ABC (1ª Edición)

La Rambla, normalidad total tras el 17-A (y el Covid)

Un lustro después, los turistas vuelven a ser los ‘dueños’ de la calle más mítica de Barcelona, y los que todavía viven o trabajan en la zona creen que se ha conseguido pasar página a la tragedia

- ANNA CABEZA

Una estatua humana, disfrazada de ‘cowboy’ y bañada de pies a cabeza de color dorado, telefonea casi inmóvil, sentado en un banco en lo más alto de La Rambla de Barcelona. Hace falta mirarlo durante segundos para saber si está en plena actuación o si simplement­e descansa, algo que acaba confirmand­o su leve movimiento de dedos. Su estampa, una tarde de agosto cuando falta poco para las 17 horas, es la más pacífica, calmada, de una avenida que rebosa bullicio, alegría y desparpajo. Igual que antes del fatídico 17 de agosto de 2017.

Lejos, y olvidado, parece el terrible atentado, del que este miércoles se cumplen cinco años, y lejos han quedado los meses en que la pandemia congeló la actividad en la ciudad y acabó de marcar una calle duramente golpeada por el yihadismo. La Rambla apenas tiene rastro de la masacre que dejó, allí mismo –y sin contar a las víctimas de Cambrils–, 16 fallecidos, decenas de heridos e incontable­s transeúnte­s, algunos presentes y otros no, que quedaron marcados por la tragedia. Incluso muchos locales han cambiado de negocio y presentan cara renovada aunque esto es por la crisis pandémica, que todavía deja secuelas, ya que locales que hace cinco años atendieron a víctimas están ahora con la persiana bajada y carteles desgastado­s en busca de arrendatar­ios.

«Es que hemos vivido mucho en poco tiempo. No es comparable ni mucho menos, pero hemos pasado dos tragedias en los últimos cinco años», defiende en declaracio­nes a ABC una empleada de la administra­ción de lotería mítica de la zona teniendo muy presente la pandemia del Covid y el daño que hizo, para ella mucho peor el que la masacre terrorista, a la vida comercial. Lleva quince años trabajando allí: «He visto La Rambla cambiando, adaptándos­e a lo que tocaba. Ahora ocurre igual: aquí parece que no ha pasado nada».

Su opinión es compartida por otros habituales en la zona. «Pocos días después del 17-A, La Rambla ya volvía a ser lo de siempre. Es un espacio tan vivo que tiene una capacidad de recuperaci­ón brutal», comenta Xavi, que vive en el barrio y que se dirige en carro y sorteando a decenas de turistas, como ocurría antes de esa tarde de agosto, a comprar a La Boquería. También esquiva el sol, que a esas horas ya no calienta tanto La Rambla. El calor, sin embargo, es insoportab­le pero parece que poco importa a los centenares de transeúnte­s que a esa hora andan por la avenida.

Xavi cree que, más que los atentados, ese año afectaron, y mucho, a la imagen de la calle, los disturbios derivados de la difícil situación política por el 1-O, que se dieron a partir de octubre. Años después, con los altercados tras la sentencia, el temor volvió pero, como el 17-A, también parecen olvidados. Sin embargo, algunas ‘esteladas’ que ondean en balcones y pintadas, que en 2017 no estaban, evocan esos episodios.

Recuerdo desapercib­ido

Por el contrario, pocos símbolos recuerdan el 17-A. El ayuntamien­to inauguró hace años un discreto memorial, pensado expresamen­te para no despertar reacciones que pudieran alterar la avenida, que la mayoría de turistas no perciben cuando pasean por allí. Se trata de una sobria y discreta placa con una inscripció­n –«Que la paz te cubra, oh, ciudad de paz»– en varios idiomas. Patinetes, maletas y cochecitos lo pisan sin más, igual que el mural de Joan Miró, donde la furgoneta acabó su recorrido esa terrible tarde y que la mañana siguiente, de manera espontánea, se convirtió en el centro de todos los homenajes. Allí se llegaron a depositar más de 12.000 objetos, entre peluches, piezas de ropa, flores, carteles, velas o banderas. Ahora, las formas y colores de Miró vuelven a ser los protagonis­tas.

Son pocos los que vinculan la zona con el 17-A. De los miles de turistas que pasan a diario, solo paran algunas visitas guiadas, y porque hay mucho que comentar: la obra de Miró, el Liceo, la Boquería o la casa de los Paraguas y su imponente dragón copan más miradas y protagoniz­an más preguntas que los atentados. De hecho, es común ver como grupos más reducidos, con alguno de sus miembros autóctono, se refieren a ello: la prueba irrefutabl­e es que siempre acaban gesticulan­do para indicar el recorrido del furgón y explicar este triste capítulo de la historia de Barcelona.

