ABC (1ª Edición)

Zaki, un símbolo de odio y temor para los agfanos

Durante la evacuación de Kabul, miles de personas se jugaron la vida en el aeropuerto. Este joven futbolista murió al caer al vacío desde un avión. Su hermano recuerda la tragedia

- MIKEL AYESTARAN

Madre querida. Ruega por mí y déjalo todo en manos de Dios, esta es una gran oportunida­d». Estas fueron las últimas palabras que Zaki Anwari, la gran esperanza del fútbol afgano, dijo a su madre en la llamada que le hizo hace un año desde la pista del aeropuerto de Kabul. A sus 17 años, había destacado en todas las categorías inferiores de la selección nacional afgana de fútbol y estaba a punto de dar el salto a la absoluta. Jugaba de delantero centro, lucía normalment­e el 10 a la espalda y le llamaban el Messi afgano. Quince minutos después volvió a sonar el teléfono de Zaki y esta vez respondió su hermana. Una voz desconocid­a al otro lado le pedía que enviara una ambulancia para llevarse sus restos. Nadie en la casa se lo podía creer. Maldito 15 de agosto.

Los talibanes declararon jornada de fiesta nacional el día del primer aniversari­o de su regreso al poder. Hace un año el presidente Ashraf Ghani abandonaba Kabul en su avión privado y dejaba atrás una capital en manos de los islamistas y decenas de miles de personas desesperad­as por escapar. EE.UU. evacuó su embajada y arrió su bandera después de dos décadas. No hubo ni asedio, ni combates, los talibanes entraron sin tener que disparar una sola bala. Fue un paseo triunfal que llegaba después de dos semanas en las que habían logrado controlar todas las provincias del país. Las fuerzas afganas entrenadas y financiada­s por EE.UU. y sus aliados, no opusieron apenas resistenci­a y los legendario­s muyahidine­s de la Alianza del Norte, claves en la derrota de los talibanes en 2001, huyeron.

El aeropuerto internacio­nal de Kabul se convirtió en el símbolo del despecho nacional y los afganos acudieron en masa en busca de un avión que les salvara del ‘emirato’. Los más afortunado­s pudieron subirse a los aviones dispuestos por los distintos países extranjero­s para evacuar a quienes habían colaborado con ellos durante dos décadas y que ahora temían la represalia talibán. Fueron solo una parte, la mayoría se quedaron en tierra y un año después persiste la desesperac­ión por conseguir un pasaporte y abandonar un país en el que el vacío internacio­nal a los talibanes ha traído la congelació­n de las ayudas y una crisis que deja a más del 90 por ciento de los afganos en situación de insegurida­d alimentari­a y millones de niños con desnutrici­ón aguda. A por un avión en marcha

La imagen icónica de esos caóticos momentos de la retirada internacio­nal la captaron las mismas personas que estaban en la pista con sus teléfonos móviles. Decenas de afganos de todas las edades corrían por la pista para subirse a un C17 de transporte estadounid­ense en marcha. Corrían y corrían para agarrarse a cualquier parte del enorme aparato de color gris y alejarse lo máximo posible de los talibanes. Unos fueron aplastados por las ruedas. Quienes consiguier­on subir, no tardaron en caer al vacío pocos minutos después. Zaki Anwari, de 17 años, era uno de ellos.

Ha pasado un año desde la tragedia y Mohamed Zakir no olvida a su hermano pequeño. Recuerda que en ese momento era el único hombre en la casa y le tocó ir al aeropuerto a comprobar si era cierto o no lo que les habían dicho por teléfono. «La ciudad estaba vacía. Los taxis cobraban 1.200 afganis (13 euros) por un trayecto que cuesta 100 (un euro) y gritaban que te podían llevar a Estados Unidos y Canadá. Cuando llegué a la puerta vi que allí había todo tipo de gente, con documentac­ión y sin ella. Era un caos de personas dispuestas a viajar, aunque les costara la vida. Había talibanes, fuerzas especiales afganas y estadounid­enses y todos disparaban, sobre todo si alguien intentaba cruzar la pista, las vidas de todas aquellas personas no significab­an nada para ellos», recuerda Zakir muy emocionado.

Habla desde el estómago, con los ojos llorosos, pero no le cae una lágrima. En las redes sociales se hicieron virales los vídeos de los afganos esprintand­o junto al C17 y cayendo luego desde las alturas. «Preguntaba a todo el mundo a mi alrededor si habían visto a mi hermano, era una persona conocida. En la parte trasera de la terminal había una camioneta con varios cuerpos con disparos en cabeza y pecho, pero Zaki no estaba entre ellos. Junto al vehículo había una persona que tenía fotografía­s de otros muertos y me las fue enseñando hasta que le vi. Era él. Tenía el cráneo aplastado y apenas estaba reconocibl­e, pero supe enseguida que ese pelo era suyo. Me desmayé. Todavía tengo pesadillas con esa imagen».

La tumba de Zaki está en un humilde cementerio del barrio Qaalai Waahed de Kabul, de donde procede la familia. Cada dos días alguien de la casa pasa por allí «porque es algo que nos reconforta, el vacío que nos ha dejado es enorme. Al principio recibimos muchas llamadas, incluso una persona próxima a FIFA nos pidió que le enviáramos nuestros documentos para ser evacuados, pero nunca más se puso en contacto con nosotros. Ahora nadie de la FIFA responde ni siquiera a nuestros mensajes», lamenta Zakir mientras echa agua sobre las dos piedras que identifica­n el lugar donde descansa su hermano. Sueños frustrados

Ese olvido que siente la familia Anwari lo sienten millones de afganos, que durante dos décadas vivieron bajo la ficción levantada por Estados Unidos y sus aliados para luego darse de bruces con la realidad del ‘emirato’. Zaki representa­ba a toda una generación de jóvenes afganos nacidos tras la invasión de 2001, lleno de ilusiones y planes de futuro dentro y fuera de los campos de fútbol. «Si algo simboliza la muerte de mi hermano es el odio y el temor de los afganos a vivir bajo los talibanes, esa desesperac­ión fue el motor que causó su accidente», piensa Zakir. Un odio que empujó a la joven promesa del fútbol afgano a no temer ni siquiera a un avión C17 en marcha. Zakir reza y mira al cielo con todas sus fuerzas.

Anwari representa­ba a toda una generación de jóvenes nacidos tras la invasión de 2001, llena de ilusiones y planes de futuro

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// M.A. Sobre estas líneas, el hermano de Zaki en su tumba; abajo, el fallecido
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