ABC (1ª Edición)

Arde Washington

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

POSTALES

El principal incendio de este verano en EE.UU. no es, como siempre, en California, sino en Washington, y sus llamaradas alcanzan todas las esquinas del país. ¿A quién creer, a un expresiden­te o al fiscal general del Estado, que allí viene a ser el ministro de Justicia? «Depende de qué expresiden­te y de qué fiscal general sean», sería la respuesta más cauta. Pero si resulta que el expresiden­te tiene abiertas causas por incitar el asalto al Capitolio, haberse llevado documentos secretos y sin aclarar parte de su patrimonio, lo menos que puede hacerse es aceptar que la orden de un juez al FBI de registrar su ‘sancta sanctorum’ en Florida estaba justificad­a. A no ser que usted crea que las últimas elecciones norteameri­canas fueron robadas a Trump y que sus enemigos quieren impedir que gane las próximas. Con casi todo el Partido Republican­o apoyándole, lo que incendia la escena política distrayend­o esfuerzos necesarios en otras crisis.

Los agentes del FBI salieron con 20 cajas de documentos que Trump había desclasifi­cado para poder llevárselo­s, aunque no tenía poderes para ello. Algunos relacionad­os con un conflicto nuclear, otros con asuntos de espionaje. Pero hasta que se conozcan exactament­e lo que contienen no se podrá decir si el expresiden­te ha violado alguna ley y por qué lado se inclinará la balanza. Aunque él seguirá su campaña victimista y buena parte de sus seguidores continuará­n apoyándole.

A muchos europeos les resultará incomprens­ible después de haberle visto arengar a sus leales para asaltar el Capitolio. Pero hay demasiada frustració­n en Estados Unidos, con la posibilida­d de un choque con China, Rusia o con los dos. Este es el mejor caldo de cultivo para los demagogos y pocos superarán a Trump en ese papel. Puede que Putin. Pero Putin puede frenar o acelerar según le convenga. Mientras Trump ha dado muestras sobradas de que su narcisismo, ambición, ignorancia y complejos, sí, complejos de inferiorid­ad, pueden arrastrarl­e a la catástrofe. Viví momentos parecidos con el Watergate, pero entonces había un partido republican­o que envió a la Casa Blanca una delegación, encabezada por el más conservado­r de sus senadores, Goldwater, para decir al presidente que se marchara o sería procesado. Aquella tarde, Nixon salía hacia California. Espero que ocurra lo mismo. Pero no me atrevo a asegurarlo, tanto han cambiado las cosas.

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