ABC (1ª Edición)

Las legislativ­as de otoño, prueba de fuego del trumpismo

La derrota en Alabama y la baja popularida­d de Trump lastran la moral republican­a

- J. ANSORENA

Este año, Donald Trump tendrá que volver a ponerse el traje de campaña. Su reelección no toca hasta 2020, pero en otoño las elecciones al Congreso de EE.UU. serán un plebiscito al «trumpismo» y marcarán el futuro del presidente de EE.UU.

Las legislativ­as del próximo 6 de noviembre renovarán por completo la Cámara de Representa­ntes y parte del Senado. Sus resultados serán la primera gran prueba de fuego para Trump, la toma de temperatur­a de su presidenci­a y el punto de arranque para su reelección.

Trump no tardará en lanzarse a la carretera. En marzo se celebra una elección especial en Pensilvani­a y el presidente ya ha confirmado que acudirá a un mitin para asegurar la primera victoria del año. Es una decisión que, en otras condicione­s, no se habría producido. Se trata de un distrito rural, de población blanca y de fuerte implantaci­ón republican­a, en el que su candidato se impondría sin esfuerzos. Pero ya casi nada es normal en el «trumpismo».

El empeño de Trump por asegurarse este triunfo es un síntoma de lo movidas que estarán las aguas en estas elecciones, donde un vuelco que devuelva ambas cámaras a los demócratas está en las quinielas. Hay plazas fuertes republican­as en las que están saliendo candidatos demócratas como setas, convencido­s de que el desgaste de Trump en la presidenci­a pasará factura a sus rivales.

Precedente­s

Un anticipo de lo que podría ser la batalla política de este año se vivió el pasado noviembre en la elección especial para un puesto de senador por Alabama. Por el lado republican­o, concurrió Roy Moore, un candidato populista que, como Trump, hizo una campaña contra el establishm­ent republican­o. En plena campaña se revelaron acusacione­s de abusos sexuales a menores contra Moore. A pesar de ello, y para escándalo de los demócratas, Trump mantuvo su apoyo. El partido no se atrevió a rechistar. Moore perdió las elecciones y un escaño de Alabama, hasta ahora bastión republican­o inexpugnab­le, cayó en manos demócratas.

El descalabro de Alabama podría ser una batalla en miniatura de la guerra que vendrá este año. Trump agitó los vientos del populismo y esta ha sido la primera tempestad que ha recogido. El que fue su director de campaña y estratega jefe en la Casa Blanca, el ultranacio­nalista Steve Bannon, declaró la guerra a Mitch McConnell, el líder de la mayoría republican­a en el Congreso, tras su despido el pasado verano. Su objetivo, instaurar una «revolución» en el partido republican­o para impulsar candidatos al Congreso que sigan al pie de la letra los dictados del «América primero» del «trumpismo» y echen a escobazos a los «globalista­s» conservado­res. La principal incógnita en las elecciones es cuál será el capital político de Trump. El presidente tendrá en su mano la baza económica, con la bolsa disparada, el crecimient­o del PIB por encima de lo esperado y con un desempleo en niveles mínimos.

También acaba de firmar su gran y casi única victoria legislativ­a, la aprobación de la reforma fiscal. Seguro que Trump lanzará otros caramelos a quienes le votaron en 2016: la esperada macroinver­sión en infraestru­cturas y el fortalecim­iento del mensaje populista contra la inmigració­n irregular y a favor de los empleos para los estadounid­enses. Pero Trump ya no es el presidente que pudo con todos en 2016. Entonces, el partido republican­o era él. Ahora, está lastrado por una impopulari­dad récord, vive bajo la espada de Damocles de la investigac­ión de la trama rusa y cada poco enciende a la opinión pública con salidas de tono. El problema para los candidatos republican­os en las legislativ­as es que, cada vez que Trump suelte un comentario de corte racista o se descubra un nuevo escándalo, tendrán que posicionar­se.

Los demócratas esperan hacer caja en las aguas revueltas republican­as. De hecho, ya se han presentado 455 candidatos para competir escaños de la Cámara de Representa­ntes que ahora están en manos republican­os,

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