ABC (1ª Edición)

El Fandi y Roca Rey levantan al final la Fiesta

Cortan una oreja cada uno en los mejores toros de una desigual corrida de Alcurrucén

- ANDRÉS AMORÓS PONTEVEDRA

En honor a la Virgen Peregrina, Pontevedra es una fiesta, además de una ciudad de enorme atractivo turístico: el suave clima de las Rías Bajas, las zonas verdes, el pescado y el marisco con el albariño… Después de la pandemia, ¿se puede pedir más? Sí, toros: tiene también una feria taurina de primera categoría, con dos carteles inmejorabl­es. Da gloria ver lleno el coso de San Roque, que cumple 130 años, sentir la alegría de las peñas, saber que se ha agotado el abono joven…

Los toros de Alcurrucén, de bella estampa, no dan el juego esperado: son manejables 2º, 5º y 6º; mansean los otros. Morante queda casi inédito. El Fandi y Roca Rey cortan un trofeo.

Morante está viviendo una etapa (ya, dos temporadas) de verdad excepciona­l. Ya no es sólo la estética, sino la lidia clásica y el valor. Todo nace de haber asumido su responsabi­lidad como primera figura, imitando a Gallito, su ídolo. El primero sale abanto (encaste Núñez), no permite lucimiento con el capote. Después de unos ayudados clásicos, saca cierto fondo y permite a Morante desplegar su fantasía, en una faena variada y plena de armonía. Destacan los derechazos a media altura, con los pies juntos, acompañand­o con la cintura, muy sevillanos. Tras pinchar arriba, logra una gran estocada.

El cuarto embiste dormidito, se para. Aunque Morante hace todo lo que debe, con buenos ayudados por alto, la gente le pide que lo mate, cosa que hace metiendo la mano con habilidad, a la segunda. Todo queda en casi nada. Recuerdo la broma habitual de Vicente Zabala padre: «¡Qué mal aficionado es Dios, que no da buenos toros a los mejores toreros!»

El Fandi es un diestro especialme­nte querido aquí, donde ha obtenido grandes triunfos: este público lo adora, es lógico contratarl­o. En el segundo, bravo, con pies, despliega todo su repertorio: larga de rodillas, verónicas, cuatro pares desiguales, derechazos rapiditos, martinetes, molinetes… Todo, mejor o peor, es acogido con idéntico entusiasmo, pero el mal uso de la espada apaga la hoguera.

El quinto intenta saltar la barrera, entre el general regocijo, pero luego embiste con alegría y El Fandi levanta con capote y banderilla­s su alboroto usual, que continúa con los muletazos de hinojos. Después de un volatín, el toro sigue embistiend­o con nobleza y David le da fiesta, a los sones –aquí habituales– de la ‘Luna de España’, de Celia Gámez. La noria y los molinetes de rodillas desatan el clamor. Esta vez agarra una rotunda estocada: oreja.

Ahora mismo, Roca Rey es el diestro más taquillero, porque garantiza que hace faenas vibrantes a casi todos los toros. Tiene cabeza clara, valor sereno y ambición. Por su arrogancia, me recuerda a Luis Miguel. Yo espero que todavía depure su estilo, llegue a torear mejor (lo está haciendo con el capote, esta temporada): tiene capacidad para ello. Me gustan menos sus alardes tremendist­as pero son los que el público más jalea. El tercero mansea claramente, el público se impacienta porque tardan en darle la lidia adecuada. Cuando Andrés decide sujetarlo y meterse en su terreno, embiste suave. Como el toro dice poco, recurre al encimismo y al tranquillo de los muletazos invertidos. Mata con decisión pero se atasca con el descabello. Ha mostrado seguridad pero ha tardado –cosa rara en él– en ver lo que debía hacer. Claro que el público no lo ha visto nunca…

El último es incierto y flaquea pero resulta manejable. Comienza con estatuario­s, aclamados. Corre la mano con suavidad y mando por los dos lados, lo cuaja por completo, con gran capacidad. Metido entre los pitones, concluye con un desplante a cuerpo limpio que enloquece al público. Pincha antes de la estocada: oreja.

Concluye felizmente esta feria. Pontevedra debe servir de ejemplo para muchos taurinos. El Concello (los nacionalis­tas unidos al PSOE) ya se han declarado antitaurin­os; si la Plaza fuera municipal –como en Gijón, por ejemplo–, supongo que ya no habría corridas. Felizmente, es propiedad privada y no pueden impedir una actividad perfectame­nte legal. El mérito de que siga habiendo toros en Pontevedra es de los Lozano, propietari­os y empresario­s del coso, empeñados en esta lucha. De momento, van ganando: se llena la Plaza. Mientras eso pase, nadie podrá prohibir las corridas de toros, un gran atractivo más de esta preciosa ciudad.

Morante está viviendo una etapa de verdad excepciona­l. Ya no es sólo la estética, sino la lidia clásica y el valor

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// MANUEL CORROCHANO El Fandi, en un pase de pecho
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// M. CORROCHANO Derechazo de Roca Rey

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