Cambia de moneda
Carta del cardenal arzobispo de Madrid para la Cuaresma
▼ La Cuaresma se presenta ante nosotros como un periodo para enfrentarnos a la volatilidad, la fragmentación y la polarización con las armas que Jesucristo nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. Con ellas, Jesucristo quiere entrar en nuestras vidas no a la fuerza, sino mirándonos a nosotros mismos, a nuestro interior, pero sin dejar de mirar a los demás. Dios se acerca al ser humano para tomarnos de la mano: dejemos que Dios entre en nuestra vida. Para lograrlo, os animo a hacer tres cambios
1. Cambia la volatilidad por la oración
La moneda que parece que está en circulación es la de la volatilidad; nada hay estable y fijo. Hay unas líneas de fondo que, para eliminar a Dios y dejar sin fundamento al ser humano, tienden a hacerse presentes en nuestro mundo. Una cara de la moneda es la secularización, que es el intento de hacer desaparecer a Dios de la conciencia personal y pública, oscureciendo el carácter único de la persona de Cristo. La otra cara de la moneda es el agnosticismo, con el intento de reducir la inteligencia humana a simple razón calculadora y funcional. Se quiere ahogar el sentimiento religioso que está inscrito en lo más profundo e íntimo de la naturaleza humana. Ambas caras destruyen los vínculos y los afectos más dignos del hombre, convirtiéndonos en personas frágiles, precarias, dependientes e inestables. ¿Qué se nos ofrece en este tiempo de Cuaresma? La oración, el diálogo con Dios que nos encamina al diálogo con todos los hombres. Y no a un diálogo virtual, sino de tú a tú. Descubramos con más fuerza la oración que salió de labios de Jesús: el padrenuestro. Dios se nos manifiesta como un padre que nos quiere y quiere a todos los hombres. La oración ayuda a mejorar nuestra existencia, a mejorar la vida social y a no perder la conciencia de la verdad.
2. Cambia la fragmentación por el ayuno
En medio de tantos conflictos que asolan la historia de la humanidad, en medio de tantas divisiones que nos enfrentan, en medio de fragmentaciones, rupturas y falsas solidaridades, con tantas personas asoladas por la guerra, con hambre o buscando otros lugares donde vivir, el ayuno ayuda a la misión que se nos ha dado. Jesús orando y ayunando se preparó a su misión. El ayuno es el alma de la oración y la misericordia es la vida del ayuno, de ahí que podemos decir así: quien ora que ayune; quien ayuna que se compadezca. El ayuno es necesario para vivir la caridad y la misericordia, y nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano que se inclina y ayuda al hermano que sufre. Los padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de hacernos morir al viejo Adán y de abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. San Juan Pablo II decía del ayuno que tiene como último fin ayudarnos a hacer don total de uno mismo a Dios. Intensifiquemos todo lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo.
3. Cambia la polarización por la limosna
La sociedad perdura si se plantea como una vocación a satisfacer las necesidades humanas en común. Ser un ciudadano es ser y sentirse citado, convocado a un bien, a un fin con sentido. Pero hemos de preguntarnos: ¿somos convocados o polarizados según conveniencias? La polarización no sienta a todos en la misma mesa y provoca que los conflictos se extiendan. Apostemos por una humanidad en la que todos estemos sentados en la misma mesa, apostemos por un mundo en el que el tejido social que hacemos no destruye a nadie, no hace brechas, no divide, no rompe las relaciones, exige el sacrificio de todos y no de unos pocos. La Cuaresma nos ofrece la moneda de la limosna para vencer la tentación de idolatrar las riquezas. La limosna nos educa para socorrer al prójimo en sus necesidades y compartir con los demás lo que poseemos. Nos hace compartir bienes, intereses, justicia, paz social, acercamiento de los hombres. Crea la cultura del encuentro y de la esperanza que fomenta nuevos vínculos. Gesta una revolución interior en quien comparte, y nos capacita para negociar siempre con los valores propios de la dignidad del hombre.