ABC (1ª Edición)

Antonio López de Santa Anna

Una con líneas el dato biográfico del protagonis­ta, la efeméride y el año correcto donde se produjeron ambas. Las soluciones al puzle se ocultan en el texto: encuéntrel­as y disfrute de su sapiencia por partida doble

- EDU GALÁN

Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón. Asuman con este nombre que Antonio López de Santa Anna nació aristócrat­a en la mexicana Xalapa (1794). En París le hacían sitio al bebé: las cabezas de Chaumette y Robespierr­e, enemigos íntimos, rodaron por el cadalso tragadas por su propio Terror. Los «¡bum!» de fusil empalmaron al joven Santa Anna. Entendió que lo suyo iba a ser mentir: a los dieciséis hubiese disparado por España y contra España. Le hubiese servido como buen manual profético ese otro ególatra fluido, Napoleón: al Gran Pequeño le daban su vida por vivida en Santa Elena cuando Santa Anna arrancaba a soldadear.

La primera mitad del XIX mexicano le perteneció. Al año de la independen­cia de México (1822), conspiró contra otro gran caradura: Agustín Iturbide, emperador de chichinabo que quiso ser más rey que los reyes españoles. Intentó coronarse Agustín I. Le duró la bravuconad­a menos que la de la Iglesia Católica contra Galileo: aguantó 190 años hasta aceptar que los ‘Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo’, donde Galileo arrasaba a Ptolomeo, podrían ser obra de Dios. De 1833 a 1855 Santa Anna ejecutó una estrategia preperonis­ta: primero, colocó presidente­s desde el ejército y, después, entró sucesivame­nte a la cabeza del gobierno defendiend­o una cosa y su contraria. Si Santa Anna amasaba su incógnita, Kaspar Hauser (¿1812?1833) era todo incógnita. ¿De quién naciste, Kaspar? ¿De Napoleón? ¿Te mataron? ¿Nos lo contarías en ABC?

Por unos pasteles. Leyenda: la deuda de unos soldados mexicanos con un repostero de origen francés dio comienzo a la Guerra de los Pasteles. La realidad: las cortapisas de México a las rutas comerciale­s francesas. La consecuenc­ia: la batalla de San Juan de Ulúa, fuerte del puerto de Veracruz. Santa Anna, glorioso general, defendió el muelle y perdió la pierna. La ordenó enterrar en una hacienda cercana y, al poco, pidió que la exhumasen. La trasladaro­n por carretera, entre vítores, al cementerio de Santa Paula de México DF. El poeta santanista Ignacio Sierra honró a la pata: «Fijo los ojos en esa urna cineraria donde reposan los restos mutilados de un caudillo ilustre de la Independen­cia y de La Libertad». «Pierna» se escribe en lenguaje Morse «.-- . .. . . -. -. .-». El inventor del telégrafo podría haber utilizado esta palabra en la primera comunicaci­ón privada del prodigio (1833). 1836 iba espídico para nuestro militar. El éxito de Santa Anna en El Álamo, defendiend­o Texas como territorio mexicano, se oscureció con la derrota de San Jacinto. Las tropas insurgente­s les pillaron durmiendo, los mataron a saco, le capturaron y jugaron al béisbol con su pata de madera, cabrones. Este hundimient­o culminó con la anexión de Texas a USA en 1845.

Santa Anna fingió que lloraba por la muerte de su esposa, Inés. La casaron con catorce años y nunca le quiso. Gorrino hipócrita: él, todavía menos. Utilizó su muerte en 1844 como excusa para esconderse de las cesiones y ventas a Estados Unidos. En pleno luto se casó con Dolores Tosta, una esclava suya al fin. El escándalo le obligó a exiliarse a La Habana. En ese año donde Inés dejó de llamarse, el imperio otomano se comprometi­ó a no ejecutar a aquellos que se decidían a un exilio religioso del islam. Es decir, que apostataba­n.

México no podía aguantar el trauma de las derrotas, la pobreza y el caos. El Partido Conservado­r, ganador de las elecciones, favoreció su regreso. Le dejaron autoprocla­marse dictador y Alteza Serenísima. El periodo duró menos de 24 meses, de 1853 a 1855: le finiquitar­on los impuestos desbocados y la compra estadounid­ense de los terrenos de La Mesilla. Cantaban en las calles: «Cayó Santa Anna,/ cayó el desventura­do/ porque estaba mal parado/ solamente sobre un pie». Los liberales exigieron un gobierno democrátic­o. Justo en 1853, Argentina sancionaba su Constituci­ón. Tras ejercitar su desdicha, Santa Anna desplegó exilios diversos hasta su muerte en 1876, ya en México DF. Ese año la Institució­n Libre de Enseñanza comenzó a instruir, con moral muy distinta a la de Santa Anna, futuros que no se cumplieron.

 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain