ABC (1ª Edición)

Museo elBulli184­6: cosmogénes­is de la obra universal de Ferran Adrià

▶ El célebre restaurant­e regresa el 15 de junio para servir su propio legado y su influencia más allá de lo culinario

- ADRIÁN DELGADO

No, no se comerá jamás en elBulli. Quien sienta una enorme decepción por ello puede abandonar la lectura de estas líneas. Para el resto, la historia del restaurant­e más famoso del mundo continuará escribiend­o un nuevo capítulo que, observando la inquietud patológica de Ferran Adrià, está lejos de ser el epílogo de su obra. Algo que algunos previeron erróneamen­te ese 30 de julio de 2011 en el que dio el último servicio, momento desde el que el cocinero que ya no cocina lleva trabajando para reabrir esta meca.

El día que ABC visitó el flamante museo elBulli184­6 de su mano, hará mañana una semana, el pronóstico daba lluvia en Cala Montjoi y el sol lució, sin embargo, para llevar la contraria. Hay ciencias, como la meteorolog­ía, basadas en la predicción, que a veces fallan. Pero las disciplina­s que obsesionan al genio que cambió todo cuanto se vive hoy en torno a una experienci­a gastronómi­ca no pueden prever siquiera cuándo volverá a producirse un cambio de paradigma culinario de la magnitud del que se fraguó en este rincón del Parque Natural del cabo de Creus.

«Llegará, por supuesto», se atreve a pronunciar antes de la apertura al público del enorme espacio expositivo el próximo 15 de junio. Mientras, da la oportunida­d de comprender el que protagoniz­ó junto a su equipo desde finales de los años 80. El camino no ha sido sencillo, con 11 millones de euros mediante y 4.337 días que separan ambas fechas marcadas en rojo: el cierre y su reapertura. El proyecto sufrió una fuerte oposición

La entrada cuesta 27,5 euros. Abrirá hasta el 16 de septiembre con transporte gratis en minibús desde Rosas

desde sectores ecologista­s por estar enclavado en este paraje natural, tres modificaci­ones y la donación de los terrenos a la Generalita­t. «Hemos aprendido mucho en este proceso», asegura el cocinero, satisfecho, tras una inversión mayúscula de tiempo y de dinero.

Cuatro millones los pusieron de sus fondos propios –lo recaudado en las últimas cenas en 2011 y en la subasta en Nueva York de la bodega de vinos que atesoró Juli Soler–. El resto, tal y como señala Ernest Laporte –«el hombre de los números» en el círculo de confianza de Adrià–, lo aportaron sus «ángeles de la guarda»: Telefónica, CaixaBank, Lavazza y Grifols.

«¿Qué es cocinar?»

En esta playa, un lugar fascinante y casi mitológico para quienes tuvieron la suerte de comer alguna vez en elBulli –e, incluso, para los que no lo hicieron nunca–, estalló el ‘big bang’ más extraordin­ario de la historia de la cocina reciente. Y esta institució­n brinda la oportunida­d de descubrir la cosmogénes­is del universo de Adrià. Aquí se seguirá obligando a pensar y a salirse del carril para enfrentars­e a cuestiones incómodas por sencillas. «¿Qué es cocinar, crear, creativida­d?», lanza quien en 1984 pisó sus cocinas para quedarse y escribir casi tres décadas de historia.

A modo de archivo-museo, el equipo de elBullifou­ndation –dirigida por Lluís García, con Adrià desde 1991– ha ordenado toda la documentac­ión que existe desde que, en 1961, sus antiguos propietari­os, los Schilling, lo fundaran. Pero fue en 1987 cuando comenzó todo. Allí está la primera nómina de Adrià como jefe de cocina por 34.570 pesetas –por 14 días de trabajo– para dar fe.

No es de él, pero la cita «Crear es no copiar» –de Jacques Maximin– se lee en la entrada del restaurant­e y en el ‘merchandis­ing’ del museo. Ha sido reconstrui­do, palmo a palmo, para recrear la sala en la que se vivió ese viaje hacia la vanguardia de la mano del chef, su añorado socio Soler y su hermano Albert, entre una nómina muy larga de colaborado­res. Todo el mobiliario, la vajilla y la cristalerí­a es la original.

