El agente especial que desafió a Maduro
Óscar Pérez, el policía aniquilado por el régimen bolivariano junto a otros seis rebeldes, era también buzo, paracaidista y actor, y repartía medicinas
«¡Nos vamos a entregar! ¡no sigan disparando!», fueron las últimas palabras conocidas de Óscar Pérez. El expolicía, con el rostro ensangrentado, las pronunciaba el pasado lunes en un vídeo difundido por Instagram, mientras fuerzas del régimen y paramilitares lo acorralaban. «Estamos heridos, nos siguen disparando», narraba en directo. Poco después, él y otros seis miembros de su grupo eran aniquilados.
Acababa así la historia del agente del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) que el 27 de junio sorprendió al mundo al apoderarse de un helicóptero policial, desde donde disparó y lanzó granadas al Tribunal Supremo, con una pancarta que rezaba: «Art. 350 Libertad». Ese artículo constitucional recoge que el pueblo venezolano «desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos». Poco después aparecía en un vídeo con cuatro hombres armados y encapuchados y armados, hablando en nombre de «una coalición entre funcionarios militares, policías y civiles», que se definían como «nacionalistas, patriotas e institucionalistas» y luchaban «contra la tiranía». Se trataba del mayor desafío al régimen desde dentro del aparato chavista. Nicolás Maduro tachó el episodio de «ataque terrorista» y lo puso en busca y captura nacional e internacional.
Pasó a la clandestinidad, pero mantuvo una activa presencia en las redes sociales, desde donde llamaba a «salir a las calles» a luchar por la libertad.
De 36 años, casado y con tres hijos a los que envió a México, este expolicía de aire deportivo llamó desde el primer momento la atención mundial por su imagen de aguerrido hombre de acción y coqueteos con el cine. En 2015 había protagonizado y coproducido la película «Muerte suspendida», en la que mostraba las capacidades de la Brigada de Acciones Especiales del cuerpo al que pertenecía y advertía a los delincuentes que solo tenían dos caminos: «La cárcel y morir en un enfrentamiento». Él mismo declaró, en una entrevista, ser «piloto de helicóptero, buzo de
combate y paracaidista libre». El director de la cinta, Óscar Rivas Gamboa, sería detenido un mes después del robo del helicóptero.
Con estos rasgos, se lo llegó a conocer como el «Rambo venezolano», apelativo que rechazan quienes, lejos de considerarlo una mera figura extravagante, lo ven como un héroe que se atrevió a combatir a una dictadura feroz. «Es un símbolo de lucha y su muerte ha causado gran conmoción en la sociedad», asegura a ABC la abogada de derechos humanos venezolana Tamara Suju, que ha remitido ya a la Corte Penal Internacional las evidencias del caso por posibles crímenes de lesa humanidad. En su opinión, era una persona «bien humana», diferente a la de otros policías venezolanos que «solo piensan en llenarse los bolsillos y obedecer para ascender».
Tiempo antes de darse a conocer como rebelde, había creado una fundación, GV 33 Moral y Luces, con la que llevaba medicinas a los niños enfermos y ayuda a personas en la calle. En alguna de sus visitas a menores se lo vio empuñando un micrófono junto al cantante venezolana DJ Pana.
Tras el célebre vuelo sobre Caracas del verano, su acción más audaz fue el asalto a un comando de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), donde se hizo con armas y municiones. En lo que bautizó como «operación Génesis», dijo haber «recuperado las armas del pueblo y para el pueblo». Un vídeo lo mostraba acusando a unos guardias amordazados de «traidores a la patria». «Mientras ellos son multimillonarios, ustedes se mueren de hambre», los amonestaba. Días después, denunció que sus padres habían sido atacados a sus padres y su vivienda, incendiada.
Pese a su intrepidez, la rebelión no prendió. «El estado de pobreza es tal que no puede alzarse contra un régimen capaz de matarlos en las calles», apunta Tamara Suju.