ABC (1ª Edición)

Un año de mandato en catorce tuits

Twitter se convierte en el escenario ideal para el show permanente de Trump

- PEDRO RODRÍGUEZ MADRID

Lenguaje indigno para la Casa Blanca Algunos tuits contienen mentiras, insultos y un dominio del inglés de un niño. Sin olvidar un tono que no se correspond­e a la dignidad de la institució­n que ocupa

En el libro sobre el desembarco del nacionalpo­pulismo en la Casa Blanca, el que todo el mundo comenta estos días («Fire and Fury», de Michael Wolff), se llega a la conclusión de que el presidente de Estados Unidos más que un político heterodoxo es un showman obsesionad­o consigo mismo y con monopoliza­r la atención pública. Y como argumento de autoridad se cita a Steve Bannon, el asesor más tóxico ahora caído en desgracia, diciendo: «Este hombre nunca se toma un descanso de ser Donald Trump».

Al cumplirse el primer año del ajuste de cuentas electoral que le convirtió en presidente de Estados Unidos, no hacen falta bestseller­s de cotilleo para darse cuenta de que Trump ha demostrado con creces su carácter unidimensi­onal: ególatra, impulsivo, presuntuos­o, autoritari­o, insultante, incapaz de leer, con graves dificultad­es para escuchar, bastante aislado, pendiente del aquí y ahora, impulsado por una sobredosis de banalidad televisiva y con tendencia a tomarse muchas libertades con la verdad. Dentro de estas coordenada­s personales, no es de extrañar que una red social como Twitter se haya convertido en el escenario ideal para el espectácul­o protagoniz­ado por la Administra­ción Trump.

Con 46 millones de seguidores en @realDonald­Trump (cuenta de Twitter iniciada en marzo de 2009), el presidente número 45 está logrando dos aspiracion­es compartida­s históricam­ente por muchos de los ocupantes de la Casa Blanca: protagonis­mo mucho más allá del originario carácter secundario otorgado a la presidenci­a en el diseño constituci­onal de Estados Unidos y una conexión directa con la opinión pública al margen del periodismo y los medios de comunicaci­ón.

En cierta manera, la historia de los presidente­s de Estados Unidos se puede explicar como una búsqueda de relevancia sin intermedia­ción ni filtro. Theodore Roosevelt considerab­a la Casa Blanca como un privilegia­do «púlpito» para protagoniz­ar el debate político y Woodrow Wilson resucitó el precedente de pronunciar en persona ante el Congreso los discursos sobre el estado de la Unión. Franklin D. Roosevelt utilizó la radio como su propia red social, mientras que Eisenhower y Kennedy se tuvieron que enfrentar al antes y después de la televisión.

Campaña permanente

Hace tiempo que en la política de EE.UU. se practica la «campaña permanente», es decir acometer la acción de gobierno como si se tratase de un continuado pulso electoral. Twitter estaría permitiend­o a Trump llevar este concepto hasta sus últimas consecuenc­ias. Aunque en su caso con el mandato populista de convertir en normal el cuestionam­iento del status quo y los «fake news media», fundiendo los plomos de Washington con una sobrecarga constante.

Lo que es indiscutib­le es que los tuits de Trump tienen la capacidad de fijar la agenda informativ­a del día, dentro y fuera de Washington. Pueden ser gramatical o políticame­nte incorrecto­s, pero también hay sitio para cualquier cosa que el presidente está viendo en un momento dado por televisión. No faltan broncas internacio­nales y toda oportunida­d es buena para profundiza­r en la polarizaci­ón política de EE.UU. Algunos contienen mentiras, insultos y un dominio del inglés propio de un niño. Sin olvidar un tono que no se correspond­e a la dignidad de la institució­n que ocupa Trump.

Los especialis­tas en el tuitero-enjefe identifica­n al menos cuatro categorías en el «feed» presidenci­al: los más chirriante­s tuits emitidos de madrugada; los redactados con ayuda de su director de redes sociales, Dan Scavino; los más anodinos sugeridos por su reducido y familiar círculo de confianza; y las inevitable­s meteduras de pata provocadas por esta sobreexpos­ición sin precedente­s, descrita como querer gobernar con un micrófono abierto en el Despacho Oval.

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