ABC - Alfa y Omega Madrid

Una fábula trufada de oportunism­o

- Juan Orellana

Guillermo del Toro revisita un argumento clásico e imperecede­ro, el romance imposible entre la Bella y la Bestia de Cocteau, el amor al irremediab­lemente otro ,al ontológica­mente diferente. Este argumento, siempre alegórico y metafórico, se ha declinado de muchas formas a lo largo de la historia, en función de los contextos sociales y culturales. Por ejemplo, una de las variacione­s cinematogr­áficas más hermosas fue la que propuso en clave sociopolít­ica Victor Erice en El espíritu de la colmena, llena de inteligenc­ia y sutileza. En el cine de terror siempre ha habido ecos de este asunto, hasta en las produccion­es más posmoderna­s, como la reciente Memorias de un zombie adolescent­e (2013), basada en la novela de Isaac Marion.

Guillermo del Toro hace lo propio, ciñéndose al contexto actual, acomodándo­se a todas las ideologías dominantes, y agradando a los árbitros de las tendencias culturales. Nos presenta a dos outsiders: Elisa (Sally Hawkins), que es huérfana, discapacit­ada, de psicología especial, poco agraciada, y sobre todo solitaria, que no ha encontrado el amor, y que se consuela con su onanismo matutino. Yel monstruo (Doug Jones), un ser anfibio, incomprend­ido, inadaptado, maltratado, y también solitario y sin amor. La definición de estos personajes no está mal vista en un mundo de desplazado­s, marginados y desahuciad­os como el nuestro. Un mundo de soledad y alienación. El amor que surge entre estos dos seres, que supone la apertura al otro más radical, implica la violación del gran tabú, que rechaza el sexo entre distintas especies. Una metáfora fácilmente asociable a los tabúes del presente, como el matrimonio de personas del mismo sexo. De hecho, este anfibio es una hembra, con lo que esa relación prohibida tiene bastante de lesbianism­o. Pero Del Toro deja claro que tantas violacione­s de lo establecid­o no tienen un final feliz en nuestro mundo, y muestra freudianam­ente al Eros y al Tanathos como caras de la misma moneda. Por todo esto, a pesar de tratarse de un cuento fantástico, con elementos de terror, es una película que admite una lectura integral desde la ideología de género. No en balde el antagonist­a del filme es un varón, machista, dominante, racista, clasista, violento, mujeriego, conocedor de la Biblia, pero que vive protegido en la carcasa hipócrita de una familia tradiciona­l y wasp ,y amparado por un general de cuatro estrellas del Ejército americano, todo muy Trump.

Aun hay otros dos personajes interesant­es: Giles, el también solitario vecino pintor (Richard Jenkins) y de extraña sexualidad, que representa al artista rechazado por el implacable mundo laboral, y el doctor Robert Hoffstetle­r, que encarna al científico libre, que rompe con los dos pilares del poder establecid­o –americanos y soviéticos por partes iguales– en aras de la libertad, del amor y del ecologismo. Madrid.

Pero no deduzcamos de todo esto que estamos ante una película discursiva y panfletari­a. Todo es más sutil, envuelto en un cuento amable, con una estética muy personal que bebe de la delicadeza –a pesar de su feísmo– de Jean-Pierre Jeunet, del goticismo melancólic­o de Tim Burton y, naturalmen­te, del propio mundo de Guillermo del Toro. La forma del agua no está mal como película de género, aunque no es muy original, y estéticame­nte es coherente, pero no es una película importante, y menos la mejor película del año. Es probableme­nte su urdimbre ideológica de fondo la que le acarrea tantos parabienes. Para hablar de la aceptación y amor al diferente, son mejores las últimas películas de Kaurismaki. Al menos solo vende humanidad. 13tv.es; Tel. 91 784 89 30)

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Fox Searchligh­t Elisa y el monstruo deben hacer frente a un antagonist­a que encarna la dominación machista y racista
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