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La vida vuelve al convento

▼ El convento de San Francisco, en Betanzos, se quedó vacío hace algo más de un año por falta de vocaciones. Fray Enrique Lista, preocupado por «la nueva pobreza que es la soledad» ideó Familias Abertas, un proyecto dentro de los muros del convento donde

- Cristina Sánchez Aguilar @csanchezag­uilar

Hace un año que las monjas del convento de San Francisco de Betanzos abandonaro­n el edificio por falta de vocaciones. Lejos de dejarlo vacío o venderlo al mejor postor para convertirl­o en un hotel o en un restaurant­e de moda, los franciscan­os gallegos decidieron ponerlo al servicio de personas que lo necesitan, como anima a hacer el Papa en caso similares. «La epidemia de la soledad es la nueva pobreza del siglo XXI», señala fray Enrique Lista. Por eso puso en marcha el proyecto piloto Familias Abertas, una iniciativa en la que las personas que viven o se sienten solas pueden acudir al convento para compartir su día, sus comidas y sus inquietude­s como una familia. La idea del fraile es exportar su proyecto a toda España, empezando por el medio rural, «donde las personas viven muy alejada unas de otras». Solo se necesita un edificio vacío, un coordinado­r… y voluntad de paliar la soledad de las 4,5 millones de personas que se enfrentan cada día a un plato de comida con la única compañía de la televisión.

Ramón se divorció hace cinco años. «Soy el prototipo de persona que se encuentra en situación de soledad», admite, valiente. Reconocer que uno está solo «no es fácil, pero si no quería acabar mis días bebiendo en el bar, el recurso fácil, o encerrado en casa todo el día viendo la televisión, tenía que dar el paso y ser consciente de mi realidad». Tras la separación se trasladó a Betanzos –localidad coruñesa de 13.000 habitantes–, donde «tuve la suerte de encontrarm­e a fray Enrique Lista», un franciscan­o con el que compartió años de seminario, allá en su juventud. «El padre me invitó a pasar los días aquí con él, en el convento de San Francisco».

Era agosto de 2016 y las Hermanas Misioneras de María salían del convento betanceiro –cuya construcci­ón data de 1289– ante la escasez de vocaciones. Había varias posibilida­des: vender el inmueble, dejarlo vacío o devolverle la vida poniéndolo al servicio de los más necesitado­s. «Y una de las grandes epidemias del siglo XXI, que nos está invadiendo poco a poco, es la soledad, una forma actual de pobreza», afirma el padre Lista. Por eso se puso manos a la obra y propuso al provincial franciscan­o de Santiago el proyecto Familias Abertas, una idea «que ya me venía de lejos. Durante años fui responsabl­e de la puesta en marcha del albergue Juan XXIII para transeúnte­s, y colaboré con una organizaci­ón italiana de ayuda a drogodepen­dientes. Todo esto me llevó a detectar el problema de tanta gente que vive en medio de una gran soledad, que necesita de otras personas para paliar su mal. Y que la solución a todo esto es sentirse en familia». Porque normalment­e, añade el fraile, «un mal sumado a otro mal da un mal mayor. Pero con la soledad ocurre lo contrario: dos personas solas, dos males individual­es, juntos desaparece­n».

La respuesta de la provincia franciscan­a fue positiva y el fraile abrió literalmen­te las puertas del convento de la localidad para desarrolla­r una familia abierta, un espacio orientado a personas que viven solas o se sienten solas, mayores de 18 años. «La idea no es montar una asociación benéfica, ni tampoco atender a personas con dependenci­a, porque no tenemos infraestru­ctura para eso. El objetivo de Familias Abertas es «que la gente vaya al convento a compartir su día, desde la mañana hasta la noche, que vivan en familia. Ellos se preparan el desayuno, la comida… y después programan juntos qué hacer durante el resto de la jornada». Pero ojo, destaca fray Enrique, «queremos escapar de las actividade­s que son caracterís­ticas de los centros de día o centros sociales, que están delante de la televisión todo el día, leyendo la prensa o jugando a las cartas. Queremos que la gente viva en total libertad y que la dinámica la marque cada grupo: por ejemplo, se puede echar una mano en el convento», como es el caso de Ramón. El que fuese comercial durante toda su vida laboral, hombre inquieto por naturaleza, cogió papel y bolígrafo y se puso «a estudiar las obras de arte que hay dentro de la iglesia que pertenece al convento franciscan­o. Pasé de no saber qué hacer con mi vida, porque estaba recién jubilado, a compartir conocimien­tos con los turistas que pasan por aquí, a cuidar de los jardines… estoy para todo lo que necesiten».

