familia Nehru-Gandhi que ha dirigido la política nacional durante las últimas décadas, dicha reforma sigue avanzando en el ideario nacionalis­ta del primer ministro. Con la promesa de construir un país nuevo y fuerte, Modi pertenece al derechista BJP (Partido Popular de la India), que se agrupa bajo el amplísimo paraguas de la RSS (Organizaci­ón Nacional de Voluntario­s), fundada en 1925 e inspirada en el fascismo italiano. Uno de sus miembros, Nathuram Godse, asesinó en 1948 a Mahatma Gandhi por creer que había cedido a los musulmanes en la Partición de Pakistán. Aunque Gandhi sigue siendo reverencia­do como uno de los padres de la patria por su filosofía de no violencia, los nacionalis­tas hindúes más radicales cuestionan su figura y reivindica­n a Subhas Chandra Bose. Aliado de Gandhi y Nehru, fue presidente del Partido del Congreso, pero se distanció de su pacifismo y, tras ser expulsado, incluso llegó a reunirse con Hitler en Berlín y a aliarse con los nazis y el Japón imperial para luchar contra los británicos en la II Guerra Mundial y conseguir así la independen­cia.

En este ambiente cada vez más polarizado, aterrizamo­s en Nueva Delhi. Con la pausa impuesta por la pandemia, han pasado seis años desde el último viaje y quince desde el primero, para cubrir entonces el 60.º aniversari­o de la independen­cia en 2007. Entre medias ha habido cinco visitas en las que el principal debate político era el económico: el desarrollo como segunda potencia emergente tras China y la lucha contra la miseria que todavía abunda. Aunque la cuestión sigue estando ahí, como atestiguan los 300 millones de personas bajo el umbral de la pobreza (22% de la población), parece que las preocupaci­ones han cambiado.

Al llegar a Delhi y otras grandes ciudades como Calcuta o Bangalore, nos sigue recibiendo el caos de siempre: los interminab­les y ensor

decedores atascos, pero con coches mejores y mayores que los Tata Indica que colapsaban las carreteras en el pasado; la misma miseria medieval de sus arrabales, los edificios destartala­dos y, entre millones de personas que nacen, viven y mueren en las calles, los mendigos tullidos que se arrastran entre las vacas y las pilas de basura y los niños harapiento­s que se contorsion­an para pedir limosna en los semáforos.

Más obras y más tensión

Al igual que los coches, las infraestru­cturas son mejores y mayores, como se aprecia en las obras públicas por doquier, sobre todo en la avenida que va desde la Puerta de la India hasta el nuevo Parlamento y el Palacio Presidenci­al. «Me gusta Modi y me encanta el ministro principal Yogi (de Uttar Pradesh)», se enorgullec­e Rajesh Raj, vendedor de Delhi, ante uno de los numerosos carteles propagandí­sticos con las dos principale­s figuras del nacionalis­mo hindú. Aunque asegura que «no hay problemas de convivenci­a» porque «todos tenemos libertad ahora en la India y ya no hay opresión», musulmanes como Abdul o sijs como Singh opinan justo lo contrario. «Modi es un nazi», dice este último, mientras el primero se mofa del politeísmo hindú porque «adoran a vacas o monos» y denuncia «la represión en Cachemira».

Buena prueba de esta tensión creciente son los incidentes de los últimos meses. En Agra, la ciudad del Taj Mahal, varios estudiante­s musulmanes de Cachemira fueron arrestados en octubre por celebrar la victoria de Pakistán sobre la India en la Copa del Mundo de Cricket. A finales de mayo, una portavoz del gobernante BJP, Nupur Sharma, dijo que la tercera esposa del profeta Mahoma era una menor de edad. Su comentario, en un acalorado debate televisivo sobre una disputa entre un templo hinduista y una mezquita en la ciudad sagrada de Varanasi, encendió la polémica no solo entre el islam indio, sino en una veintena de países musulmanes. En Udaipur, un sastre hindú que había apoyado en las redes sociales a la política del BJP fue asesinado por dos musulmanes, avivando el riesgo de violentos enfrentami­entos religiosos como en el pasado.

Mientras los partidos de cada bando juegan esta peligrosa baza con fines electorali­stas, los turistas hindúes se hacen selfis en la monumental mezquita de la Vieja Delhi tras la oración del viernes, fuertement­e vigilada por la Policía. Ni siquiera entre los musulmanes hay una opinión unánime sobre esta división social. «Corremos un serio peligro para el futuro», advierte Shagar, vestido de blanco, pero otro joven ataviado a la occidental, Miraz, asegura que «no hay ningún problema grave, solo la habitual tensión entre ambas comunidade­s».

Para el analista político Guruswamy Mohan, «el Gobierno piensa que este debate le da votos, pero es un juego muy peligroso porque está creando la división entre la sociedad». Tirando del populismo y aprovechan­do la mediocrida­d de Rahul Gandhi, un buen orador como Modi encandila a los hindúes con la ilusión de un país poderoso que ya es la sexta economía mundial y será la tercera en 2035. Recurriend­o al victimismo, Modi promete resarcirle­s de la colonizaci­ón británica e incluso de los conquistad­ores musulmanes de Asia Central, como el Gran Imperio Mogol que se asentó en el subcontine­nte indio entre los siglos XVI y XIX y dejó un vasto patrimonio cultural y una influencia imborrable. Pero Mohan alerta de que «una nación hindú no casa bien con la democracia porque esta religión está muy estratific­ada por las castas y no es inclusiva, por lo que hay que seguir avanzando hacia un Estado secular sin caer en dichos errores». Olvidando a los 200 millones de musulmanes con los que conviven, muchos votantes de Modi y el BJP creen que «lo indio es solo lo hindú».

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// PABLO M. DÍEZ EL CAOS DE SIEMPRE EN LAS CIUDADES INDIAS Las vacas, el animal sagrado de la India, pacen por todas partes en las calles de la India, incluso en medio del caótico tráfico de las grandes ciudades
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// PABLO M. DÍEZ PROPAGANDA NACIONALIS­TA Por todas partes hay carteles de Modi y del ministro principal de Uttar Pradesh, Yogi
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// PABLO M. DÍEZ Viernes de oración en la mezquita de la Vieja Delhi

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