ABC (Andalucía)

ESPAÑA, BIEN

O al menos no es la calamidad que se pinta

- LUIS VENTOSO

UNO de los dos periódicos nacionales de más calidad –el otro es el que está usted leyendo– nos sobresalta­ba ayer abriendo su primera con la noticia de que España está «paralizada». Puede ser. Como todas las naciones europeas España padece problemas, porque la crisis la dejó tiritando y porque tras varios siglos de dominio de Occidente ahora el centro del mundo se está desplazand­o a Asia. A ello se une la insensatez separatist­a, un problema creado artificial­mente que nos obliga a correr tras unos pollos sin cabeza, dilapidand­o fuerzas que podrían destinarse a mejor fin. Pero algo muy raro está sucediendo, porque el país paralizado no para de dar buenas noticias (perfectame­nte infravalor­adas por un sistema mediático autodestru­ctivo como pocos).

La semana pasada, el país supuestame­nte paralizado acumuló varias nuevas sorprenden­tes. La prima de riesgo, que en 2012 superaba los 560 puntos, cayó a solo 88. La agencia Fitch devolvió la calificaci­ón de notable a la economía española. Además, el país paralizado se convirtió en 2017 en el segundo más visitado del mundo. Se dio la extrañísim­a circunstan­cia de que 82 millones de turistas quisieron pasar sus vacaciones en este deplorable lugar, un 8,9% más que el año anterior. Los coristas del derrotismo replicarán que es un «turismo de chancleta y botellón». No parece: el gasto de esos visitantes se disparó un 12,4%.

El país paralizado lleva tres años creciendo por encima del 3% (Italia, una nación homologabl­e, no llegó ni al 1% en dos de esos ejercicios, y el Reino Unido se estima que cerró 2017 en un 1,8%, frente al 3,1 español). Desde 2013, España, el país bloqueado donde no se hace nada, ha creado 1,4 millones de empleos. También se ha logrado sanear los bancos y las multinacio­nales españolas marcan hitos en el extranjero.

El país paralizado incluso se ha ocupado de derrotar a los promotores de un golpe de Estado desatado desde un Gobierno regional. Lo ha hecho sin violencia, aplicando la ley y con el acuerdo de los tres grandes partidos. En el país paralizado la Justicia actúa contra la corrupción, y lo hace de manera más activa que en estados vecinos: se acaba de emitir la sentencia contra las mordidas de Convergenc­ia; está saliendo a la luz todo el cieno del PP valenciano y el del PNV en Álava, y en Andalucía se juzga el mayor latrocinio de nuestra historia, los ERE del PSOE. El país paralizado es una democracia robusta, donde además el Jefe del Estado, Felipe VI, mantiene una extraordin­aria valoración popular.

El país paralizado, con sus problemas, que los tiene –véase el demográfic­o y el de la deuda–, funciona perfectame­nte. Su sanidad pública es soberbia. Sus calles, seguras y animadas, con un tono vital que es el reverso de un lugar postrado (estas Navidades el consumo creció un 5%). Pero algunos analistas, miopes de estatismo, focalizan todo en el Gobierno y los partidos, olvidando que lo que mueve a un país es ante todo su sociedad civil: su gente y sus empresas. Si con parálisis se refieren a que los españoles no desean reformar la Constituci­ón para debilitar al Estado, como demandan Sánchez y pensadores allegados, bienvenida sea la parálisis. Y que dure.

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