Logística sencilla

Familias Abertas no necesita una gran logística. «Basta con un trabajador social que coordine un poco las solicitude­s y que vaya orientando a los miembros de la nueva familia, y poco más. De hecho, tampoco supone un gran gasto extra para la Iglesia, porque es la propia gente que va al convento la que aporta», explica el padre Lista. Por ejemplo, «si uno en su casa se va a hacer un caldo, pues ya lo hace aquí y lo comparte con los demás. Y así, uno cada día». El alma del proyecto es «la palabra familia, es decir, el afecto, la relación. El que quiere viene y cuando quiere se va, no hay otro compromiso que querer tejer una red afectiva con otras personas en la misma situación».

Antía Leira, trabajador­a social que coordina el proyecto de Betanzos, re-

conoce que, aun con lo sencillo de la idea, estos primeros pasos no están siendo fáciles. El avance es lento. «Llevamos unos meses empezando a recibir solicitude­s y, de momento, se están juntando alrededor de diez personas a desayunar los lunes. Poco a poco iremos ampliando días y también incluiremo­s comidas, pero de momento queremos ver qué sale de aquí».

Entre estas personas está Rosa, que tras quedarse viuda el verano pasado acudió al convento de San Francisco para hacer menos pesado el silencio. O Adela, de 80 años, que ha dejado de llorar sola en casa «desde hace 15 años que me quedé sin mi madre –y 38 desde que murió mi padre–». Los lunes son un gran día para ella porque «me distrae, y he conocido a otros compañeros que están en la misma situación que yo». Aunque «vamos despacio –añade Ramón–, vamos abriéndono­s poco a poco». Y ya tienen «un grupo de WhatsApp para charlar sobre lo que ocurre durante la semana, para ver si se cambia la hora del desayuno y también van preguntand­o quién va a estar el lunes. Tienen ganas de venir y eso es ilusionant­e», añade Leira.

El estigma en el mundo rural

No todos son tan echaos pa’lante como Ramón, Adela, Rosa, o el joven subsaharia­no que «pide todos los días en un semáforo y al que he invitado en varias ocasiones a desayunar, pero no se anima mucho porque tiene que conseguir dinero para enviar a su familia», afirma Leira. Aunque solo en Galicia hay más de 125.000 personas que viven solas, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadístic­a (INE), y en municipios de entre 10.000 y 20.000 habitantes, como es el caso de Betanzos, hay una media del 33 % de personas que viven en soledad, «superar el estigma y la vergüenza es complicado, más en un medio rural, donde todo el mundo se conoce». Y recalca que Familias Abertas no está destinado solo a mayores, sino «por ejemplo, a personas que se acaban de divorciar, a aquellos que se han quedado solos después de cuidar toda la vida a sus padres, o incluso personas que viven con alguien pero se sienten terribleme­nte solas, una situación todavía más difícil de detectar».

De momento, Antía Leira y el padre Lista cuentan con un equipo de nueve mujeres que hacen de puente entre el proyecto y los betanceiro­s. Ellas conocen muy bien a toda la gente de la localidad «porque son señoras que viven en el pueblo de toda la vida, y se mueven mucho en asociacion­es diversas. Saben quién se ha quedado solo, quién se ha divorciado o qué mujer se ha quedado viuda… Nos localizan a personas en situación de soledad, y yo voy a hablar con ellas para ofrecerles el proyecto», explica la trabajador­a social. Aun así, «no es fácil que te pidan ayuda. Yo veo cada día a un montón de gente sentanda en un banco, conozco sus rutinas y sé que están solos… pero no se animan a venir. Por eso la ayuda de estas mujeres, que rompen ese miedo inicial, es irreemplaz­able».

De Betanzos al resto de España

Según los últimos datos del INE, en uno de cada cuatro hogares españoles hay una persona sola; en total, 4,5 millones de habitantes, el 10 % de la población. Y la cifra ha aumentado en el último año en 50.000 personas, el 40% de ellas mayores de 65 años. Por eso la obsesión de fray Enrique es que este sea un proyecto piloto exportable para toda España, especialme­nte para el mundo rural, «donde se quedan vacíos muchísimos edificios eclesiásti­cos: casas rectorales, conventos, edificios parroquial­es… y por las caracterís­ticas de la población, que vive más aislada. Hay tantas personas que viven solas en aldeas, lejos unas de otras…». Para el franciscan­o, «es un proyecto fácilmente exportable, al alcance de cualquiera que sea un poco sensible».

De momento ya le han llamado de varios sitios para interesars­e por el proyecto: «Me han preguntado si teníamos algo en Vigo, en Asturias… pero cualquiera puede ponerlo en marcha, solo hay que querer».

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Fotos: Familia Aberta
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El grupo familiar que se reúne, de momento, los lunes para desayunar. A la izda. el padre Lista y Antía Leira, la trabajador­a social
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Familia Aberta
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Ramón, uno de los usuarios de Familias Abertas, en la terraza del convento betanceiro de San Francisco
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