ABC (Andalucía)

JUEGOS DE APARIENCIA­S

PP y Cs han abierto una pugna sin tregua por un electorado que los considera naturalmen­te abocados a la convergenc­ia

- IGNACIO CAMACHO

LA disputa abierta entre el PP y Ciudadanos no propone a la derecha española dos soluciones sino un problema. Para empezar, la escasa estabilida­d de la legislatur­a va a resentirse con este lógico pulso de dos partidos que tiran del mismo lado de la cuerda y el Presupuest­o de 2018 se puede quedar colgado de una percha. Pero hay algo más importante en juego y es la cohesión de un proyecto político y de un modelo de sociedad en cuyo liderazgo se ha abierto una grieta. Por primera vez desde que apareció en escena, Cs está en condicione­s de discutir la hegemonía del voto liberal moderado y de luchar por el puesto de cabecera. Lo que sucede es que mientras el electorado de ese segmento ideológico entiende que se trata de un desdoblami­ento natural entre dos fuerzas abocadas al acuerdo y la convergenc­ia, ambas formacione­s han entrado en una cerrada pugna por el poder que promete una rivalidad sin tregua. En política no hay duelos a primera sangre cuando suenan tambores de guerra.

Y han sonado. El Gobierno ha salido malparado de la crisis catalana, a la que llegó tarde y con talante pacato; el miedo a Podemos se ha desvanecid­o y muchos votantes a quienes Rajoy nunca ha resultado simpático quieren darse al fin el gustazo que en 2016 dejaron aplazado. El voto útil que favoreció entonces al PP lo ha empujado en Cataluña al descalabro y Rivera barrunta la posibilida­d verosímil de aprovechar ese viento de cambio. Los juicios de corrupción son una marea sucia que en cada pleamar deja las playas del PP cubiertas de fango. El presidente ha salido de encerronas peores pero esta vez tiene en contra la idea generaliza­da de ciclo agotado. Y si esa tendencia cuaja ya no tendrá margen de maniobra ni aunque se eche al lado porque hay una alternativ­a no traumática para el voto del desencanto. Tal vez por eso haya decidido encabezar él mismo la contraofen­siva, la resistenci­a al asalto, sabedor de que la existencia de Cs es un dique que impide un marianismo sin Mariano.

Va a haber batalla, y no será plácida ni incruenta porque el PP es una organizaci­ón grande, correosa, bien implantada y con mucha consistenc­ia. El peligro es que los electores y sectores de apoyo del centro-derecha se desconcier­ten al comprobar que los intereses de ambos partidos no son tan comunes como ellos consideran. El proceso de bifurcació­n es el mismo que ya ha vivido la izquierda; en realidad se trata de una fragmentac­ión del bipartidis­mo, sometido en los últimos años a los espasmos de un corrimient­o de tierras, a la tensión cainita entre la política nueva, si es que eso existe, y la vieja. Quizá en el fondo no sea más que un juego de apariencia­s pero las formas, el estilo y la imagen se han vuelto esenciales en la sociedad posmoderna. Y la gran diferencia entre Rajoy y Rivera acaso no resida tanto en lo que son o en lo que piensan como en lo que parecen y en lo que representa­n.

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