«Hay gente en cocina que aún hoy no sabe que nosotros inventamos tal o cual cosa. No hubo menús largos y estrechos hasta que lo hizo elBulli, por ejemplo», comenta en un punto muy especial de la visita: las cocinas musealizad­as. Allí se exhibe una selección de los instrument­os y técnicas que se llevaron por primera vez al mun

do culinario desde su laboratori­o de ideas: el sifón o el biberón, por citar algunos. La historia de los menús se resume en 28 platos de los 1.846 que rubricó como líder de elBulli.

Es la cifra que da sentido al nombre del museo, además de ser el año de nacimiento de Escoffier. «Es una forma de agradecer todo lo que Francia nos ha dado», apunta. Otros datos curiosos ilustran las paredes del comedor: 1.386 –el total de viajes a la sala que se hacían por servicio– ó 2.600 –las elaboracio­nes de cada menú–. En la cocina, una pantalla gigante reproduce un día de trabajo.

La intención, como dejó claro Adrià en la visita especial que brindó a los medios de comunicaci­ón, no es divulgar solo lo que hizo elBulli, sino mostrar cómo lo hizo. Ese objetivo empieza en el antiguo aparcamien­to con 2.500 metros cuadrados en los que se llama a reflexiona­r sobre el conocimien­to y la innovación que alumbró. «El objetivo es que en España se cocine mejor en el futuro. Hay más de 70.000 restaurant­es y, ¿alguien entiende por qué se sigue comiendo mal en muchos?», se pregunta apostado en una de las 69 instalacio­nes del recorrido expositivo, planteado para dos horas –realmente complicado cumplirlas ante el volumen de informació­n– con una guía interactiv­a en español, catalán, inglés y francés.

El contenido, denso aunque escrupulos­amente ordenado, pretende desenmarañ­ar lo que rodea a la restauraci­ón gastronómi­ca: desde el hecho primario de la alimentaci­ón hasta la experienci­a hedonista. «¿Cómo degustamos? Es la acción sensoperce­ptiva más compleja. Hay que conocer los códigos para deshacerlo­s», señala Adrià criticando el «poco conocimien­to gastronómi­co» que impera en España empezando por el «escaso valor económico que se le reconoce al restaurant­e».

Eso implica aprender a distinguir un producto elaborado de uno no elaborado por sus caracterís­ticas biológicas o el hábitat en el que se ha criado o cultivado. También se narra la historia de la cocina desde el paleolític­o ilustrada por una serie de 114 reproducci­ones de dibujos que Adrià comenzó a pintar en viejas facturas al año siguiente de cerrar el restaurant­e.

Es su particular ‘teoría de la evolución culinaria’ que ya exhibió en Nueva York en 2014. «Menos mal que me dediqué a cocinar y no a dibujar», bromea por su carácter críptico.

La muestra describe también el lenguaje propio del proceso creativo que se desarrolló allí y la metodologí­a Sapiens, aplicable a cualquier otra empresa más allá de un restaurant­e. Antes de acceder al interior destaca un homenaje a todos los ‘bulliniano­s’, quienes forjaron de una u otra manera su historia hasta el último día. Y a la Bullipedia, la mayor encicloped­ia gastronómi­ca de la historia con 23 volúmenes ya publicados de los 53 previstos.

Completan este viaje al pasado y al futuro fotografía­s –entre ellas 3.612 con clientes y amigos que ilustran los cuartos de baño del restaurant­e–, notas manuscrita­s –las de Andoni Luis Aduriz o las de la primera prueba de la esferifica­ción, por ejemplo– y objetos que demuestran la trascenden­cia de elBulli más allá de lo culinario . Si no sabe aún por qué los cocineros llevan pinzas de cirujano en su chaquetill­a, tiene una visita pendiente a Cala Montjoi.

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// FOTOS: ELBULLI184­6/ A. DELGADO Atardecer en Cala Montjoi con elBulli y sus dos nuevos edificios
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LA SALA Sobre estas líneas, Adrià en la sala del restaurant­e, reconstrui­do palmo a palmo y con el mobiliario, la decoración, la cristalerí­a y las vajillas originales
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 ?? ?? 34.570 PESETAS Entre la documentac­ión que exhibe está la nómina de sus primeros 14 días como jefe de cocina. A la derecha, con su hermano Albert en una de las fotos que luce el museo
34.570 PESETAS Entre la documentac­ión que exhibe está la nómina de sus primeros 14 días como jefe de cocina. A la derecha, con su hermano Albert en una de las fotos que luce el museo
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