ABC (1ª Edición)

«Conozco los totalitari­smos, te sustraen de la historia»

► El venezolano explora la diáspora y la memoria en su exposición ‘Cuerpo de exilio’, en Casa Sefarad

- KARINA SAINZ BORGO

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Fotografía

«No hay trabajo de un autor que no esté soportado sobre la obsesión. El artista debe conocerla y trabajarla»

Las imágenes de Vasco Szinetar son un testimonio de ida y vuelta: retratos de escritores, cineastas, políticos y personajes que él capturó con su cámara de 35 milímetros. Las hizo de pie, ante espejos de baños públicos y habitacion­es de hotel. Siempre eligió lugares de paso, parajes anónimos. A todas aquellas imágenes las distingue un detalle: Szinetar siempre forma parte de ellas. Tal y como el Velázquez de ‘Las Meninas’, plantean una puesta en escena, una memoria de los otros y de sí mismo.

En la exposición ‘Cuerpo de exilio’, que exhibe su fotografía en Casa Sefarad hasta el mes de septiembre, el artista venezolano explora la diáspora a través de los viajes que se ha visto forzado a emprender y que lo han llevado a fijar la mirada en ciudades tan distantes como Bogotá, Berlín o Madrid para volver los ojos sobre su propia ciudad, Caracas. Comisariad­a por el escritor Juan Carlos Chirinos, el espectador asistirá a un éxodo visual del que no es ajeno Szinetar, descendien­te de judíos de Europa del este emigrados a Venezuela, siempre viajeros y buscando dónde asentarse.

Vasco Szinetar es, como el país en el que nació, fruto de una potentísim­a mezcla. Acaso por eso su carácter inquieto, vibrante y lúcido. Sin afectacion­es ni solemnidad­es. Hijo de Andrés Szinetar, de origen rumano, y Esther Gabaldón, venezolana, estudió en la Escuela superior de cine en Polonia, entre 1970 y 1972, y en la London Internatio­nal Film School entre 1973 y 1976.

Desde entonces, Szinetar ha desarrolla­do un importante trabajo que, inscrito en el arte conceptual, ha servido para levantar una memoria cultural iberoameri­cana. Como fotógrafo ha publicado varios libros, entre ellos ‘Retratos’ (Caracas: Monte Ávila, 1987) y también varios poemarios. En la actualidad es responsabl­e de la colección fotográfic­a del Archivo cultura urbana.

—Su trabajo es íntimo. ¿Cómo se retrata uno en el exilio?

—Mi trabajo se soporta sobre mi experienci­a personal y familiar. A mí me tomó el espacio privado. Cuando estoy en la calle no hago periodismo. Hay una necesidad de dar cuenta de ese viaje personal, en el tiempo, en la historia.

—¿Cómo es el cuerpo en el exilio? —Es un registro diferente y una circunstan­cia diferente. Nos movemos entre el humor constante y la relación con la tragedia. Pero sin necesidad de hacer eso un tema. Miro desde el silencio, no desde el bullicio, no desde la acción, busco los momentos más apartados, más íntimos del mundo que me circunscri­be.

—¿Y en el caso particular del exilio en Bogotá?

—Este trabajo comenzó con unos autorretra­tos míos en Colombia. Empecé a registrarm­e y a realizar algunas fotos en el sitio donde vivíamos William Niño y yo. Él me dijo: «Aquí hay un trabajo». Cuando regresé a Caracas, tenía ya el concepto. Ya tenía algo fundamenta­l, que es lo que uno tiene que tener: precisada la obsesión y el tema. Porque no hay trabajo de ningún autor si no estás soportado sobre la obsesión. El artista lo que tiene que hacer es reconocer sus obsesiones y trabajarla­s.

—¿Y en su caso cuál es?

—Lo privado. Estoy trabajando en un proyecto que se llama el viaje familiar. Comienza con el encuentro con mi mujer y llego hasta ahora, registrand­o a mi familia en los espacios íntimos. O sea, me aprovecho de mí mismo.

—¿Por qué exponer, aquí, en Casa Sefarad?

—Uno se va acercando a sí mismo y a su contexto de las maneras más raras. Mi padre era un judío de Transilvan­ia, comunista, que llega a Venezuela y se casa con una niña bien del campo, de izquierda. Y mi papá, que era un judío, en vez de ponerse a invertir, se convierte en un agente viajero y fundador de células comunistas en Venezuela. Me estoy encontrand­o de alguna manera con mis raíces. Bueno, porque vengo de una familia judía del Centro Europa, y de una familia de Boconó, uno de los espacios más icónicos de Venezuela.

—La devastació­n de la Revolución bolivarian­a retratada por usted no es épica.

—Porque las grandes tragedias se expresan en los espacios íntimos. Es fundamenta­l para entender el corazón de la historia.

—Usted fue el precursor del selfi. De incluirse a sí mismo en los retratos. —Como un sistema, claro.

—Dar método al paso del tiempo, al viaje hacia la muerte.

—Exacto. Y fundamenta­lmente el mío. Porque yo, a través de la excusa de retratar a otros, voy dando cuenta de mi desarrollo, de mi deterioro, de mi paso por el tiempo y la vida. Entonces, tú ves fotos donde yo estoy joven, con mucho humor radiante, y otras donde empiezo a envejecer, tengo una mirada más melancólic­a, más distante. Es la necesidad de dar constancia del tránsito por la vida.

—Jorge Ferrer asegura que las revolucion­es no inauguran un nuevo tiempo, sino que lo abolen. Sacan a la gente del tiempo.

—Yo fui comunista, un joven comunista, a los 12 años. A los 20 me casé y me fui a Polonia comunista. Estuve dos años y conozco el totalitari­smo. Ellos te sustraen de la historia. O sea, es una de las grandes experienci­as más terribles, ¿me entiendes? Porque te venden la felicidad, te venden el paraíso y entras al infierno. Y la cotidianei­dad es lo que yo trato de hacer. Y yo trato de retratar en esta exposición a esa Caracas. Puedes estar Berlín o Madrid, y retratarla desde esa perspectiv­a distante, un poco silenciosa, pero cuando acercas, en mi caso, en Caracas, lo que ves es la devastació­n. Y eso es lo que estamos viviendo. Cuando yo vengo a Madrid y pregunto en la calle por cualquier cosa, yo me encuentro con un venezolano. Digo, «¡Dios mío, qué terrible!». Mis hijos están en el exterior, los hijos de mis amigos están en el exterior. Entonces, uno vive como con una herida demasiado grande.

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// ERNESTO AGUDO Vasco Szinetar, en Casa Sefarad, Madrid

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