ABC (Andalucía)

EL MEJOR PAYASO DEL MUNDO

- PEDRO G. CUARTANGO

Fue admirado e imitado por Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd. Triunfó en los mejores teatros de París, Amsterdam, Londres y Nueva York. Sus gags revolucion­aron el mundo del espectácul­o. Arruinado y olvidado, acabó sus días suicidándo­se en un hotel de Manhattan en 1927. Se llamaba Marcelino Orbés Casanova y había nacido en Jaca en 1873 en el seno de una familia en la que el padre trabajaba de peón caminero y la madre era analfabeta.

Chaplin siempre reconoció su deuda con el maestro que le había enseñado a actuar cuando tenía 11 años. «Era el mejor. Londres enloquecía con él». Llegó a compartir cartel con Houdini

en el Circo Hippodrome de la capital británica en un espectácul­o al que acudió el monarca Eduardo VII, que quedó fascinado por su talento.

Marcelino inventó a comienzos del siglo XX la figura del payaso desastrado, que vaga por el escenario cometiendo un error tras otro con un humor infantil que hacía reír a todos los públicos. «Niños y adultos gritaban y saltaban cuando veían a Marcelino enredarse cada vez más en la pista», escribió Ronald Smith.

El artista de Jaca es una de las pocas personas en el mundo del espectácul­o que logró crear un verbo en inglés: to marceline, que significab­a realizar una actividad frenética sin ningún efecto práctico. Su popularida­d era tal que durante siete temporadas llenó diariament­e un circo de Broadway con un foro de 5.000 espectador­es. Era en 1910 el ídolo de los niños de Nueva York con una fama que superaba a cualquier personaje de la escena.

Pero el éxito de Marcelino empezó a disminuir a medida que se consolidab­a un nuevo arte con el que no podía competir: el cine. Tras una corta retirada y después de fracasar en una serie de negocios, el payaso se trasladó al circo Ringling de Los Angeles. Sus números ya no suscitaban entusiasmo y tuvo que emigrar en 1918 a Cuba, donde tampoco pudo reconquist­ar al público.

Sus últimos diez años de vida fueron un infierno. Se separó de su segunda mujer, perdió toda su fortuna y se convirtió en un vagabundo errante por las calles de Nueva York, donde nadie le reconocía. Sobrevivía gracias a sus escasas actuacione­s en bares y salas de poca monta, que le pagaban unos centavos al hombre que había tenido un sueldo semanal de 1.000 dólares en Broadway.

El 5 de noviembre de 1927 vendió a una casa de empeños lo único que le quedaba: un alfiler de corbata con un diamante. Con el dinero que obtuvo, compró una pistola y alquiló una habitación en el hotel Mansfield, donde se pegó un tiro. Tan sólo unas decenas de amigos y admiradore­s asistieron a su funeral. Pero no faltaron en su tumba las flores de Charles Chaplin, que siempre le recordó como el mentor que le había ayudado a salir de la miseria y le había enseñado los secretos de hacer reír al público. Nadie sabe hoy dónde está enterrado en Nueva York.

No faltaron en su tumba las flores de Chaplin, que siempre le recordó como el mentor que le ayudó a salir de la miseria

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