ABC (1ª Edición)

No todo el monte es Orégano

Nombre de aromática planta tenía el toro de Juan Pedro, primera cosecha brava del huerto en el que se convirtió el ruedo de Illumbe y donde triunfó Leo Valadez

- ROSARIO PÉREZ

«¡Si quieres ver sangre, córtate las venas!», gritaba una panda de energúmeno­s junto al monumento al gran Manolo Chopera. Qué ilusos. Si allí lo que se iba a ver era la cosecha. Qué hermosura había cogido el huerto de Illumbe, que nada tenía que envidiar al del tío Raimundo. Qué buena tierra, tan hollada, con su terreno para las lechugas en el 5, con un señor patatal en el 2. De categoría la zona de capotes, ideal para las tomateras. Allí se trabajaba de todo, de secano y de regadío, y con el efecto invernader­o de la cubierta. Un lujo para llevar al mercado de la Bretxa. Al alza cotizó Orégano, el producto cosechado por Juan Pedro y recolectad­o por Leo Valadez.

«¡Guaaauuu!», se oyó en la primera lopecina del quite. Y no por el lance en sí, sino por el derrape de Orégano: cosas de los nuevos públicos... Orégano, por cierto, era una belleza castaña, que galopó con excelente son en banderilla­s, donde algunos se pusieron en pie en el par al violín del mexicano. Sabedor de que tenía un material de triunfo, brindó y se plantó de rodillas. Como un obús se arrancó Orégano, que a veces se cayó, ya no se sabe si de su propio ímpetu o por el lamentable estado de la arena. Y eso que se encontraba algo mejor que el día del estreno. Un sinfín de muletazos dio el mexicano, entregado siempre y con varios muy prometedor­es. «¡Enhorabuen­a, ganadero!», exclamaron en lo alto de un tendido. Aquello no agradó demasiado al matador, que peleaba por ser el protagonis­ta: enrabietad­o, se echó de hinojos para acabar como empezó. El pinchazo y la baja estocada no importaron a la parroquia: una oreja paseó tras la ovación en el arrastre a Orégano, primera cosecha brava de Illumbe.

Un buen lote

Pero no todo el monte era Orégano, perdón, no todo el huerto. Tras el triunfo del hidrocálid­o, un todoterren­o dio vueltas y vueltas para intentar alisar la arena con un mallazo. Preparada la tierra para el siguiente cultivo, salió el bizco cuarto, con una aguja derecha que nada tenía que ver con las vistas hasta ahora. Toro bueno y con su clase, al que Cayetano le echó las telas con suavidad, pero sin alcanzar el acople necesario. Descalza su faena, con una apertura en el estribo que encandiló. Los valerosos desplantes y las manoletina­s caldearon el ambiente. Mientras cuadraba a Vigilante, tapaba los boquetes. Mucho mérito el de los toreros con tal estado del ruedo, que, escrito quedó ayer, también pesa mucho a los animales. La letal estocada le entregó un galardón.

Flaco como un junco ha regresado Cayetano, con las arrugas marcadas en el terno y más crecido en el cuarto que el inaugural. Allí no solo había que pensar qué terrenos eran más propicios para el toro, sino que había que buscar una zona aún sin labrar para evitar los incómodos agujeros. Eso haría Rivera antes de echarse la muleta a la izquierda, por donde se centró entre los plácemes del tendido, ocupados en un tercio, triste imagen para los que recordaban la época de esplendor. Nostalgias a un lado, todo fue acogido con entusiasmo, incluso ese momento D’Artagnan sujetando la muleta perdida. Qué cosas. Curiosamen­te, el cambio a la mano de la cuchara traería el instante más vibrante. Incordiaba algo el cabeceo de Rebeco, que requería más mando y asiento.

Curro Vázquez había logrado encajar a sus tres toreros en Illumbe. Tres de nueve puestos, que se dice pronto. Ginés Marín fue, con diferencia, el mejor parado. Dormidos sus lances al segundo, con menos aguante en los inicios que el viejo barco del Chanquete de la bahía. Pero Ginés, que ve toro por todos lados, lo sostuvo en una inteligent­e faena, exprimiend­o la obediencia de Peleador, que al final sacó su fondo, tónica del noble sexteto llegado del Castillo de las Guardas. De todo tipo los pases: muy buenos unos; con menos alma otros. El pecho se jugó en unas bernadinas cambiándol­e el viaje de sumo valor. La estocada puso el entusiasmo definitivo para la concesión de la oreja.

Premios baratos

Más simplón el quinto, en el que se desmonteró Viotti. Se arrancó con alegría a la muleta de Ginés, pero al segundo pase se pegó un durísimo volatín, lo que acusaría luego. Por encima el extremeño en una trabajada labor, sin poder redondear su tarde con el enemigo más deslucido. Hubo cierta petición, pero el palco se mantuvo en su sitio y no concedió una oreja que hubiera sido de segunda división en un escenario de primera. Claro que la negada al pacense sí se la otorgó luego a Leo, que se las vio con un toro al que no le sentó bien su estrellón. El tesón del hidrocálid­o y el cañonazo de la espada le entregaron el generoso premio. Los que no apreciaron el caviar de Morante sacaban los pañuelos ayer. Y aquí manda el que pasa por taquilla. Porque ya se sabe que ni todo el toreo es arte ni no todo el monte es Orégano.

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// BMF Leo Valadez, en un estupendo natural a Orégano, tercer toro de la buena corrida de Juan Pedro
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// BMF Cayetano cortó una oreja al cuarto

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