ABC - Alfa y Omega Madrid

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- Casa Alivio del Sufrimient­o

dedicada a la oración y a la escucha paciente de los hermanos, sobre sus sufrimient­os derramaba como bálsamo la caridad de Cristo. Imitando su heroico ejemplo y sus virtudes, puedan ustedes convertirs­e también en instrument­os del amor de Dios, del amor de Jesús hacia los más débiles», exhortó el Pontífice a los feligreses.

Destacó además la incondicio­nal fidelidad del santo a la Iglesia. Y aunque no lo mencionó explícitam­ente, volvieron a la memoria de muchos los rumores e informacio­nes distorsion­adas que sobre el fraile llegaron hasta los Papas Juan XXIII y Pablo VI. Aunque nada de eso impidió que Juan Pablo II sellase su canonizaci­ón.

Bergoglio prefirió subrayar su espíritu de unidad. Y afirmó: «Un pueblo que se pelea todos los días no crece, no construye, atemoriza a la gente. Es un país enfermo y triste. Al contrario, un pueblo donde se busca la paz, donde todos se quieren, no se le desea el mal al otro, este pueblo, aunque sea pequeño, crece, crece, crece y se vuelve fuerte. Por favor, no gasten tiempo y fuerzas en pelearse entre ustedes. Esto no sirve para nada. ¡No hace crecer!».

«Te espero en Roma»

Después tuvo lugar un momento conmovedor, la visita a la Casa Alivio del Sufrimient­o. La gran obra de Pío demuestra en su nombre su verdadera vocación, que va más allá de ser un simple hospital. Allí, el Vicario de Cristo visitó el pabellón de oncohemato­logía pediátrica. Fue un encuentro privado, sin periodista­s ni cámaras, salvo las oficiales, que lograron inmortaliz­ar escenas conmovedor­as.

Francisco visitó a 18 niños en sus habitacion­es, y otros tres en la sala de reanimació­n. Los abrazó y confortó a sus padres. Entre ellos estaba Jean Paul, un pequeño originario del Congo con la cara completame­nte deformada. Lo acompañaba una religiosa de su país. «¿Usted cómo está? Un día quiero ir a Roma», exclamó un muchacho de 13 años al ver al Papa. «Te espero, organízate con los doctores, y así te hago entrar», replicó este medio en broma, medio en serio.

Tras el paso por el hospital, veneró las reliquias del santo. Ese momento fue casi como una devolución de cortesía, porque durante el Jubileo Extraordin­ario de la Misericord­ia los restos del padre Pío habían ido al encuentro del Papa, con su traslación a Roma. Y luego celebró una Misa multitudin­aria.

«La oración, un gesto de amor»

Entonces, quiso centrarse en la oración. La alabanza y la adoración. Porque los rezos –aclaró– no son como «llamadas de urgencia» o «tranquiliz­antes que hay que tomar en dosis regulares, para tener un poco de alivio del estrés». «No, la oración es un gesto de amor, es estar con Dios y llevarle la vida del mundo. En una obra indispensa­ble de misericord­ia espiritual. Y si nosotros no encomendam­os a los hermanos, las situacione­s al Señor, ¿quién lo hará? Por ello el padre Pío nos ha dejado grupos de oración», precisó.

La alusión no es menor. Porque si bien la afluencia de los peregrinos a San Giovanni Rotondo ha disminuido sensibleme­nte en los últimos años, eso no ha significad­o una caída en la devoción. Al contrario. El fraile sigue ubicándose entre los santos más taquillero­s. Y sus grupos de oración se multiplica­n, como atestigua el procurador Antonio Belpiede.

Más adelante, en su homilía, el Papa habló de la importanci­a de cuidar a los pequeños, a quienes la sociedad considera inútiles. Y evocó las lecciones escolares de su infancia, cuando estudió la historia de los espartanos.

«A mí siempre me ha sorprendid­o lo que nos decía la maestra, que cuando nacía un niño o una niña con malformaci­ones, lo llevaban a la cima del monte y lo arrojaban. Para que no hubiera estos pequeños. Nosotros, los niños, decíamos: “¡Pero cuánta crueldad!”. Hermanos y hermanas, nosotros hacemos lo mismo. Con más crueldad, con más ciencia. Aquel que no sirve, que no produce, es descartado: esta es la cultura del descarte. Los pequeños no son queridos hoy. Y por ello Jesús es dado de lado», estableció.

Y ponderó: «La verdadera sabiduría no reside en tener grandes dotes y la verdadera fuerza no está en la potencia. No es sabio quien se muestra fuerte y no es fuerte quien responde al mal con el mal. La única arma sabia e invencible es la caridad animada por la fe, porque tiene el poder de desarmar las fuerzas del mal. San Pío combatió el mal por toda la vida y la combatió con humildad, la obediencia, con la cruz, ofreciendo el dolor por amor. Y todos son admirados, pero pocos hacen lo mismo. Muchos hablan bien [de él], pero ¿cuántos lo imitan?».

Francisco visitó a 21 niños enfermos. Después, durante la Misa, recordó que los espartanos «cuando nacía un niño con malformaci­ones, lo llevaban a la cima del monte y lo arrojaban. Nosotros hacemos lo mismo. Aquel que no produce es descartado. Los pequeños no son queridos hoy»

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El Papa Francisco con un niño, durante su visita a la

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