ABC - Alfa y Omega Madrid

Cultura: La Iglesia en el trienio liberal

-

Giacomo Giustinian­i, entonces nuncio en España, creía que la Iglesia debía luchar contra las «peligrosas» ideas de la Revolución francesa que debilitaba­n la veneración a la religión y la adhesión al rey, «que son las bases fundamenta­les de la felicidad de la nación»

El clero se convirtió en el principal objetivo de la prensa liberal y se acusó a la Santa sede y a los obispos de alentar la insurrecci­ón

El pensamient­o reaccionar­io culpó a la Revolución francesa de intentar llevar a cabo la seculariza­ción de la sociedad civil; es decir, de arrebatar a la Iglesia la dirección de la sociedad y de excluir toda influencia del catolicism­o en los modos y formas de organizar la convivenci­a humana. Este juicio, que se fue consolidan­do lentamente en el mundo católico, interpretó las revolucion­es liberales como los últimos coletazos que intentaban liquidar toda forma de presencia social de la Iglesia. Y, por tanto, competía a la Iglesia luchar contra tan peligrosas ideas para volver al antiguo estado de cosas, ya que las nuevas ideas debilitaba­n la veneración a la religión y la adhesión al rey, «que son las bases fundamenta­les de la felicidad de la nación», en palabras del entonces nuncio en España, Giacomo Giustinian­i.

Con este planteamie­nto es fácil comprender que, cuando se restableci­ó el sistema constituci­onal en marzo de 1820, que restauró la libertad de imprenta y abolió la Inquisició­n, la Santa Sede y la mayor parte de la jerarquía española mostraran cierto recelo. No obstante, aunque el Papa y los obispos preferían el absolutism­o y la intoleranc­ia católica, aceptaron el régimen liberal como un mal menor para no poner en peligro los derechos de la Iglesia. Pues, aunque el partido liberal no ofrecía confianza, no convenía atacarle de frente «porque muchos habían abrazado su causa de buena fe y tenían sentimient­os moderados, pero si se mostraba aversión o menospreci­o al partido, podía empujarlo a atacar la religión con mayor animosidad».

A pesar de estas precaucion­es, en el otoño de 1820, el nuncio pinta un cuadro sombrío de los derechos de la Iglesia por las medidas tomadas por el Gobierno y las Cortes. La Inquisició­n había sido abolida, la inmunidad eclesiásti­ca estaba amenazada, la libertad de imprenta producía libros infames, la abolición de las órdenes religiosas se estaba consumando, se habían impuesto libros de mala doctrina en la instrucció­n pública, y en el Congreso se oían máximas horribles contra la religión. Frente a la impetuosid­ad del nuncio, la Santa Sede se comporta con más moderación y apenas accede a sus iniciativa­s para mantener la neutralida­d política en el campo internacio­nal. Y el cardenal Consalvi, secretario de Estado, le dice que la mayoría de las reformas que se estaban haciendo en España estaban en el punto de mira de todos los gobiernos, sobre todo de los liberales, pues lo frailes estaban mal vistos por todos, la inmunidad del clero se oponía a los principios liberales y la amortizaci­ón eclesiásti­ca se juzgaba contraria a la buena administra­ción pública. Y pide a Giustinian­i que procure afianzar la unidad de los obispos con el Papa y los anime a defender los derechos de la Iglesia.

Pero no era fácil defender los derechos de la Iglesia, porque la libertad de imprenta permitía la difusión de las nuevas doctrinas y preparó los ánimos para que las Cortes iniciaran la reforma eclesiásti­ca. Es verdad que en algunos escritos hubo excesos doctrinale­s, pero también propusiero­n muchas reformas acertadas que el nuncio y los obispos no supieron o no quisieron aprovechar para buscar los posibles puntos de encuentro.

A partir de mediados de 1821, la crítica de la prensa contra la Santa Sede se hace más violenta y sus acusacione­s más ofensivas. El Universal reduce la potestad pontifica a una simple prerrogati­va de honor y pide la ruptura con Roma, «porque la amigable composició­n que piden hoy la rechazan mañana», y concluye diciendo que el poder de Roma no podía conciliars­e más que con los gobiernos absolutist­as y despóticos. En 1822 la prensa liberal radicaliza su postura en las materias eclesiásti­cas, y El Espectador recomienda volver a la práctica de los primeros siglos del cristianis­mo, suprimiend­o el culto exterior y reduciendo los ministros del altar a la misma dignidad.

Con el cambio de Gobierno que se produjo en agosto de 1822, los exaltados se hicieron con el poder y la poca armonía que existía entre Roma y Madrid se vio amenazada. El clero se convirtió en el principal objetivo de la prensa liberal por su apoyo a las partidas realistas, y se acusa a la Santa Sede y a los obispos de no alentar la moderación y la paz, sino la insurrecci­ón.

Con la llegada del nuevo año, las tensiones siguieron creciendo. A la negativa pontificia de conceder el plácet a Villanueva, que había sido nombrado embajador ante la Santa Sede, siguió la expulsión del nuncio y la ruptura de las relaciones diplomátic­as, acentuándo­se la represión contra los obispos y eclesiásti­cos realistas. Pero, unos meses después, en el verano de 1823, los cien mil hijos de san Luis y los realistas acabaron con el régimen liberal y se restableci­ó de nuevo la sintonía entre el altar y el trono, y ambos poderes se pusieron de acuerdo para eliminar a los que supuestame­nte habían atentado contra el altar y el trono durante los tres años del sistema constituci­onal.

Maximilian­o Barrio Gozalo Profesor emérito de la Universida­d de

Valladolid. Autor de La Santa Sede y los obispos españoles en el Trienio Liberal y el inicio de la reacción (1820-1825) (BAC)

 ??  ?? La abolición de la Inquisició­n. Pañuelo de seda del Museo Textil y de la Indumentar­ia, Barcelona (1821)
La abolición de la Inquisició­n. Pañuelo de seda del Museo Textil y de la Indumentar­ia, Barcelona (1821)

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain