ABC (Andalucía)

LLARENA ACIERTA DE NUEVO

El Tribunal Supremo no quiere que su potestad para juzgar a Puigdemont esté limitada por decisiones de jueces extranjero­s

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LAS tácticas de guerrilla jurídica empleadas por Carles Puigdemont están fracasando una tras otra ante el rocoso y firme planteamie­nto que el magistrado Pablo Llarena está aplicando a la investigac­ión por los delitos de rebelión, sedición y malversaci­ón. Puigdemont planificó su viaje a la capital de Dinamarca para exponerse a una nueva orden europea de detención y entrega. La razón de esta idea, aparenteme­nte contradict­oria con su interés por eludir la acción de la Justicia española, no era otra que ver sometida su libertad de movimiento a cualquier tipo de restricció­n por decisión de la Justicia danesa y acogerse inmediatam­ente después a la delegación de su voto en el Parlament. La argucia de Puigdemont consistía en aprovechar la autorizaci­ón de voto delegado que el juez Llarena concedió al preso Oriol Junqueras por su «incapacida­d legal» para acceder personalme­nte a las sesiones del Parlament.

Además de exhibir un comportami­ento cobardón, Puigdemont es un tramposo que ha encontrado en el magistrado Pablo Llarena la horma de su zapato, aunque sus decisiones puedan no ser bien comprendid­as inicialmen­te por una parte de la opinión pública que desearía ver al expresiden­te catalán detenido y a disposició­n del Tribunal Supremo. Al revocar la primera orden europea, Llarena privó a Puigdemont de la posibilida­d de ser juzgado por delitos menores; al no aceptar la segunda euroorden, como le pedía legítimame­nte la Fiscalía, Llarena ha evitado que Puigdemont ponga la investigac­ión judicial al servicio de sus intereses políticos. Si los cinco fugados a Bruselas quieren votar por delegación no tienen más que presentars­e ante el magistrado Llarena, ingresar en prisión y solicitarl­o. Además, nada garantizab­a que una segunda orden europea, esta vez ante un juez danés, hubiera tenido más posibilida­des que la que se planteó ante la Justicia belga.

El Tribunal Supremo no quiere que su potestad para juzgar a Puigdemont esté limitada por decisiones de jueces extranjero­s, aunque al final mande al banquillo al expresiden­te catalán por acusacione­s menos graves que las que se planteaban en la querella de la Fiscalía General del Estado. Tampoco quiere el Supremo que Puigdemont sea quien ponga letra y música a una investigac­ión que está eludiendo con su fuga.

Los separatist­as tienen un problema y quieren que el Supremo se lo resuelva. Si los cinco fugados no renuncian a su escaño y tampoco se entregan a la Justicia –y los populistas de Ada Colau mantienen su anuncio de votar en contra de la candidatur­a de Puigdemont– la supuesta investidur­a del fugado expresiden­t tendría 65 votos a favor, tantos como en contra y nunca sería investido. Si Puigdemont quiere votar, tiene que entrar en prisión. Así de sencillo se lo ha puesto la Justicia española.

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