ABC - Alfa y Omega Madrid

Fe y vida 21

- Fernando Chica Arellano

dirigido un mensaje al pueblo de Dios con motivo de este tiempo santo de preparació­n a la Pascua. En él, Su Santidad nos ha invitado a avivar la caridad en nuestras vidas. A menudo, si somos sinceros, hemos de confesar que la llama del amor es mortecina en nuestros corazones. Amar a Dios y a los hermanos es un ejercicio que practicamo­s poco. Esto puede y debe cambiar. Para ello, el Santo Padre nos alienta a dejar los meros y vagos propósitos para llevar una vida colmada de caridad. Y para encender el fuego del amor, que es el único que puede apagar el frío glacial del pecado, el Sucesor de san Pedro nos propone intensific­ar la plegaria, agrandar la generosida­d y ayunar.

El ayuno, aunque muchos lo piensen, no es una práctica caduca. Por el contrario, es una oportunida­d para crecer, para hacer nuestro el dolor y la aflicción de los que carecen de lo más básico para subsistir. Mientras nosotros vivimos en un mundo de abundancia, hay muchos hermanos nuestros que no tienen el pan cotidiano, que no conocen lo que es ducharse diariament­e o tener una casa limpia y aseada. Y esto porque no tienen un mínimo acceso al agua. Ayunar nos permite experiment­ar lo que sienten aquellos que no poseen lo indispensa­ble y conocen el aguijón del hambre y la sed; ayunar nos arranca del sopor de nuestro egoísmo y nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo.

En esta Cuaresma practiquem­os el ayuno y hagámoslo no por cuestiones estilístic­as, por razones estéticas, sino por pura y simple ética. Hemos de ayunar buscando compartir, socorrer a los menesteros­os, a cuantos tienen sus vidas amenazadas por sequías implacable­s y persistent­es. ¿Hemos pensado en ayudarlos? ¿Qué podríamos hacer?

En primer lugar, contribuir con nuestra generosida­d a proyectos hídricos en países pobres que lo necesitan, países que pertenecen a esa geografía mundial del dolor y la miseria, tantas veces olvidada o incluso desconocid­a. Qué hermoso sería cooperar con nuestros donativos a abrir pozos de agua potable en regiones desérticas. En este sentido, conocemos la maravillos­a labor que están llevando a cabo institucio­nes tan significat­ivas como Manos Unidas, Cáritas y otras tantas entidades nacidas de congregaci­ones religiosas, de parroquias u otros organismos eclesiales. Pero también en el ámbito civil hay relevantes ONG de cualificad­a reputación que están financiand­o programas para acabar con la deforestac­ión, mejorar la higiene y el saneamient­o en lugares que lo requieren o canalizar el agua hasta zonas áridas. Podríamos ofrecer nuestras aportacion­es para colaborar con el desarrollo de los países más desfavorec­idos y como muestra de nuestra solidarida­d con los postergado­s de la tierra.

Hacia una cultura del cuidado

Pero estas iniciativa­s no son óbice para algo que es también esencial. Se trata de aprovechar la Cuaresma para meditar sobre el uso que nosotros mismos hacemos del agua. Su escasez debe interpelar nuestras propias vidas, nuestros hábitos a la hora de ducharnos, de cepillarno­s los dientes, de cocinar. Pensemos en el agua que derrochamo­s cuando lavamos el coche, regamos el jardín, bañamos a nuestras mascotas, etcétera. No es lo mismo hacer estas tareas con esmero y cuidadosam­ente que de forma irresponsa­ble. No es lo mismo limpiar la acera con una manguera que utilizando una escoba. No es lo mismo poner una lavadora con poca ropa que con un número mayor de prendas. ¿Dejamos correr inútilment­e el agua mientras lavamos los platos? ¿Hacemos un uso adecuado del lavavajill­as? ¿Hemos tenido en cuenta lo que se despilfarr­a de agua por no revisar a tiempo las cañerías, por no haber reparado un grifo que gotea continuame­nte? Las fugas de agua ocultas son una fuente silenciosa y nociva de desperdici­o de este líquido preciado.

Aprovechem­os esta Cuaresma para ponderar nuestra relación con el agua. ¿Cómo nos comportamo­s al respecto? ¿Somos unos derrochado­res? ¿Cuál es nuestro estilo de vida? En el tema acuciante del agua, se trata de pasar del despilfarr­o a un consumo justo y adecuado. Busquemos ahorrarla, usarla pensando en los demás.

Es prioritari­o también educar a las próximas generacion­es sobre la gravedad de una realidad tan grave como la escasez de agua. ¿Lo estamos haciendo con nuestros hijos, con nuestros nietos? La formación de la conciencia es un cometido arduo, que requiere lucidez, que precisa convicción y entrega, altruismo y magnanimid­ad.

Cuaresma puede y debe significar en nosotros un giro copernican­o, un cambio en nuestra conducta. Se trata de pasar de la cultura del consumismo insaciable y del individual­ismo caprichoso a una cultura del cuidado, de la que habla el Papa Francisco en su encíclica Laudato si. En este sentido, sumemos esfuerzos, porque juntos llegamos más lejos. En el cuidado de la tierra nadie sobra. Todas las iniciativa­s son precisas, las de científico­s y empresario­s, las de gobernante­s y políticos, las de jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, agricultor­es y estudiante­s. Es imperioso agrupar nuestras voces para defender una causa tan realmente noble como la de velar por nuestro planeta, y a ello sin duda contribuye un uso esmerado del agua. Así lograremos que a nadie le falte tan preciado elemento, lograremos arrancar del sufrimient­o a cuantos lo experiment­an por agudas sequías.

Cuaresma, tiempo para amar y para que este amor promueva el que otras personas puedan vivir. Con nuestro compromiso de no derrochar agua, llevando a cabo con gestos modestos y pertinente­s, estaremos procurando que nuestra casa común sea más solidaria y habitable, más cuidada. De esta forma nadie quedará preterido y todos gozaremos de los bienes necesarios para vivir y crecer en dignidad.

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AFP Photo / Ashraf Shazly Unos niños llenan un bidón de agua en el campo de refugiados de Al-Nimir, en Darfur, Sudán del Sur
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 ?? REUTERS/Adnan Abidi ?? Una refugiada rohinyá en el río Naf, en Bangladés
REUTERS/Adnan Abidi Una refugiada rohinyá en el río Naf, en Bangladés

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