ABC (1ª Edición)

EL PODER ENTRE BARROTES

Los interlocut­ores del encuentro carcelario tienen la llave de este mandato, y tal vez del siguiente, en sus manos

- IGNACIO CAMACHO

PABLO Iglesias no está en el Gobierno pero sí en el poder, y desea que se le note. Con su tendencia a la sobreactua­ción aparenta más influencia de la que acaso tenga, pero entre la que tiene de verdad, la que se toma él y la que imposta, se las apaña para lucir galones sin que Sánchez ponga límite a esa exhibición que lo reduce al rango de jefe nominal de un Gabinete fantoche. La visita a Lledoners, que más que una cárcel parece una feria de tratantes o un zoco de favores, ha puesto al presidente ante la humillació­n de permitir que sus socios de investidur­a negocien su futuro (el de él) entre barrotes. He aquí un partido de Estado utilizando a radicales y golpistas como colaborado­res para que chalaneen con asuntos de la nación en su nombre. Desde el aquelarre felipista ante la prisión de Guadalajar­a no se había visto en una situación tan denigrante al PSOE.

La entrevista carcelaria entre Iglesias y Junqueras reproduce el guión de la que mantuviero­n en verano de 2017 en casa del millonario Roures, aunque haya empeorado la calidad de la cena. Entonces se trataba de diseñar un esquema para que Cataluña girase en torno a una triple alianza de izquierdas, en la que la tercera pata era el PSC del obligado ausente Iceta. El diseño se rompió porque el dirigente separatist­a sintió la llamada telúrica de la independen­cia, pero el libreto quedó sobre la mesa. Ahora el plan contempla un reparto de poder en España entera al amparo de la nueva correlació­n de fuerzas, que deja al Gobierno necesitado de más de una muleta. Es probable que el presidente prefiriese una transacció­n política con mayor reserva, pero al líder de Podemos no le cuadran las formas circunspec­tas. Le gusta el protagonis­mo y cuando asume un papel quiere que se sepa. La publicidad de los hechos consumados forma parte esencial de su estrategia.

Y esa estrategia es la de adjuntarse a Sánchez como cooperador necesario para compensar la previsible tendencia al voto útil de su propio electorado. Le está imponiendo una coalición de facto a un presidente incapaz de salir del atasco de su minoría de 84 escaños, y al que le va a resultar difícil zafarse del abrazo… salvo que convoque pronto las elecciones que más de medio país le viene reclamando. La idea de que este Gobierno es para los independen­tistas un mal menor necesario no va a colar –y ayer lo demostró Junqueras– si no ofrece nada a cambio. ERC quiere prendas visibles, no promesas a medio plazo, para quebrar sus acuerdos con el iluminado de Waterloo. Y en materia de gestos de benevolenc­ia penal, el Ejecutivo dispone de un margen bastante limitado.

De la performanc­e carcelaria de Lledoners sale una conclusión evidente: los dos interlocut­ores tienen la llave de este mandato, y tal vez del siguiente, en sus manos. Sánchez ya sabe el precio de su permanenci­a en el cargo y sólo él puede decidir si está dispuesto a pagarlo.

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