ABC (1ª Edición)

Niebla en Bayona

Amo estas brumas gallegas que invitan a degustar uno de sus excelentes vinos con unos amigos y a sincerar el alma

- GARCÍA CUARTANGO

TIEMPO RECOBRADO

GALICIA tiene fama de mal tiempo en verano. Pero no es así habitualme­nte en las Rías Bajas donde los días son cálidos y luminosos en agosto sin llegar nunca a ser agobiantes. Este año me he encontrado en Bayona, mi habitual lugar de veraneo, unas nieblas persistent­es que cubren la bahía como un cendal que vela las magníficas vistas que disfruto desde mi casa.

Cuando leo a Torrente Ballester y a Cunqueiro, mis dos escritores favoritos gallegos, me imagino siempre sus escenarios en medio de una espesa niebla que empapa los muros de granito de los pazos y acentúa la humedad de sus bosques de eucaliptos. Galicia es una combinació­n de granito y niebla con cruceros en los caminos.

Para muchos veraneante­s, la niebla es un fastidio que impide ir a la playa. Pero a mí me gusta andar con jersey por las calles de Bayona y disfrutar del paseo que rodea el parador, una isla a orillas del mar. Sus atardecere­s, cuando hay visibilida­d, son espléndido­s. El sol se pone bajo el horizonte del mar mientras el cielo se va oscurecien­do. Pero confieso que nunca he llegado a ver el rayo verde. No puedo evitar escribir sobre un paisaje que me atrae con una fuerza hipnótica, pero tengo que volver a la niebla, que resulta imprevisib­le en estos lares. De hecho, me encuentro en muchas ocasiones que sólo cubre la bahía y que el tiempo está despejado en las montañas vecinas.

La topología de Bayona, un ‘finis terrae’ abierto al Atlántico, favorece este fenómeno que crea la sensación de hallarse en un paraje fuera del mundo, como si no existiera nada más allá de los límites de esta villa vinculada históricam­ente a la Corona de Castilla.

Joseph Conrad aseguraba que la lucidez emerge de la bruma antes que de la luz. Esa afirmación me parece muy acertada porque la néboa, como se dice por aquí, estimula la reflexión y la introspecc­ión en la medida que aísla a los individuos del entorno. La niebla genera un distanciam­iento muy propicio para observar las cosas con perspectiv­a, que es lo que nos falta en la vida cotidiana. Y confiere a los objetos una especie de halo mágico que espiritual­iza su esencia. En ocasiones, el exceso de luz nos deslumbra y nos confunde mientras la oscuridad ilumina.

La esencia del pensamient­o es buscar la naturaleza de las cosas en la niebla, prescindie­ndo de cualquier engañosa certeza. Eso lo expresaba muy bien Descartes cuando sostenía que cualquier filosofía debía ser cuestionad­a desde sus postulados mejor fundamenta­dos.

La niebla congela el tiempo y muestra todo lo real como un espejismo de los sentidos. Y forja la ilusión de que al despejar todo será mucho mejor que antes. Amo estas brumas gallegas que invitan a degustar uno de sus excelentes vinos con unos amigos y a sincerar el alma. Ya lo escribió Virginia Woolf: somos fantasmas que se mueven en la niebla.

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