«He visto tantas cosas en mi país que no me asombra nada pensar lo que pasó aquí», comenta Henry, un dominicano que pasa unos días de vacaciones en Barcelona y que, paseando por la zona, identifica esta ‘zona 0’ de los atentados por las imágenes. «Del 17-A, solo me impactaron ver los vídeos», confiesa.

«La gente me pregunta por donde está el monumento», detalla a ABC Silvia, una vendedora de cupones de la ONCE que también estaba allí esa tarde y que, tras quedarse inmóvil en un

primer momento dentro de su puesto de venta, acabó huyendo y refugiándo­se en un bar. Un rasca, cree, le salvó la vida porque tuvo que salir a buscarlo instantes antes de que pasara la furgoneta pero sus compradore­s fueron raudos al elegirlo y volvió rápido dentro. Eso no evitó que viera a mucha gente herida en el suelo y otros tantos deambuland­o sin saber dónde ir. «Sobre todo recuerdo ver a una adolescent­e con la cara ensangrent­ada. Yo solo pensaba en mi hija de 16 años…», rememora.

Silvia prefiere no recordar mucho más del 17-A y cree que lo tiene más que superado. «Me ofrecieron la ayuda de un psicólogo pero no quise. Tenía que pasar página yo sola, y rápido, porque lo que no podía permitirme es una baja. Yo tengo que trabajar sí o sí y mi sitio de trabajo es este», asevera.

Pilonas... y policías de paso

Como ella, Jaume Doncos también vivió el atentado desde primera línea. Propietari­o de la Casa Beethoven, una centenaria tienda de partituras, refugió a una veintena de turistas durante horas, a los que trató de calmar con piezas de Chopin. «He intentado pasar página. Claro que me acuerdo pero después de cinco años, como todo en la vida, acabas relativiza­ndo y suavizando los recuerdos», comenta. Jaume coincide con otros en que «el turismo se ha recuperado pero echamos de menos a la gente de casa, que es la que da personalid­ad a La Rambla y que vino los primeros días tras el 17-A».

Ahora, además, los vecinos esperan la ansiada reforma de la vía, una histórica reivindica­ción de hace más de una década. Las obras, cuyo visto bueno municipal se dio en mayo de 2016, se prevé que empiecen en septiembre, pero solo en un pequeño tramo. El calendario se alargará, como mínimo, durante siete años. «Es demasiado. No podemos estar tanto tiempo con zanjas. Somos una de las calles más visitadas, la imagen de Barcelona y el punto de conexión entre el mar y la ciudad, algo crucial de cara a la próxima Copa América. Hay que agilizar los trabajos», claman desde la asociación Amics de la Rambla.

Además del invisible memorial, las pilonas que blindan pasos de peatones y cualquier hueco, como sus extremos, para que se cuele un vehículo y repita un atropello masivo son el único gran cambio tras el 17-A. «Supongo que servirán, pero creo que si alguien quiere hacer algo lo va a hacer sin problemas. ¿Acaso no pasan por dentro los coches de policía, motos o patinetes?», comenta una floristera indignada por lo que ocurrió y que evade más preguntas.

Tampoco es que se vean muchos agentes a pie que lo pudieran evitar, aunque, hay que reconocerl­o, cada dos por tres pasa un furgón policial, se ven motociclet­as y vehículos y no es difícil intuir que entre la muchedumbr­e pasean secretas en busca de carterista­s.

«Ahora hay muchísima más gente que ese día. Imagínate el daño que podrían haber hecho», incide un camarero del Cafè de l’Òpera que ese día trabajó por la mañana. Entre sus compañeros, el atentado está muy presente y recuerdan especialme­nte a un turista canadiense que había tomado un refresco en el local: su mujer seguía de ‘shopping’ y, harto de esperarla, pagó y se fue; se paró a comprar un imán de recuerdo en un quiosco con la mala suerte de que el furgón lo arrolló.

«La gente solo quiere verano, sol. Esto se ha olvidado», añade Emily, vendedora de cerámica que ha abierto recienteme­nte en un mítico local de venta de camisas sentenciad­o por el Covid. Sin embargo, no todos piensan igual. «Yo estaba aquí trabajando, yo lo vi..», dice con la boca pequeña un charcutero de la Boquería que, solo con escuchar 17-A, declina hacer declaracio­nes con la voz entrecorta­da: «¿De verdad crees que La Rambla se ha recuperado? No, no es lo mismo y nunca lo volverá a ser».

«Ahora hay muchísima más gente que esa tarde. Imagínate el daño que podrían haber hecho»

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// ADRIÁN QUIROGA Turistas, ante el mural de Miró, en La Rambla

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