ABC - Alfa y Omega Madrid

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- Ignacio Uría

Se exhibe estos días en la Casa de América una singular muestra sobre uno de los protagonis­tas de la historia de España, el almirante Blas de Lezo, recuperado para la memoria colectiva en años recientes. A Lezo lo conocemos hoy gracias al trabajo constante de diferentes institucio­nes, como la fundación que lleva su nombre y que organiza esta exposición.

Entre los méritos del marino vasco siempre se cita su participac­ión en las batallas navales más importante­s de su tiempo. También sus ascensos y condecorac­iones, incluido el Toisón de Oro, tan citado estos días. Todo ello le ubica en el panteón de los navegantes imprescind­ibles de nuestra historia, a la altura de Bazán, Malaspina y Jorge Juan y solo un peldaño por debajo de Colón y Elcano.

También se recuerda que lo llamaban El Mediohombr­e porque era tuerto, mutilado y tullido, como se aprecia en sus estatuas de Madrid o El Puerto de Santa María. Con apenas 12 años se embarcó por primera vez y con 26 –esto se cuenta menos– sus heridas podrían haberlo retirado, sugerencia hecha hasta por Felipe V.

Sin embargo, la mar venció a la tentación y Lezo se embarcó una y otra vez para cumplir sus ambiciones y ser fiel a su patria. Pese a sus minusvalía­s, me lo imagino en pleno ataque a la flota inglesa –enemiga nuestra de toda la vida– o diseñando la defensa de Cartagena de Indias. Pero sobre todo soy capaz de pensar en sus dificultad­es cotidianas, esas que mortifican porque no tendrán arreglo: no poder escribir, pedir que te lean las cartas o depender de otro para vestirse.

Todo lo supero Lezo, al que la vida no le puso las cosas fáciles. Quizá por eso se la jugó a espadas tantas veces. Con todo pudo, por mucho que la ingratitud del rey le hiciera mella al final de su vida. Lezo, sin embargo, no se compadeció de sí mismo. No se rindió.

Antes que héroe, fue un digno supervivie­nte de sí mismo. Al fin y al cabo, la dignidad no depende de si eres joven o viejo, si estás sano o enfermo. Por eso, la discapacid­ad reside en el que observa y no en el observado. Por eso, más que medio hombre, Lezo fue hombre y medio.

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EFE/Ángel Díaz
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