Un político enciclopédico
∑ Fue el primer gran arquitecto de la capital cultural que hoy es Málaga
Se ha ido pronto, demasiado. Y hay coincidencia: es una pérdida enorme. Como lo fue su vida. Los despachos urgentes de agencia anunciaron la muerte de un político. Se quedaban muy cortos. En efecto, Antonio Garrido Moraga, fallecido el lunes pasado mientras trataba de recuperarse de la hemorragia cerebral que sufrió el pasado 8 de noviembre, dedicó gran parte de su vida al Partido Popular de Málaga, formación por la que fue concejal en su ciudad y parlamentario andaluz. Pero el quebranto unánime que produce su desaparición, a los 63 años de edad, demuestra a las claras que la suya fue una vida que trascendió con mucho de la defensa de unas siglas.
Así se comprueba simplemente echando un somero vistazo a su apabullante curriculum y colección de títulos. Doctor en Filología Hispánica; profesor titular de la Universidad de Sevilla y de la de Málaga, de Periodismo en Málaga, ponente en varias instituciones universitarias americanas y europeas, académico correspondiente de la Real Academia Española, numerario de la Norteamericana de la Lengua Española, director del Instituto Cervantes de Nueva York, director gerente de la Fundación María Zambrano... Se podría seguir hasta quedarse sin aire, pero para qué, cuando el profesor dejaba claro que la medida de su ego se cubrió pronto, al ganar la cátedra de instituto.
Porque Garrido Moraga, excelente en sus formas, grandioso en la conversación, epatante, siempre elegante en su forma de vestir (de pajarita perenne) y sobre todo enorme en sus conocimientos, combinaba su honda erudición con un gran apego a lo sencillo. Sabía de música clásica pero también de copla. Poseía una extensísima sapiencia sobre pintura y literatura (publicó durante años en «Sur» una crítica literaria semanal). Lo mismo que sobre tauromaquia (había pregonado la feria taurina el pasado año) o flamenco. O en torno a las cofradías malagueñas, máxima autoridad académica (también fue pregonero de la Semana Santa), lo que no le impedía salir de nazareno acompañando a la Virgen de la Esperanza cada Jueves Santo.
Pero, como hubiera sido un desperdicio que tanta sabiduría se guardara exclusivamente para quienes tenían el privilegio de mantener una charla con él, Antonio aceptó gustoso la llamada que le hizo en 1995 la recién nombrada alcaldesa de Málaga, Celia Villalobos, para integrarse en su equipo. Y como edil de Cultura fue el primer gran arquitecto de la ciudad que hoy disfrutan sus vecinos y visitantes. Parió el Festival de Cine en Español, potenció las actividades del teatro Cervantes y de la Casa Natal de Picasso e impulsó el Centro de Arte Contemporáneo, referente de vanguardias, donde antes había un mercado de mayoristas abandonado.
Durante cuatro años, entre 2000 y 2004, estuvo al frente del Instituto Cervantes en Nueva York. Allí abrió su nueva sede y disfrutó de lo lindo ejerciendo de embajador del idioma que dominaba a la perfección. A su vuelta, se encargó de la portavocía del área de Cultura del PP en el Parlamento andaluz, su cargo hasta que ha fallecido mucho más que un político.